1. Saltarín y la Carrera de los Insectos
En un hermoso prado lleno de flores silvestres y hierbas verdes, vivía un saltamontes llamado Saltarín. A diferencia de los otros saltamontes, que podían saltar alto y lejos, Saltarín tenía un pequeño problema: no podía saltar. Esto lo hacía sentir triste y diferente de sus amigos.
—¿Por qué no puedo ser como ellos? —se preguntaba Saltarín mientras observaba a sus amigos brincando felices entre las flores.
Un día, los insectos del prado organizaron una gran carrera. Todos estaban emocionados por participar, y Saltarín también quería unirse. Sin embargo, cuando le dijeron que la carrera consistiría en saltos y carreras rápidas, se sintió desanimado.
—No puedo saltar —dijo con tristeza—. Nunca ganaré.
Pero su amiga, una mariposa llamada Brisa, lo animó:
—No te preocupes, Saltarín. La carrera no solo se trata de saltar. También puedes correr y mostrar tu velocidad. Tienes que intentarlo.
Con un poco de confianza renovada, Saltarín decidió participar en la carrera. Cuando llegó el día del evento, todos los insectos se alinearon en la línea de salida. Había mariquitas, abejas y otros saltamontes listos para competir.
El silbato sonó y todos comenzaron a correr. Saltarín se esforzó al máximo, moviendo sus patas rápidamente. Aunque no podía saltar como los demás, su velocidad era sorprendente. Mientras corría, notó que algunos de sus amigos se estaban distrayendo tratando de hacer trucos con sus saltos.
—Mira a Saltarín. —gritó Brisa—. Él está corriendo tan rápido.
Saltarín continuó avanzando y vio que un grupo de insectos se había caído mientras intentaban hacer saltos acrobáticos. En lugar de detenerse o reírse de ellos, decidió ayudar.
—Vamos. Pueden hacerlo. —gritó mientras ayudaba a levantar a sus amigos del suelo.
La carrera continuó, pero Saltarín no se preocupaba por ganar; estaba más enfocado en ayudar a los demás. Al final de la carrera, aunque no llegó primero, recibió una gran ovación por su valentía y espíritu solidario.
—Eres un verdadero héroe. —dijo Brisa mientras todos los insectos lo rodeaban.
Saltarín sonrió al darse cuenta de que ser valiente no significaba hacer cosas arriesgadas; significaba ser amable y ayudar a los demás cuando más lo necesitaban.
Después de la carrera, mientras todos celebraban su éxito en una pequeña fiesta improvisada en el prado, comenzaron a compartir historias sobre sus aventuras durante el día. Cada insecto tenía algo emocionante que contar: desde las travesuras de las mariquitas hasta las habilidades acrobáticas de los saltamontes.
Mientras disfrutaban de la fiesta, Rayo, una rana con un canto potente, propuso un juego divertido:
—Hagamos una competencia de habilidades. Cada uno mostrará lo mejor que puede hacer. Los insectos se entusiasmaron con la idea y comenzaron a participar uno por uno. Las mariquitas mostraban sus giros rápidos mientras volaban en círculos; las abejas hicieron figuras en el aire con sus zumbidos melodiosos; incluso Tony el robot hizo una demostración impresionante de su capacidad para construir cosas rápidamente.
Saltarín se sintió un poco nervioso al ver todas esas habilidades sorprendentes. Pero entonces recordó lo que había aprendido durante la carrera: cada uno tiene su propio valor único.
Decidido a participar también, Saltarín pensó en lo que podía hacer mejor que nadie. Con una sonrisa en su rostro, se acercó al centro del prado:
—Yo también quiero mostrar algo especial.
Los insectos se detuvieron y miraron curiosos mientras Saltarín comenzaba a moverse rápidamente entre las flores. Usando su velocidad para crear patrones en el suelo, realizó una danza elegante que sorprendió a todos. Se movía con gracia entre las flores mientras hacía giros suaves y rápidos; cada movimiento era preciso y lleno de energía.
Los insectos se estallaron en vítores al ver su hazaña:
—Increíble, nunca habíamos visto algo así.
Saltarín estaba entusiasmado al darse cuenta de que había superado sus propias limitaciones al encontrar formas creativas para participar en la diversión, sin necesidad de saltar alto como los demás.
Al final del día; todos celebraron juntos bajo el cielo despejado; aprendió que ser diferente no significa ser menos valioso; cada uno tiene su propio papel importante en el grupo; incluso aquellos que parecen estar limitados pueden encontrar maneras únicas para contribuir al bienestar común.
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2. Saltarín y el Jardín Escondido
Un día soleado después del festival improvisado con sus amigos; Saltarín escuchó rumores sobre un jardín escondido lleno de flores mágicas que otorgaban deseos a quienes las encontraban. Intrigado por la idea de hacer un deseo para poder saltar como los demás; decidió embarcarse en una nueva aventura.
Saltarín comenzó su búsqueda preguntando a otros insectos sobre el jardín escondido. Una anciana tortuga llamada Doña Tula le dijo:
—El jardín está al final del camino junto al arroyo; pero ten cuidado con las trampas que hay en el camino.
Saltarín agradeció a Doña Tula y siguió su camino hacia el arroyo. Mientras avanzaba; se encontró con varios obstáculos: ramas caídas y pequeños charcos que debía cruzar. Aunque no podía saltar para superar estos obstáculos como otros insectos podrían haberlo hecho; usó su ingenio para encontrar soluciones alternativas.
Primero; vio una rama caída que bloqueaba su camino. En lugar de intentar saltarla sin éxito; observó cómo podía rodarla suavemente hacia un lado usando su cuerpo para despejar el camino.
Luego llegó a un charco profundo. Recordando lo que había aprendido en la carrera anterior sobre trabajar en equipo; llamó a sus amigos:
—Hola. ¿Alguien puede ayudarme?
Un grupo de hormigas trabajadoras escuchó su llamado y rápidamente formaron una cadena para ayudarlo a cruzar el charco sobre sus espaldas.