Había una vez, una mujer que tuvo a su primer hijo. Ella, su esposo y su pequeño bebé era una familia perfecta, y aunque en muchas ocasiones había dificultades entre ellos, siempre encontraban la manera de resolverlo y seguir adelante.
Un día. La madre amamantaba a su hijo, y como cualquier mamá que desea lo mejor para su bebé, veía y leía consejos para tenerlo lo más seguro y con la salud más firme que cualquier niño pudiera tener. La progenitora veía la televisión y dentro del programa mañanero, salió un reportaje de una mujer que lideraba una marcha de más personas detrás de ella que exigían y buscaban “abrir” los ojos de los padres de familia con pancartas y gritos que decían > Las vacunas son malas para las personas< > NO A LAS VACUNAS<.
En ese instante, la mujer preocupada por lo que sus ojos veían, decidió adentrarse en internet y ver un par de videos en la WEB para corroborar lo que había escuchado, y efectivamente, había muchos videos de gente desprestigiando a las vacunas que han sido inyectadas a los bebés desde tiempo atrás. Incluso había gente que hablaba de temas conspiratorios y que decían “era una manera de que el gobierno nos tiene controlados inyectando microchips a la población”.
Cuando el papá del niño le hizo saber a la madre que justamente al día siguiente era la cita del bebé para aplicar una vacuna de suma importancia para su desarrollo, ella le dijo que no iba a aplicar la vacuna a su hijo, porque en base a la información que leyó, y a pesar de que también se informó de los estudios que demuestran que las vacunas eran vitales para la salud del ser humano, decidió que las personas en contra de ellas tenían la razón. – Estás loca.- El esposo le dijo, pero ella no escuchó.
De mala gana, el papá del bebé logró convencerla para que fueran a visitar al doctor y él mismo les explicara el por qué de la importancia de las vacunas.
Ya estando en el consultorio, el doctor así lo hizo, le dijo con señas y puntos por qué era peligroso que no le pusiera las vacunas al infante, pero la ignorante madre no escuchó ni una palabra ya que su cabeza se había hecho a la idea de que vacunar a su hijo sería un error enorme, y el padre por más que se opuso a que su hijo anduviera por la vida si las vacunas, no pudo convencerla ni imponerse.
Y así creció el niño, sin una sola vacuna que lo protegiera de enfermedades que ya hasta la humanidad había olvidado que existían y que sólo eran mencionadas justamente cuando se aplicaban las vacunas a los niños en su nacimiento y más adelante en las escuelas. De alguna manera inexplicable, la mujer en cuanto su hijo ingresó a la escuela, en una junta que convocó y a la cual invitó a los padres de los nuevos compañeritos de su hijo. Los adoctrinó y de la misma manera de cómo a ella le impusieron esa idea, ella logró convencer a los padres para que desde ese día, ninguno permitiera una vacuna más a sus hijos, y así lo hicieron los progenitores de los niños al pie de la letra. A tal grado que advirtieron a la escuela; que no iban a permitir que sus descendientes fueran perforados por una aguja para ser inyectados de “no sé qué cosa”. Los profesores insistieron en que estaban en un error, pero ellos no quisieron escuchar, porque la voz de la mujer que les dio a conocer la información retumbaba como eco en la cabeza de todos. Los padres estaban como hipnotizados y no escuchaban razones. Aunque hubo un par de padres de familia que se opusieron a las ideas retrógradas de los que creía esas patrañas, tampoco fueron escuchados y prefirieron cambiar a sus hijos de escuela para evitar que ellos adquirieran ideas con las que ellos no comulgaban.
Un día, en el cumpleaños del entonces ya niño de seis años. Los padres le regalaron un gatito de cumpleaños. Era un gato enorme color naranja con ojos grises. Eran de esos gatos finos que no se mueven de donde los dejes, y eso no le gustaba al pequeño, porque él quería jugar con el minino, a lo que se la pasaba molestándolo para que el gato se moviera y corriera tras de él. El infante por más que le picaba la panza y le jalaba la cola para que el gato reaccionara y fuera detrás de él, lo único que logró: es que el gato le dejara marcas en la cara y en las manos, pues el animal al ser agredido usaba como defensa sus uñas.
A mitad de curso, una de las madres reclamó a la mamá del niño; porque su hijo había mordido a su retoño, y exigió que no volviera a pasar porque tomaría cartas en el asunto y habría grabes consecuencias. La madre en cuanto tuvo de frente a su hijo, le preguntó el por qué había hecho tal cosa de morder a su compañero, el niño no supo responder y únicamente le dijo que no lo sabía.
Al final de semana, ya no eran ni uno ni dos los reclamos que la mamá del niño recibió. Más de la mitad del salón protestó ante el director y pidió la expulsión del pequeño, pues ya lo habían etiquetado como un niño violento, muy a pesar de que ya se le había pedido que dejara de hacer esas prácticas agresivas contra sus compañeros.
La mamá no llevó más a su hijo a la escuela porque los otros padres de familia se ponían como una barrera humana para evitar el ingreso del pequeño mordelón.
El papá del niño sugirió que tenían que ir al doctor o a un especialista porque no era normal que el niño mordiera a la gente que se cruzara en su camino.
Una vez ahí, el doctor llegó a la conclusión, que el niño tenía principios de rabia, pero que estaba a tiempo de curarse si se vacunaba contra ella, cosa a la que la madre se negó rotundamente, porque iba contra su ideología y contra lo que pensaba era algo positivo, y por lo tanto el niño no se vacunó.