Cuentos Mágicos para Primeros Lectores: Risas y Aventuras

Capítulo 20. Nubi, Hojitas y Any

El poder de la amistad

Estos cuentos enseñan a los niños el valor de la amistad, la cooperación y la bondad hacia los demás, a través de historias más elaboradas que fomenten su imaginación y comprensión lectora.

1. Nubi la nube solitaria

Nubi era una pequeña nube blanca que flotaba sola en el cielo azul. Todos los días veía a las otras nubes jugando juntas, formando figuras divertidas y riendo. Pero nadie invitaba a Nubi a jugar.

Un día, mientras Nubi flotaba triste, escuchó un suave silbido. Era un pájaro azul llamado Pío, que volaba cerca.

—Hola -dijo Nubi con timidez-. ¿Quieres ser mi amigo?

Pío miró a la pequeña nube y sonrió.

—Claro que sí. Me encantaría ser tu amigo.

Desde ese día, Nubi y Pío se hicieron inseparables. Jugaban a las escondidas entre las nubes, hacían carreras en el cielo y contaban historias sobre las cosas que veían en la tierra.

Un día, vieron que los campos estaban muy secos. Las plantas y los animales necesitaban agua.

-Oh, no -dijo Pío-. Si no llueve pronto, las plantas se marchitarán.

Nubi pensó un momento y tuvo una idea. Yo puedo ayudar -exclamó-. Puedo hacer llover.

Nubi se concentró mucho y empezó a crecer. Se volvió gris y pesada. De repente, comenzó a llover. El agua caía suavemente sobre los campos, las plantas y los animales.

Pío estaba muy orgulloso de su amiga.

—Lo hiciste, Nubi. Has salvado a todos.

Cuando la lluvia terminó, el arcoíris apareció en el cielo. Nubi y Pío lo miraban felices, sabiendo que juntos podían hacer cosas maravillosas.

Desde ese día, Nubi nunca más se sintió sola. Tenía un gran amigo en Pío y había descubierto que podía ayudar a otros. Ahora, cada vez que veía a alguien solo, Nubi se acercaba para hacer un nuevo amigo.

Moraleja: La verdadera amistad nos da fuerza para hacer cosas increíbles.

2. El árbol generoso

En medio de un gran bosque vivía un árbol llamado Hojitas. Tenía un tronco fuerte y ramas llenas de hojas verdes y brillantes. Hojitas era muy feliz, pero a veces se sentía solo porque los otros árboles estaban lejos.

Una tarde de otoño, un pequeño conejito llamado Algodón llegó saltando. Temblaba de frío y parecía muy cansado.

—Hola, amigo árbol -dijo Algodón-. ¿Puedo descansar un rato bajo tus ramas?

Hojitas sonrió y respondió:

—Claro que sí. Ven, ponte cómodo.

Algodón se acurrucó entre las raíces de Hojitas y pronto se quedó dormido. Cuando despertó, le contó a Hojitas que estaba buscando un nuevo hogar porque el invierno se acercaba.

Hojitas pensó un momento y luego tuvo una idea. Sacudió suavemente sus ramas y dejó caer muchas hojas suaves y coloridas.

—Toma, dijo Hojitas. Puedes usar mis hojas para hacer una cama calientita. Puedes vivir aquí si quieres.

Algodón estaba muy feliz. Construyó una casita con las hojas de Hojitas y se instaló allí. Pronto, otros animales del bosque vieron lo cómodo que estaba Algodón y pidieron ayuda a Hojitas.

Una ardilla llamada Nuez necesitaba un lugar para guardar sus bellotas. Hojitas le ofreció un hueco en su tronco. Un grupo de pájaros buscaba un lugar seguro para hacer sus nidos. Hojitas les dio sus ramas más altas.

Con el tiempo, el árbol se convirtió en un hogar para muchos animales del bosque. Todos vivían felices y se cuidaban entre sí. Cuando hacía frío, Hojitas los protegía con sus ramas. Cuando hacía calor, les daba sombra.

Hojitas ya no se sentía solo. Tenía una gran familia de amigos que lo querían mucho. Y él los quería a todos.

Cada noche, antes de dormir, los animales le daban las gracias a Hojitas por su generosidad. Y Hojitas se sentía el árbol más feliz de todo el bosque.

Moraleja: La generosidad nos llena el corazón de alegría y nos rodea de amigos.

3. La estrella que no brillaba

En lo alto del cielo nocturno vivía una pequeña estrella llamada Any. Todas las estrellas a su alrededor brillaban con fuerza, iluminando la noche con su luz plateada. Pero Any era diferente. No importaba cuánto lo intentara, no podía brillar ni un poquito.

Cada noche, Any miraba a las otras estrellas jugar y bailar en el cielo. Se sentía muy triste porque quería unirse a ellas, pero tenía miedo de que se burlaran por no poder brillar.

Una noche, mientras Any lloraba en silencio, la Luna la vio. Con su luz suave y cálida, se acercó a la pequeña estrella.

—¿Qué te pasa, pequeña Any? -preguntó la Luna con voz dulce.

Any, entre sollozos, le contó su problema. No puedo brillar como las demás estrellas. Me siento inútil y sola.

La Luna sonrió con ternura. Oh, Any, dijo, cada estrella es especial a su manera. Quizás aún no has descubierto tu brillo único.




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