María estaba totalmente antipática con esa idea de poner comida a gente que ya habían muerto. Para ella era totalmente absurdo pensar que las almas de las personas que alguna vez habían habitado el planeta tierra vendrían del más allá a comer sus alimentos favoritos, o incluso que los niños que no tuvieron la fortuna de vivir tanto como se supone una persona vive y por equis razón tuvo que partir al mundo de los muertos, venga a jugar los juguetes que ahí les son puestos. – Vamos María ayúdanos a tu madre y a mí a poner estas cosas en el altar. No ves que tus abuelos están a punto de venir para visitarnos y no estaría bonito que a la hora de su llegada no hubiera nada a su alcance. Incluso sería triste para ellos.- Le insistía su papá por tercera ocasión a la niña incrédula. – No papá, acaso no te das cuenta que es una total pérdida de tiempo hacer eso. En que cabeza cabe que vendrá un alma transparente y se coma lo que ustedes ponen aquí, en primer lugar se supone que no tienen un cuerpo físico que pueda tocar la comida y guardar esa misma comida, pues tampoco tienen un estómago donde almacenarla. Y tampoco creo que sea muy razonable creer que si esa alma tiene necesidad de comida, se le alimente una vez al año.- Le argumentó la pequeña a su ahora menos entusiasmado padre. – Entiendo tu desconcierto y a la vez no, porque suena muy loco lo que pretendo que entiendas, pero se supone que eres una niña y los niños están llenos de fantasía, por lo cual para ti debería ser más fácil creerlo que para mí. Mira, tómalo como lo que es, una tradición. Las tradiciones que posé un pueblo, ciudad o país es algo muy importante, es oro intangible, es parte esencial de lo que es su gente, y si dejamos que esas tradiciones terminen sería como arrancarle el corazón y dejarlo sin vida. Sería como un ser de esos que ves en la televisión, como un zombie que camina sin rumbo y sin ningún objetivo, sólo caminar por caminar.- Trató de convencerla. – Papá basta, entiendo lo que tratas de decirme pero eso no va a hacerme cambiar de pensar y no quiero ayudarlos a hacer algo que de antemano sé estoy perdiendo mi tiempo. Y ya no insistas.
El padre muy desilusionado, pues no logró su cometido dejó el altar a medias. Para él era una tradición heredada de generación en generación y era frustrante no poder contagiar a su hija de ese entusiasmo que sentía cuando era niño y su madre y él ponían el altar a su papá que había muerto desde que era niño.
La pequeña malcriada salió a jugar y notó que ningún niño con los que solía jugar había en la calle. La mayoría se veía por las ventanas poniendo unos hermosos e inmensos altares, por lo que, por un momento la niña sintió un diminuto deseo de regresar con su padre y también ponerse a colocar cosas al dichoso altar del día de muertos, pero en su mente sentiría que se vería lo bastantemente tonta como estaba viendo a sus pequeños amigos. – ¿Tu no piensas poner la ofrenda?- la sobresaltó un joven que vivía en las calles, porque había quedado huérfano desde niño y sobrevivía de lo que los vecinos le regalaban. – ¿Yo? Claro que no. Soy lo suficientemente inteligente para no creer en esas cosas.- le respondió muy altanera. - ¡Wao! Pues que mal, sabes que daría yo por ponerle a mi mamá un plato de mole. Ese potaje magnífico que se realiza a base de un conjunto de ingredientes muy tradicionales y mexicanos. ¿Sabes? Mi mamá lo amaba, era muy pequeño cuando ella murió pero aún lo recuerdo, aún sostengo muchos recuerdos en mi mente, como que mi papá era muy fanático del tequila mientras chiflaba entonando alguna de sus canciones rancheras con singular alegría. Creo que deberías aprovechar que tu si puedes hacerlo y poner a todos tus seres queridos todo lo que ellos amaban en vida.- Le decía casi en un ruego. – Bueno, ya te dije que no quiero hacerlo y no trates de obligarme, yo no tengo la culpa de que tus padres estén muertos.- No había terminado de decir eso cuando la niña ya estaba arrepintiéndose de lo que había soltado sin pensar. El joven sólo la miró con los ojos cristalinos y se dio media vuelta para retirarse pues tal vez el nudo que se le había formado en la garganta no tardaría mucho en convertirse en llanto. Por lo tanto la niña no trató de detenerlo pues sabía que no había nada que pudiera decir que remediara la sarta de tonterías que acababa de decirle. Si sus padres la hubieran oído seguramente se sentirían muy avergonzados de ella y la actitud que estaba tomando con respecto a todo lo relacionado con el tema.
María se recostó en su cama y se sentía extraña por no poder creer en lo que todo el mundo le decía a cerca del día de los difuntos. Incluso, realmente tuvo un sentimiento de frustración porque todos sus compañeros en la escuela contaban lo hermosos y enormes altares que adornaban sus casas. Con los tradicionales panes llamados hojaldras únicamente vendidos en esa época del año, sus cazuelas de mole de todos los tipos, tomando en cuenta que México cuenta con una gran variedad de este guiso. Sin dejar atrás las tradicionales calaveritas de dulce que adornan sus frentes con los nombres de las personas especiales que nos han dejado para dar paso a una “vida” mas allá, para trascender a otro plano y reunirse con sus seres más queridos y con toda la corte celestial de la cual nos hablan los libros espirituales. La pequeña María realmente quería creer en eso pero no podía, no era capaz de implantarse esa idea. De nueva cuenta le pareció absurda la idea que todo ese cuento de hadas fuera realidad. No entendía porque la gente era incapaz de ver más allá de su nariz. Cerró sus ojos e intento entregarse a los brazos de las tinieblas del sueño, no quería seguir alimentando su mente de lo que ella repetía era una absurda idea.
Llego el momento que no supo si estaba en la realidad o en el sueño, ya que notó que una sombra pasaba por la puerta de su cuarto. Sabía que no era ninguno de sus padres, ya que estando en la cama difícilmente se levantaban porque caían como piedra. No sabía si levantarse y averiguar o echarle la culpa a su imaginación, pues era lo más cómodo. Mientras debatía volvió a ver pasar la misma sombra. La curiosidad pudo más que todo y fue. Caminó cautelosamente por el pasillo que llevaba hacia la sala de su casa. Enfocó varias veces los ojos, al parecer sus ojos no estaban funcionando como deberían pues no lograba distinguir de quien se trataba la persona que estaba frente al altar que su papá había dejado a medias esa misma tarde. Pero a pesar de que ella estaba a máximo dos metros de distancia ante esa figura, esta era totalmente traslucida, no había manera de detener la mirada sobre ella debido a que podía ver a través de ella, lo cual era totalmente imposible y mucho más para ella que era la niña más incrédula de la vida. Dentro de su mente ella misma se dijo >Tranquila, es obvio que se trata de un sueño, no tardas en despertar<. No había tardado tanto en calmarse, cuando aquella figura se daba la vuelta lentamente para mirar a la niña indefensa, ahí estupefacta y sin saber cómo reaccionar. La niña la reconoció inmediatamente. Era su abuela, la mujer que todas las noches le contaba cuentos para ir a dormir, la que le regalaba dulces a escondidas porque sus papás no estaban muy de acuerdo que la niña comiera golosinas de más. Pero no era posible, bueno si porque se trataba de un sueño según las conclusiones de María. - ¿Abuela?- Titubeó la pequeña y continuó. - ¿Pero qué haces en mis sueños?- Cuestionó de nueva cuenta. – No querida, no es un sueño.- Le respondió. La niña dentro de su inocencia no estaba entendiendo nada, como es que su sueño le cuestionaba que era un sueño, todo estaba muy raro. – Las que conversan en este momento son nuestras almas que se han sincronizado para reunirse en este instante. - ¿Y por qué estás tan triste? ¿No te da gusto verme?- Se extrañó la niña al ver el ceño muy fruncido y una pequeña curva hacia debajo de la boca de la que fue su abuela en vida. – Claro que me da mucho gusto verte, pero ¿No entiendo que es lo que pasó, por qué decidieron no poner el altar del día de todos los santos?- La pequeña no sabía cómo reaccionar y no sabía si en ese estado se podía sonrojar pero podría jurar que lo estaba. – Mi hijo nunca había fallado, siempre nos ponía nuestra ofrenda a tu abuelo y a mí. Al parecer ya se está olvidando de nosotros.