EL TROLL QUE QUERIA TENER AMIGOS
En una remota montaña, cubierta de espesos bosques y altas cumbres nevadas, vivía un pequeño troll llamado Finnian. A diferencia de los demás troles, Finnian no era verde, ni feo, ni tenía verrugas ni dientes amarillos. Su piel era de un suave color lila y sus enormes ojos eran de un profundo color azul.
Finnian vivía solo en una pequeña cueva llena de musgo, alejado de los demás troles que preferían las cuevas húmedas y oscuras. A Finnian no le gustaban esos lugares. Prefería salir todas las mañanas y contemplar el cielo azul, oler las flores silvestres y escuchar el canto de los pájaros.
Lo que más le gustaba a Finnian era espiar a los humanos. A menudo los veía cruzar el bosque en pequeños grupos, riendo y charlando. Finnian los observaba embelesado, preguntándose a dónde irían y qué harían. ¡Cómo le hubiera gustado poder acercarse a ellos y decirles “Hola, me llamo Finnian! ¿Quieres ser mi amigo?”.
Pero Finnian sabía que no podía hacer eso. Los humanos le temían a los trolls. En cuanto lo vieran, saldrían huyendo atemorizados. Así que Finnian se conformaba con mirarlos de lejos, suspirando con tristeza por no poder tener amigos.
Una soleada mañana, cuando Finnian se asomó desde la entrada de su cueva, vio algo que lo dejó completamente pasmado. A lo lejos, sentado junto a un árbol, había un niño humano. Estaba solo, con la cabeza agachada y miraba al suelo con gesto triste.
Finnian sintió mucha curiosidad. ¿Qué estaría haciendo este niño allí completamente solo? ¿Y por qué se veía tan triste? Entonces, una idea descabellada cruzó por su mente: ¡esta es mi oportunidad para hacer un amigo humano!
El corazón le latía con fuerza mientras se acercaba lentamente hacia el lugar donde estaba sentado el niño. Pero justo cuando ya estaba muy cerca, sin querer Finnian pisó una rama seca que crujió ruidosamente.
El niño levantó la vista sobresaltado y al ver a aquel extraño ser acercándose, sus ojos se abrieron por el espanto.
Pero antes de que pudiera terminar la frase, el niño había salido corriendo despavorido internándose en el bosque.
Finnian bajó las orejas con tristeza. Sabía que algo así pasaría. Los humanos no lo entenderán nunca. Estaban demasiado asustados de los trolls como para si quiera escucharlo.
Melancólico, comenzó a caminar lentamente de vuelta hacia su cueva. Pero de pronto escuchó un grito proveniente del bosque que lo hizo detenerse en seco.
Era la voz del niño. Finnian corría de un lado a otro buscándolo hasta que dio con él. El pequeño estaba pegado al tronco de un árbol, mirando hacia todos lados con los ojos inundados en lágrimas.
El niño lo miró sorprendido sin saber qué hacer. Pero finalmente decidió que no tenía otra opción más que confiar en ese extraño troll, así que lo siguió caminando tras él.
Mientras atravesaban el bosque, Finnian fue señalándole al niño cosas interesantes para distraerlo, como ardillas jugando entre las ramas, un nido de pájaros y un arroyo con piedras de colores. Poco a poco, el niño comenzó a tranquilizarse.
Finnian sonrió feliz. ¡Al fin un humano que no salía corriendo ni gritaba asustado al verlo!
Desde ese día, Tim y Finnian se hicieron grandes amigos. Todas las tardes, después de sus tareas, Tim escapaba al bosque y Finnian lo esperaba ansioso para jugar o simplemente para conversar y pasar un buen rato.
Cuando Tim volvía a la aldea, les decía a los demás niños lo divertido y bueno que era su amigo Finnian. Sin embargo, ellos no le creían y se burlaban por tener un troll como amigo.
Un día Tim tuvo una gran idea.
Finnian no estaba tan seguro, pero no quería decepcionar a su amigo, así que aceptó, no muy convencido.
Cuando los niños de la aldea vieron acercarse a Tim junto aquel extraño troll, se quedaron austados. No daban crédito a lo que veían sus ojos.
Comenzaron a susurrar entre ellos nerviosos y algunos hasta salieron corriendo a esconderse. Pero Tim los tranquilizó diciéndoles que Finnian era muy bueno y quería ser amigo de todos.
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Editado: 14.12.2023