Aby, la Reina Abeja salvadora
Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de verdes prados y coloridos campos, donde el sol brillaba con calidez y el aire estaba impregnado del dulce aroma de las flores. Las mariposas danzaban entre los pétalos de las margaritas, y los girasoles se inclinaban hacia el cielo, buscando la luz.
Tomás, un recién llegado de la ciudad, llegó a este idílico rincón con sueños de una vida sencilla y próspera. Con una mirada más propia de un empresario que de un agricultor, veía la tierra como un negocio: una inversión que debía rendir frutos rápidamente. Desconocedor de los ciclos de la naturaleza y de la paciencia que requiere la agricultura, Tomás creía que bastaría con sembrar y cosechar para vivir cómodamente.
Pasar de una gran ciudad a una granja fue un gran cambio para el que no se había preparado. Le molestaba tener que madrugar, el fuerte trabajo físico y la tranquilidad del campo. Pero lo que más le disgustaba eran los insectos.
Un día soleado, mientras caminaba por su jardín, notó a muchas abejas zumbando alegremente alrededor de sus flores. También vio mariposas revoloteando entre las plantas y escarabajos que se movían entre la hierba. Sin embargo, en lugar de apreciar la belleza de estos seres vivos, pensó que eran solo plagas que debían ser eliminadas. “¡Qué molestos son estos bichos!” exclamó con desdén.
Sin pensarlo dos veces, decidió arrancar algunas flores para que las abejas no se acercaran. Con cada flor que quitaba, sentía que su jardín se volvía un poco más vacío, pero no le importaba; su única preocupación era proteger sus cultivos. “Si no hay flores, no habrá insectos”, pensó Tomás, mientras tiraba las coloridas margaritas y los vibrantes girasoles al suelo.
Pero lo que Tomás no sabía era que esas abejas y otros insectos eran vitales, no solo para su jardín, sino para el mundo. Sin ellos, las flores no podrían polinizarse y los cultivos no prosperarían. Su decisión de eliminar a las abejas comenzaría a tener efectos devastadores en la naturaleza que lo rodeaba.
Días más tarde, convencido de que necesitaba aumentar su producción para obtener más ganancias, decidió usar pesticidas en su campo de maíz, para asegurarse de que sus plantas crecieran sanas y fuertes. Estaba convencido de que así evitaría cualquier plaga, que pudiera arruinar su cosecha. Roció sus plantas con un potente insecticida. “Esto hará que mis plantas sean las mejores del pueblo”, pensó mientras aplicaba el químico sin pensar en las consecuencias.
Sus acciones no pasaron desapercibidas. En una colmena cercana, la reina abeja Aby observaba con preocupación cómo el granjero estaba destruyendo su hogar y el de los demás.
-Oh, no. Si el granjero sigue así, las flores no podrán crecer y nuestro jardín se marchitará -dijo Aby, agitando sus alas con angustia.
Desesperada por ayudar a su colmena, al jardín y a la granja, Aby voló hasta el bosque encantado para buscar al Hada de la Naturaleza. Cuando llegó al claro donde vivía el hada, le explicó su problema.
-Por favor, Hada de la Naturaleza, ayúdame a hacer que el hombre entienda lo importante que somos las abejas.
La Hada sonrió con amabilidad.
-Te concederé un poder especial -dijo-. Podrás hablarle al granjero mientras duerme y él podrá entenderte. Entonces podrás explicarle lo que está a punto de suceder -Aby se sintió aliviada y agradecida, tenía una esperanza para prevenir el desastre.
Las abejas comenzaron a planear cómo usarían el poder que el Hada les concedió. Decidieron esperar a la noche, cuando el granjero durmiera para que no las viera.
Esa noche, cuando Tomás se fue a dormir, cansado después de un largo día de trabajo, Aby, junto con algunas de sus abejas, estaban escondidas esperando el momento propicio. Cuando apagó la luz y se durmió, las abejas volaron suavemente alrededor de su cabeza y comenzaron a susurrarle al oído.
“Tomás”, murmuraron las abejas con voces tan dulces como el néctar. “Escucha nuestras palabras mientras sueñas e imagina lo que te diremos”. Y así, mientras el granjero dormía profundamente, las abejas lo llevaron a un mundo mágico en su sueño.
En su sueño, Tomás se encontró de pie en su hermoso campo, donde el sol brillaba con calidez sobre las flores que antes danzaban al ritmo de la brisa. Al principio, todo parecía perfecto. Sin embargo, a medida que pasaban los días en su sueño, comenzó a notar cambios sutiles que al principio no le preocupaban.
Las flores comenzaron a abrirse menos. Tomás pensó que era normal, que quizás era solo una fase del ciclo natural. “Nada de qué preocuparse”, se dijo mientras continuaba su trabajo. Sin embargo, al día siguiente, vio que algunas flores estaban marchitas. “Quizás necesitan más agua”, pensó, así que regó el campo con entusiasmo. Pero las abejas ya no zumbaban como antes; algunas parecían cansadas y volaban más despacio. “Son solo insectos”, se dijo Tomás.
A medida que avanzaba la semana en su sueño, los árboles comenzaron a perder sus hojas. Los pájaros que solían anidar en las ramas ya no cantaban por la mañana. Tomás notó el silencio, pero lo atribuyó al clima. “Quizás están migrando”, pensó despreocupadamente.
Un día escuchó un zumbido débil y miró hacia abajo para ver a una abeja luchando por levantarse del suelo. “Pobrecita”, murmuró, pero siguió adelante sin detenerse a pensar en lo que eso significaba.