Cuentos Mágicos para Primeros Lectores: Valientes y Curiosos

Capítulo 13. Rizo y la Alfombra olvidada

Era un día soleado cuando Rizo, el ratón aventurero, decidió explorar más allá de su hogar en el bosque. Caminó y caminó, dejando atrás los árboles conocidos hasta que llegó a una granja. Exhausto por la larga caminata, Rizo vio el establo y pensó que sería un buen lugar para descansar.

Mientras se acomodaba en un rincón del establo, la lluvia comenzó a caer con fuerza. Las gotas golpeaban el techo de madera, y pronto el agua empezó a filtrarse por el suelo. Rizo, buscando refugio del frío y la lluvia, se movió hacia el fondo del establo, donde encontró un rincón seco y acogedor. Allí se cubrió con un poco de heno y se quedó dormido.

Al amanecer, Rizo se desperezó y se quitó el heno de encima. Su sorpresa fue enorme cuando vio frente a él un enorme gato, que lo observaba con curiosidad. Ambos se quedaron mirándose fijamente durante unos segundos. Rizo temblaba de miedo, pensando que el gato podría comérselo.

El gato bostezó, abriendo su gran boca llena de dientes afilados, lo que hizo que Rizo entrara en pánico. Sin embargo, al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que en ese rincón había varias cosas viejas tiradas que ya no se usaban en la casa: sillas rotas, pelotas desinfladas, bicicletas oxidadas, juguetes olvidados y una alfombra antigua. No había espacio por donde huir.

Rizo miró a su alrededor buscando un lugar donde esconderse. Con rapidez, se metió entre los pliegues de la alfombra. Permaneció allí, intentando mantenerse quieto, aunque su cuerpo temblaba de miedo. Los segundos parecían eternos, el silencio era abrumador, hasta que escuchó al gato llamarlo.

—Ratoncito, ratoncito, ¿dónde estás? No te voy a hacer daño —decía el gato con una voz suave.

Rizo no podía confiar en ese enorme gato y seguía escondido. Pero el gato, insistió:

—Estoy muy solo y no tengo amigos. ¿Te gustaría ser mi amigo? Yo me llamo Cute. ¿Y tú?

Rizo no respondió al principio, pero la voz amistosa del gato lo hizo reflexionar. Cute continuó hablando:

—Antes era la mascota favorita de un niño Tomás. Pero me volví perezoso y cuando empecé a engordar ya no quería jugar conmigo; Tomás prefirió a los perros grandes y bravos. Ahora estoy muy solo y a veces tengo hambre porque no me dan mucha comida. No soy capaz de cazar porque no tengo agilidad ni ganas para hacerlo; no podría comerme un pajarito o ratón como tú.

Finalmente, Rizo sintió que podía confiar un poco en Cute y decidió salir lentamente de su escondite. Al mirar más detenidamente al gato, se dio cuenta de que sí estaba gordo, pero no era tan grande como había pensado; su pelaje esponjoso le daba un aspecto tierno.

—Hola —dijo el ratón con cautela—. Soy Rizo. Vengo de otro bosque; quise explorar nuevas rutas y llegué aquí cansado y con sueño. Pero tranquilo, no me voy a quedar; regresaré pronto.

Cute le pidió que no se fuera aún.

—Quédate unos días —insistió—. Quiero jugar contigo, podemos ser amigos. Yo también estoy muy hambriento y con tu ayuda, podemos conseguir algo de comer.

Rizo dudó.

—¿Y qué puedo hacer yo? —preguntó.

Cute sonrió con picardía.

—Sé cómo ir a escondidas a la casa y entrar a la cocina. En la alacena hay comida deliciosa para los dos. Solo tienes que entrar y sacar algo por el hueco que te voy a indicar.

—¿Y qué no lo haces tú? —preguntó Rizo.

—Porque el hueco es muy pequeño y tu si puedes hacerlo.

Intrigado por la idea de una comida compartida, Rizo decidió seguir a Cute hacia la casa de la granja. Con cuidado, Cute le mostró un pequeño agujero en la pared por donde podía entrar a la cocina sin ser visto.

Una vez dentro, Rizo comenzó a explorar la alacena mientras Cute vigilaba desde afuera. Encontró algunas migajas de pan y un trozo de queso olvidado en una esquina. Se sintieron como verdaderos aventureros mientras compartían su festín en secreto.

Después de comer, volvieron al rincón del establo donde habían comenzado su amistad y se acomodaron para descansar. Mientras reposaban después del banquete, Rizo ya se sentía cómodo con Cute; había aprendido que él decía la verdad sobre su soledad y realmente quería ser amigos.

Mientras charlaban sobre sus vidas y sus sueños, la alfombra antigua, que estaba tirada junto a ellos les habló repentinamente:

—Hola, no se asusten. Los he estado observando todo este tiempo y escuchando lo que decían. También me siento muy sola; no tengo amigos. Tengo una idea para ayudarles.

Rizo y Cute intercambiaron miradas sorprendidos mientras la alfombra continuaba hablando:

—Podemos hacer que todos en la granja crean que Cute es un gran cazador persiguiéndote para que le de importancia y lo consientan.

A Cute le gustó la idea, pero a Rizo le asustó.

—¡No! Eso es peligroso —exclamó—. Si siempre ven a Cute persiguiéndome y que nunca me atrapa, entonces ellos van a querer perseguirme.

Pero Cute encontró atractivo el plan:

—Podemos buscar la forma de que no puedan atraparte, yo te enseñaré escondites. Eso podría funcionar —dijo—. Así podría conseguir más comida; me darán más y la compartiré contigo.

Rizo frunció el ceño:

—Pero me reconocerán y sabrán que nunca me atrapas.

La alfombra sonrió con entusiasmo:

—Para eso también tengo solución: cada día pueden usar diferentes hebras de mi cuerpo para cubrirte con un color distinto. Así cada vez parecerás un ratón diferente cuando Cute te persiga.

Rizo pensó en ello por un momento antes de responder:

—Pero... ¿y si te quedas sin hebras?

La alfombra rio suavemente:

—No te preocupes por eso; cada vez que usen unas hebras, las vuelvo a anudar a mi cuerpo y mágicamente se restaura mi diseño original.

—Está bien... pero debemos tener cuidado para no ser atrapados realmente —dijo Rizo un poco inquieto.

Así fue como comenzaron sus travesuras en la granja: cada día Rizo cambiaba su apariencia usando las hebras coloridas de la alfombra, mientras Cute lo perseguía juguetonamente por los alrededores de la casa.




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