Macario. Un niño que no se conformaba con lo que sus padres le daban, tenía como pasatiempo favorito, arrebatarle de las manos a su hermano lo que sus papás le compraban, pues todo lo quería para él.
El chiquillo era bastante odioso, y quien tuviera el infortunio de tenerlo al lado, no tardaba en alejarse. Siempre los niños rehuían de él, pues si era capaz de comportarse envidioso con su hermano, con los demás era igual, o peor; por lo que, ninguna madre quería que su hijo tuviera contacto con semejante niño. A los únicos que les quedaba quererlo, eran a los papás y al hermano, que este último, teniendo un alma buena y hasta sumisa no se contraponía a las malas acciones que su hermanito tenía contra él.
Un día, el padre, a quien en su trabajo le habían dado un bono bastante cuantioso, decidió comprar unos zapatos costosos a cada uno de sus hijos. Pero, él espero a que fuera el momento propicio para dárselos, ya que quería que dé un momento especial se tratara. Aunque los hermanos se llevaban un año de diferencia, por azares del destino, celebraban su aniversario el mismo día del mismo mes.
Cuando estaban festejando el cumpleaños de los dos, los papás les dieron respectivamente los zapatos que habían guardado en el armario por dos meses. Los habían metido hasta el fondo para que ninguno de los chicos los encontrara, si por alguna razón metían las narices ahí. El primer turno fue del niño envidioso, que de inmediato con sus manitas, que aunque eran pequeñas, contaban con innumerables actos de maldad que había cometido contra otros niños. Rompía el papel fantasía que tenía impreso imágenes de figuras infantiles icónicas de las que les gusta ver a los pequeños en la televisión. En sus manos tenía los zapatos que su papá le había regalado con tanto esmero, y con los que se había gastado gran parte de su dinero; dinero que se pudo gastar en sí mismo, pero era tanto el amor que profesaba a sus dos pequeños, que jamás sería capaz de derrocharlo en alguien que no fueran sus dos retoños. De inmediato, se dibujó en el rostro del niño una muestra de desagrado, pues lo que él esperaba era un juguete, de esos que anunciaban en la pantalla de TV que estaba prendida todo el día en su casa. Pero nada estaba más lejos de la realidad. Ese malcriado no entendería el esfuerzo y el entusiasmo con el que el progenitor y su madre escogieron esos zapatitos. Total, que se los midió de mala gana y de inmediato se los quitó, lanzándolos lejos, dejando claro que ese calzado le daba enteramente igual. Cosa contraria a su hermano, quien se perdió el penoso espectáculo que el pequeño con el que compartía padres acababa de dar. Él si había desenvuelto el regalo con cariño y acabó de destaparlo, dobló el papel con delicadeza para guardarlo como recuerdo del hermoso presente que le habían dado con tanto afecto. A él si le había parecido hermosa la elección de papel que habían hecho para él. Era un papel brillante color plateado que al chico le hizo que le brillaran las pupilas al verlo; pero más tardó en desenvolverlo, que en que su hermano se lo arrebatara de las manos. Lo destapó como si fuera su regalo también y dijo: - Estos también me los quedo yo-. Se descalzó de nuevo y estaba dispuesto a probarse los zapatos para adueñarse de ellos. Metió sin delicadeza su piecito que aún estaba sucio, pues lo puso en el piso, para impulsar el primer par de zapatos que despreció, cual proyectiles, cosa que tampoco le importó, no le interesaba si ensuciaba los zapatos de su bondadoso hermano, y más, teniendo conocimiento que ese chico de buenos sentimientos jamás traía su calzado y su ropa sucia. Que cruel era esa criatura. Cuando su dedo gordo llegó al fondo, vio satisfecha su fechoría y se los quitaría de inmediato, copiando la primera acción que realizó con los primeros que si eran destinados para él, pero un cosquilleo le recorrió el mismo dedo gordo que había ganado la carrera a los otros llegando a la meta en primer lugar. En primera instancia, le gano la risa y jugueteó con lo que fuera que le estuviera causando aquella sensación tan agradable, pero ni él, ni ninguno de los presentes imaginó lo que pasaría de inmediato. El niño altanero soltó un grito que ensordeció, sino a todo el mundo, por lo menos a todo el vecindario, pues al chico de malos sentimientos, apreció un pellizco en la planta del pie. Los papás corrieron a auxiliarlo y a ver qué era lo que pasaba. Él, les indicó de dónde provenía su malestar y los padres de inmediato le retiraron el calzado para comprobar qué era lo que causó la molestia en el pequeño. Cuando el papá de Macario se asomó por el zapato y lo agitó para cerciorarse de que no hubiera alguna piedra o basura, de él salió una enorme araña patona: era tan grande que hasta sus tenazas se notaban como abrían y cerraban esperando a otra presa. Macario de inmediato fue llevado al hospital y fue atendido por un doctor que para su fortuna caminaba por los pasillos.
El médico estaba tardando en salir a dar noticias del estado del chico. Los tres familiares se mordían las uñas muy tristes por su pariente. El hermano lloraba, pues a él no le importaba cuan envidioso fuera su hermanito, es más, él se prometió que si su allegado salía bien del hospital, dejaría que le arrebatara sus regalos de cumpleaños y hasta los de navidad. Sin haberlo querido, ni mucho menos planeado. Macario había salvado a su hermano de padecer ese mal rato, pues si hubiera sido él quien se probara los zapatos, la historia sería diferente; pero la lección la tenía que aprender el niño envidioso, y por eso así sucedieron las cosas.
Cuando por fin salió el médico, les explicó a todos que Macario había estado cerca de morir, pues esa araña era una de las especies más venenosas del mundo, pero lo habían llevado a tiempo e iba a estar bien. Todos se horrorizaron, para después respirar con alivio al saber que el chico la había librado.