Josué, un niño amargado y solitario, caminaba por las calles lluviosas de su ciudad. Se ponía sus botas de huele y salía a cazar charcos de agua para brincar en ellos una y otra vez sin importar si salpicaba a las personas de su alrededor que sólo le decían cosas como – Niño fíjate- o – Ay mocoso irrespetuoso-. Pero, como todo ser humano tenía un defecto muy grande, un defecto que no podía remediar y que era parte ya de su esencia misma, era un niño ambicioso.
A pesar de ser un chico que disfrutaba de sus aventuras, obra de su imaginación, de repente sentía que necesitaba un amigo, pues nadie quería estar cerca de él, generalmente le gustaba hablar consigo mismo en voz alta, por lo que, sus compañeros de escuela y vecinos pensaban que estaba loco.
Un día, uno de sus compañeros por azares del destino tenía que irse por la misma ruta por la que Josué recurrentemente iba hacia su casa, se acercó a él y le dijo: - A que no te atreves a tocar el timbre de esa casa-. A lo que el pequeño Josué accedió pues estaba dispuesto a lo que sea para conseguir amigos. Después de hecha la acción, los dos corrieron como desquiciados riendo como si no hubiera un mañana, para finalmente despedirse con un choque de puños y cada quien irse a su destino donde la calle se dividía. Josué, al día siguiente saludo con una sonrisa al que pensaba que sería su amigo después de la travesura del día anterior, a lo que el cruel chico ignoró sin mas, y así fue como se esfumó la esperanza de Josué de tener un nuevo amigo.
Un día también, Josué ilusamente invitó a todos sus compañeros de clase a su fiesta de cumpleaños, y a pesar de todo el entusiasmo que imprimió en la invitaciones, nadie se apareció, por lo que, ese día el desdichado Josué lloró y lloró pues no entendía por qué nadie quería ser su amigo. En ese cumpleaños, sus padres trataron de consolarlo y trataron de hacer que ese día levantara el ánimo y le mostraron el regalo tan especial que le tenían preparado. Se trataba ni mas ni menos que de un perrito Xoloitzcuintle, por lo que el inconsolable Josué retomó un poco de entusiasmo por su fiesta y sólo así fue como lo convencieron en soplarle a la velas y pedir su deseo.
No era necesario ser un genio para saber que lo que el pequeño Josué anhelaba era un amigo con quien hablar, con quien compartir los momentos de risas como muchas veces veía a los demás niños que el conocía.
A pesar de que los padres y el mismo niño creían superado lo ocurrido en la fiesta, no había nada mas lejos de la realidad. Entre sueños sin tener control de sus ojos, salían lagrimas desconsoladas. Soñó que su fantasía se volvía realidad, que llegaba esa compañía, ese amigo con el que pudiera comentar los comics que leyó, o las caricaturas que vio. Y así, soñando y fantaseando transcurrió toda la noche hasta que amaneció. El pequeño escucho el llamado de su mamá para ir a la escuela, por lo cual se levantó mas desganado que nunca de la cama. Hizo toda la rutina de uniformarse y peinarse. Tomó su mochila con mucho pesar, pues no podría mirar a los ojos a sus compañeros después de la humillación que le habían hecho pasar. Abrió la puerta de su recamara y estando a un paso de salir escuchó que una voz le decía. – Adiós-. El extrañado Josué no supo si fue real lo que escuchó o su imaginación le estaba jugando una pasada por lo adormilado que iba. Dio media vuelta de nueva cuenta para salir ahora si de su cuarto, cuando escuchó otra vez. – No tengas esa cara triste, sonríe-. El pequeño dirigió la mirada hacia donde salían esas palabras y para su sorpresa, era el cachorro que le habían regalado en su cumple años y que incluso el no recordaba que existía. Entró en desconcierto y no quiso averiguar si se estaba volviendo loco o que le estaba pasando, así que salió disparado.
Lo que pasara en su salón de clases era lo de menos. Él lo que quería era no llegar a su casa, pues el miedo lo invadía de pensar que lo que vio esa mañana fuera verdad. Así que llegada la hora, pasó la mayor parte del tiempo en la sala de su casa viendo programas de televisión con sus padres fingiendo que le gustaban, pero la hora inevitable de entrar a su recamara llegó. – Josué, no se te olvide llevarle agua a tu mascota-. Le recordó su madre. El niño hizo lo que le ordenaron y con el pulso tembloroso, paso a paso se acercaba a su recamara. Asomó su cabeza y miró por todos lados. El cachorro lo vio desconcertado y el niño de igual manera, y así estuvieron durante un rato, y al ver el chico que nada pasaba respiro profundamente, aliviado pues era evidente que todo había sido parte de su imaginación. – ¿Por qué tardaste tanto?-. Escuchó de la nada y con el susto soltó el recipiente con agua que era para el pequeño animal. – Josué, no te espantes, soy yo, el amigo que pediste en tu deseo de cumpleaños-. el niño no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, su pequeño nuevo amigo estaba emitiendo sonidos de su hocico, pero no cualquier sonido, estaba entablando una conversación con su amo.