Una nueva paciente se había dado de alta en el refugio para mujeres violentadas. Se trataba de Dana, una muchacha que apenas rebasaba los treinta. Los internos le habían dado comida, agua y atención médica debido a su maniatado aspecto: tenía cardenales en los brazos, un ojo morado, una cortada en el labio inferior, y aparentaba ser solo una chiquilla inofensiva.
Valeria, una de las psicólogas del instituto, se acercó a ella para convertirla en su nuevo caso. A su lado estaba el siempre servicial Josué, un joven pasante de la carrera de Psicología. Ambos discutían a las afueras del consultorio lo siguiente que harían.
—Espérate aquí afuera, Josué —le dijo la profesional—. Acaba de escaparse. Tal vez no reaccione bien si te ve a ti.
Josué pensó que sería injusto que le juzgaran solo por su género, pero se limitó a asentir y quedarse cabizbajo y con los dedos entrelazados, como un niño tímido.
—Te veo en un rato —dijo Valeria. Sonrió sin emoción, para internarse después en su consultorio.
Adentro estaba sentada Dana, de espaldas, que miraba al suelo y temblaba. Las puntas de sus zapatos estaban unidas, sus rodillas se sacudían, y sus cabellos, un tanto ralos y con orzuela, se agitaban al compás de su cuerpo. Valeria, al notar su vulnerabilidad, cerró la puerta lo más suave que pudo y se presentó.
—Buenas noches, Dana. Soy la psicóloga Valeria de la Plata. Estaré a cargo de ti en los próximos días. —Dana apenas le tomó los dedos durante el saludo, y continuó temblando. Valeria rodeó el escritorio y se sentó. Acomodó los papeles entre sus dedos y estudió un poco el archivo—. ¿Ya comiste?
—Sí, doctora.
—¿Te gustó? —Usó un tono de voz tan dulce, que pareció haber resultado extraño para la propia Dana.
—Estuvo rico.
—¿Y te atendieron bien?
—Sí, sí… —Dana levantó la mirada por primera vez. Valeria observó todas las lesiones que le habían reportado en el archivo, aunque ya las tenía cubiertas con pomada y analgésicos.
—Dana, a partir de ahora seré como tu confidente. Puedes contarme todo lo que creas que es necesario. Aquí todos estaremos para ti. Este es un lugar completamente seguro. Claro que puedes estar tranquila y tomarte todo el tiempo que necesites. Nadie te va a presionar. Además, nosotros…
—Él me sigue a todas partes a donde voy —dijo sin más. Se mordió el labio, cuidando no tocarse donde tenía la herida—. Ese cabrón no me deja en paz.
Valeria asintió e hizo una confirmación con su voz para darle confianza.
—Me escapé ayer por la tarde —prosiguió—. He estado en la calle deambulando, yendo de lado al lado con tal de que se quede atrás. Pero he estado viéndolo… —Se le cortó la voz y se limpió una lágrima. Valeria le ofreció pañuelos y aquella tomó uno—. No se me acerca ni me grita. Solo se la pasa allí parado. Sé que hace su típico juego de «¡Hey! Mírame, Dana. No puedes librarte de mí. Eres mía, bla, bla». Tú sabes, sus típicas frases con las que te quieren someter. ¡Y aunque me esconda debajo de los puentes, siento su presencia!
—¿Puedes darme su nombre?
—¿Para qué? —La miró, asustada.
—Dana, necesitaremos realizar la denuncia…
—¡No! Un hombre como él no sería bueno denunciarlo. Lo cuida el diablo.
—Como te he dicho, Dana, este edificio es muy seguro. Escúchame bien: aquí ya nadie podrá hacerte daño. Él ya no podrá encontrarte, aunque pienses que esté cerca de ti o que te esté vigilando. Para protegerte bien, deberemos proceder en su contra como lo estipula la ley. Un individuo así no debería estar libre, ¿no crees así?
—Pero él… Bueno, pues. —Ahora se mordía las uñas—. Se llama Carlos.
—¿Carlos Carrasco?
—Así es, sí, C-Carlos Carrasco Valdivia.
Valeria le pidió muchos más datos, algunos que a ella misma le dolía siempre pedir pero que debía hacer, pues era el protocolo del instituto. Y Dana se liberó de su prisión mental: lo describió físicamente, habló del empleo del agresor, sus relaciones y otro tipo de factores. Conversaron durante un tiempo prolongado, sin que Valeria iniciara algún proceso de terapia como tal. La víctima cooperó y la psicóloga pudo emprender una investigación, todo mientras la joven tenía la satisfacción de gozar de quien le escuchara y la cuidara. Muchas mujeres llegan solapando a estos sujetos, se dijo Valeria, y conseguir las denuncias se vuelve un martirio de hasta años. Pero Dana parecía ser de las que no lidiaban con la dependencia emocional.
***
A Dana le agradó el refugio. El inmueble se veía moderno, abierto, bien ventilado y espacioso. Varios pasillos atravesaban los jardines, poblados estos de cactus, nopales y plantas del desierto. El color amarillo de las paredes del patio evocaba a la arquitectura de Nuevo México. Y los corredores estaban en su mayoría provistos de cristaleras y puertas corredizas muy suaves. Incluso desde el rincón más alejado de los jardines se podía ver bien el cielo estrellado. Había mucha luz de luna aun en los sitios más oscuros. La forma de todo el lugar le inspiraba libertad, seguridad y esperanza.