Había una vez, en un bosque lleno de vida y color, una oruga llamada Odri. Era una oruga curiosa y soñadora, siempre explorando cada hoja y cada rama. Un día, mientras disfrutaba del cálido sol, un fuerte viento comenzó a soplar. El viento era tan poderoso que levantó a Odri y la llevó lejos, muy lejos de su hogar.
Cuando el viento finalmente se calmó, Odri se encontró en un lugar desconocido. Era una tierra extraña y desolada, llena de sombras y árboles retorcidos. Se sentía sola y asustada. Miró a su alrededor y vio que otros animales la observaban con miradas curiosas y desconfiadas.
Los animales del nuevo bosque habían escuchado historias sobre las orugas. Se decía que eran criaturas extrañas que podían convertirse en mariposas, pero también que algunas podían ser venenosas. Había un viejo mito que decía que si una oruga se acercaba demasiado a un animal, podría hipnotizarlo con su mirada y dejarlo atrapado en un sueño profundo. Por eso, cuando Odri llegó, todos se alejaron con miedo.
—¿Por qué me miran así? —se preguntó Odri, sintiéndose pequeña y fea.
A medida que pasaban los días, Odri intentó acercarse a otros animales para hacer amigos, pero todos se alejaban de ella. Se sentía triste y sola. Hasta que un día, conoció a un pequeño ratón llamado Rizo, que vivía en una madriguera cercana.
Rizo era diferente a los demás. No le tuvo miedo a Odri. En cambio, se acercó con una sonrisa amistosa.
—Hola, soy Rizo —dijo el ratón—. ¿Quieres comer algo?
Odri se sorprendió por la amabilidad de Rizo. Aceptó su oferta porque tenía mucha hambre. Juntos compartieron algunas semillas que Rizo había encontrado.
—Gracias, Rizo —dijo Odri con gratitud—. Creo que nadie me acepta porque soy fea.
Rizo frunció el ceño al escucharla.
—No es eso —respondió—. Es solo que nunca han visto a una oruga como tú antes. Tienen miedo porque no te conocen.
Odri sintió un pequeño rayo de esperanza al escuchar las palabras de Rizo, pero la tristeza aún pesaba en su corazón.
Un día, mientras exploraban juntos el nuevo territorio, Odri encontró algo brillante entre las hojas secas: era un espejo dorado. Curiosa, se acercó para mirarse en él. Pero al verse reflejada, solo pudo ver lo que consideraba feo: su cuerpo arrugado y verde.
Las orugas eran criaturas largas y suaves, con un cuerpo segmentado cubierto de pequeñas protuberancias que parecían espinas. Tenía patas pequeñas que apenas podían sostenerla mientras se movía lentamente por las hojas. En comparación con otros animales del bosque, como los coloridos pájaros o los ágiles ciervos, Odri sentía que no tenía nada especial.
—Oh, ¿por qué soy tan fea? —lamentó Odri sin darse cuenta de que el espejo podía escucharla.
De repente, el espejo comenzó a brillar intensamente y una voz suave emergió de él.
—Querida Odri —dijo el espejo—, no eres fea en absoluto. Eres hermosa tal como eres.
Odri se sorprendió al escuchar al espejo hablar.
—¿De verdad? —preguntó con incredulidad—. Solo veo una oruga triste.
El espejo continuó:
—Lo que no ves, es tu verdadero potencial. Tienes la capacidad de transformarte en algo aún más hermoso. Cuando llegue el momento adecuado, volarás con alas brillantes y serás libre como nunca antes.
Odri sintió una mezcla de asombro y esperanza al escuchar esas palabras.
—¿Volar? —repitió emocionada—. ¿De verdad puedo hacerlo?
—Sí —respondió el espejo—. Pero antes de transformarte, debes aprender a aprovechar tus habilidades actuales. Eres ágil en los arbustos y puedes moverte entre las hojas con facilidad; usa eso para explorar tu entorno y encontrar comida deliciosa.
Rizo observaba atentamente desde un lado, mientras el espejo hablaba con Odri.
—Solo debes creer en ti misma y esperar tu momento de transformación —le dijo el espejo. Pero, es importante que disfrutes tu vida en cada fase, no esperes hasta ser una mariposa para ser feliz, siempre lo puedes ser, si es tu elección.
Rizo se acercó al espejo y miró a Odri con admiración.
—Eso es increíble —exclamó—. Debes creer en ti misma, Odri. Eres especial.
Con renovada confianza, Odri decidió que no dejaría que sus inseguridades la detuvieran más. Junto a Rizo y el espejo dorado, comenzaron a explorar su nuevo hogar juntos.
Al principio, Odri no sabía qué comer; la vegetación era diferente a la de su antiguo hogar. Pero Rizo le mostró cómo probar diferentes hojas para ver cuáles eran sabrosas y seguras para ella. Juntos descubrieron hojas tiernas de diente de león y frescas hojas verdes de trébol; cada bocado era una nueva aventura para Odri.
Pasaron días llenos de aventuras; Rizo le mostró los mejores lugares para encontrar comida y cómo hacer amigos con otros animales del bosque. Poco a poco, Odri comenzó a sentirse más cómoda en su piel.
Un día soleado mientras exploraban cerca del arroyo, Odri vio cómo los pájaros volaban alegremente por encima de ella y cómo los ciervos saltaban entre los árboles. En ese instante comprendió lo especial que era ser parte del ecosistema del bosque; cada criatura tenía su propio papel en la naturaleza.