Cuentos Hórridos

El ritual más fácil

No había parte del día más alentadora para Beto que la tarde. Salía de la escuela, ya no vería a sus aburridos compañeros, tendría la casa para sí solo hasta la noche y no escucharía órdenes de parte de nadie.

Cuando el chico emergió de la multitud vio a Don Mateo, quien lo esperaba allí en su camioneta. El hombre le caía bien; aunque no era parte de su familia, Don Mateo lo trataba como a un sobrino. Pero se trataba del casero y nada más.

Beto abrió la portezuela y se subió al asiento delantero. Durante el camino, Beto contestaba a las preguntas de Don Mateo lo más amigable que pudiera, a pesar de que fuesen las mismas de toda la semana. De vez en cuando la conversación pescaba algún tema interesante.

De pronto Don Mateo pidió a Beto que sacase algo de la guantera, y así el muchacho encontró un chocolate. Él agradeció y comenzó a comérselo, sin que le importase que dentro de poco comería.

Llegaron a casa, un dúplex de dos pisos. Don Mateo vivía abajo y Beto y su mamá vivían arriba. La estructura tenía a su lado una escalera, que iba de la calle a la puerta del departamento. Desde arriba, de las ventanas de la propia sala de estar, era visible un almacén que se incorporaba al edificio. El recinto fungía como cochera también, así que, en tanto Beto corría por los escalones, Don Mateo estacionaba allí dentro la camioneta.

El muchachito entró a su casa, ansioso de realizar sus planes.

En la cocina, la mamá de Beto cortaba carne con un cuchillo; separaba los pellejos del hueso, batallaba con los retazos y se deshacía del cebo con un movimiento brusco en las manos. Aunque parecía detestar la preparación de la carne, la señora lo hacía muy bien, con mucha destreza, y hasta lo disfrutaba. Cuando Beto la veía hacerlo, sin embargo, no le agradaba nada. El joven solo hacía muecas de grima.

—No te quejes —le dijo su mamá en tono de broma—, que después tú seguirás el negocio.

—No, no lo creo —respondió, convencido de sus palabras—. Nunca venderé tamales.

—Uy, no; no sabes lo que te pierdes. —Volvió a mirar a su hijo y esta vez reconoció lo que él hacía—. ¡Ah! Pero mira nomás. Qué bien me obedeces, tragándote esa pinche golosina.

—Buenas tardes. ¿Ya estás lista? —dijo Don Mateo en la puerta, acalorado. Con la mirada buscaba el refrigerador, para sacar la tradicional jarra de agua saborizada. Entró y se dispuso a saciar su sed—. Qué mugre calorón hace allá afuera.

Beto aprovechó para irse al sillón y distraerse con su teléfono celular.

—Don Mateo, usted le dio ese chocolate, ¿verdad?

—Vaya, ahora hiciste agua de Jamaica.

—Se supone que Beto tiene que comer. Y no debe ingerir porquerías antes de comer.

Mateo ya no pudo fingir más desentendimiento y solo se defendió con:

—¡Oh, Nadia! No le pasa nada. ¿Te vas a poner así?

—¿Así cómo?

El casero se aproximó a ella y comenzó a apaciguarla con su carisma. Al final, Nadia ya solo tuvo la opción de reírse, y dejó atrás el incidente. Beto escuchaba los cuchicheos y se preguntó cuándo irían a casarse.

—Roberto —así lo llamaba Nadia cuando el jovencito se abstraía en su aparatito.

—¿Qué?

—Ya nos vamos. Te acuestas temprano, ¿eh? No más de las diez. Haces tu tarea.

Diario era lo mismo.

—Ya sé.

—Tu comida y cena están ya hechas; las metes al horno. Recuerda dejar la puerta abierta de tu cuarto. Y no hagas cosas que me disgusten.

—Ya sé.

—Bueno, ya nos vamos.

—¡Hasta luego, Beto!

—¡Hasta mañana, Don Mateo!

Los adultos se fueron y Beto se quedó solo. No tenía más que unas cuentas de fracciones y una que otra investigación de esas que se imprimen en la biblioteca antes de que la docente llegue. Por ello, el chico se dispuso a jugar Smash en su Nintendo. Pero una vez que perdió tres peleas seguidas contra otras personas de internet, prefirió ver videos en YouTube. Allí le aparecieron unos muy comprometedores, de terror, los que más adoraba ver durante las tardes.

Mientras se preparaba su comida, escuchó supuestos rituales que se harían para llamar espíritus y otras entidades del más allá. Ninguna le atrajo, porque requerían muchas tonterías como velas negras, pincharse el dedo, escribir con sangre o encerrarse a medianoche en el sótano, y pues no tenía uno. Beto comió y disfrutó el resto del video, muy poco animado a realizar uno de aquellos ritos.

El último llamó su atención. Se titulaba «el ritual más fácil».

—Vaya, vaya.

Y la voz del video procedió a narrar en qué consistía el ritual:

—…como su nombre lo dice, el ritual es en realidad muy sencillo; no requiere velas o sangre, ni mucho menos horas específicas. Puedes jugarlo cuando quieras, y te garantizo que será muy divertido. Lo único que tendrás que hacer es formar un triángulo invertido con los dedos índice y pulgar, así, de esta manera, y lo apuntarás al frente como si quisieras ver a través de él. Ahora, cuando lo tengas así deberás pronunciar las palabras mágicas…




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