Cuentos Mágicos para Primeros Lectores: Valientes y Curiosos

Capítulo 10. Miga y las rutas secretas

En un rincón del bosque, un bullicioso hormiguero se llenaba de actividad. Las hormigas trabajaban incansablemente, organizadas bajo el liderazgo de Miga, una hormiga inteligente y astuta. Miga era conocida por su capacidad para organizar a las demás hormigas, según sus cualidades: algunas eran rápidas, otras fuertes, y algunas tenían un gran sentido de la orientación. Juntas, formaban un equipo formidable. Pero cada vez era mas difícil encontrar buenos alimentos.

Un día, mientras las hormigas exploraban los alrededores del hormiguero, Miga tropezó con un objeto extraño y brillante. Era un lápiz, que había caído de la mochila de un niño distraído. Curiosas, las hormigas se acercaron a examinarlo.

—¿Qué es esto? —preguntó una de ellas.

Miga, que había observado a los humanos antes, respondió:

—Es un lápiz. Los humanos lo usan para hacer marcas en papel.

De repente, una idea brillante iluminó la mente de Miga.

—Ya sé, podríamos usar este lápiz para marcar nuestras rutas en el suelo. Sería en secreto, así, solo nosotras podríamos ver los caminos hacia las mejores fuentes de comida y evitar rutas peligrosas.

Las hormigas se emocionaron con la idea, pero pronto se dieron cuenta de que el lápiz era demasiado pesado para ellas. Necesitaban ayuda.

Miga organizó una reunión para discutir quién podría ayudarlas. Consideraron varias opciones:

- Las ardillas: ágiles, pero demasiado ocupadas con sus propias tareas.

- Los conejos: fuertes, pero demasiado nerviosos y asustadizos.

- Los escarabajos: fuertes y resistentes, pero demasiado independientes y solitarios.

Entre todos, las hormigas pensaron en la comunidad de escarabajos, y rápidamente destacaron a Rufus. Por consenso, concluyeron que él podría ser la clave para su plan, aunque sabían que se negaría. Rufus era fuerte y vivía cerca de su territorio, pero era conocido por su arrogancia y falta de cooperación.

Después de un largo debate, decidieron que Rufus era la mejor opción; su fuerza era ideal y su proximidad lo hacía conveniente. Sin embargo, sabían que no sería fácil convencerlo.

Cuando se acercaron a Rufus, este se mostró desinteresado y algo despectivo.

—¿Por qué debería ayudar a unas simples hormigas? —preguntó con desdén.

Miga ya lo había analizado y le propuso un trato:

—Si nos ayudas, te enseñaremos a obtener miel, con la aprobación de las abejas. Podrás disfrutarla sin preocupaciones.

Rufus pareció interesado, pero aún dudaba.

—¿Y qué pasa si decido no ayudarles?

—Entonces —dijo Miga con astucia—, me temo que tendremos que informar a las abejas, sobre quién ha estado tomando su miel a escondidas.

Rufus palideció. No esperaba que las hormigas supieran su secreto. Después de una tensa negociación, finalmente aceptó ayudar.

Con Rufus a bordo, las hormigas comenzaron a planear qué rutas marcar. Decidieron trazar caminos hacia:

- El árbol frutal al norte.

- El arroyo de agua fresca al este.

- El campo de flores con el mejor polen al sur.

- Una ruta de escape que evitara el territorio de las hormigas rojas al oeste.

Mientras trazaban las primeras rutas, escucharon un ruido familiar: el niño había regresado buscando su lápiz.

En pánico, las hormigas y Rufus comenzaron a mover el lápiz, escondiéndolo tras hojas caídas y pequeñas rocas cada vez que el niño se acercaba.

Fue una persecución frenética por todo el bosque. Cada vez que creían estar a salvo, el niño aparecía de nuevo. Rufus demostró su coraje cargando el lápiz rápidamente, de un escondite a otro, mientras las hormigas vigilaban y dirigían la operación.

Finalmente lograron llevar el lápiz a un hueco en un árbol viejo, donde el niño no podría alcanzarlo. Exhaustos pero victoriosos, Rufus y las hormigas se miraron con una nueva sensación de camaradería y respeto mutuo.

Fue en ese momento, mientras recuperaban el aliento, que el lápiz comenzó a brillar y cobró vida. Mientras brillaba con una luz suave y pulsante, Miga, Rufus y las demás hormigas observaban asombrados. De repente, el lápiz se estiró como si fuera de goma y con una voz melodiosa dijo:

—Hola a todos. Soy Pinta ­—dijo el lápiz moviéndose suavemente­—. Gracias por rescatarme de ese niño distraído y por darme un nuevo propósito.

Las hormigas y Rufus se quedaron boquiabiertos incapaces de creer lo que veían y oían.

—¿Puedes... hablar? —preguntó Miga siendo la primera en recuperarse de la sorpresa.

Pinta se balanceó alegremente.

—Claro que sí. Y puedo hacer mucho más que eso. Verán, soy un lápiz mágico. Puedo crear líneas y dibujos que solo aquellos que yo elija podrán ver.

Rufus aún escéptico gruñó:

—¿Y de qué nos sirve eso?

Pinta giró hacia él y le contestó:

—Bueno, amigo fuerte, significa que pueden escribir y ningún otro animal, podrá ver las marcas que hagan ustedes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.