Wendy era una niña que vivía en una destartalada casa cerca de Londres, en el año 1910, con muchos problemas, no solo económicos, sufría agresión física y psicología de su madre quien la tuvo a ella, a un hermano mayor, y uno menor, todos de padres distintos, quienes al saber que iban a tener un hijo, abandonaban a la mujer.
Por eso y algunas cosas más, la mujer no se preocupaba de los pequeños, siempre llevaba distintos hombres a su casa, que se creían "los dueños del lugar" ya que le daban dinero a la mujer para los gastos. Ahora que la niña cumplió 8 años tenía miedo todo el tiempo, ya que algunos de ellos la miraban de manera lujuriosa, sabía lo que pasaría, al menos por ahora había podido cuidarse, pero no sabía cuánto más lo lograría.
Se sentía protegida por su hermano mayor, John, que tenía 10 años, en el día éste iba a una mina a trabajar, en la noche dormía con los menores y los cuidaba. Él a veces recibió los golpes que su madre les quería dar a todos cuando estaba frustrada por no conseguir más dinero, o por los maltratos de su pareja de turno.
Hacía 6 meses atrás, John, el niño mayor, salió a ver si conseguía algo de comer en la noche para sus hermanos menores, y nunca volvió. Nadie se preocupó por él, solo era uno más perdido de la clase más pobre.
Una noche la nueva pareja de la madre de los pequeños, luego de que la mujer se durmió se dirigió a la pieza donde sobre un poco de paja dormían la niña y su hermanito Michael, de 4 años.
— ¿Qué pasa señor? ¿Necesita algo?
— Sí, a ti — le dijo el degenerado, que estaba con olor a licor barato.
Por suerte estaba tan tomado que la niña pudo empujarlo cuando él se acomodó sobre ella, tomó de la mano al niño y vestidos solo con ropa delgada, salieron corriendo.
— ¿Qué pasa Wendy? Tengo sueño y frío — reclamó el pequeño que no había visto nada del ataque que sufrió la pequeña.
— Nada malo hermanito, todo estará bien, solo no te apartes de mí.
Caminaron por varias horas, como vivían en una zona rural, se sentaron en unos arbustos, cansados.
— ¿Cuándo volveremos a casa?
— No regresaremos, debemos seguir solos, yo te cuidaré Michael, lo prometo.
Cuando la luna llena iluminó todo, dos siluetas aparecieron frente a ellos, la niña cubrió a su hermanito pensando que era su madre y su pareja, pero para su sorpresa era su hermano mayor y otro niño, con las orejas en punta, que vestía con ropa extraña de color verde.
— John ¿Eres tú? ¿No es un sueño?
— Los vine a buscar. Sígannos.
Se abrazaron los pequeños, contentos por volver a estar juntos.
— ¿A dónde iremos? — la niña miró para todos lados.
— A Nunca Jamás.
— No sigas con esas tonterías ¿Vives cerca de acá? ¿Iremos a pie? ¿Demoraremos mucho?
En eso una luz pequeñita llegó, que dio varias vueltas a los niños, que comenzaron a elevarse.
— Pero que...
— Solo relájate Wendy, esto será muy divertido — tomó de las manos a sus hermanitos, que asombrados veían como se elevaban del suelo.
Se dirigieron a una estrella muy brillante en el cielo, ninguno hablo, era todo tan irreal, la niña pensaba que estaba soñando. No quería despertar, poder ir a donde los niños nunca dejan de serlo, y con sus dos hermanos, era un todo lo que deseaba, estar protegida y cuidar a sus seres amados.
Un poco más tarde, la oscuridad se disipó, llegaron a un gran mar, a lo lejos vieron una isla, pasaron por una cascada donde había sirenas que los saludaron, luego de unos minutos estaban en la guarida de los Niños Perdidos.
— Que bien, una mujer — dijo uno que parecía tener 15 años, la miró de la misma forma que los hombres que iban a vivir con su madre.
— Ciro, cállate. Compórtate o... — dijo el niño de verde.
El otro miró asustado, y se retiró, el resto eran de entre 14 a 5 años.
El más pequeño se acercó a Wendy.
— ¿Tú serás nuestra mamá?
Ella vio a todos, recordó que esos niños no tenían una figura materna, ella se había acostumbrado a ser la encargada de su hermano menor, le cambio pañales, le hacia los biberones, vio mucha angustia en ellos mientras esperaban su respuesta.
— Si, seré su mamá, los quiero mucho.
Todos la abrazaron, contentos de por fin de tener alguien que les diera los cuidados y mimos de una madre.
Mientras todos celebraban, vio a Peter Pan (obviamente era él) conversando apartados con Ciro. El otro puso las manos para suplicar, pero el niño de orejas puntiagudas, guardo silencio, solo lo miró y luego de un momento, respondió en voz tan alta que Wendy lo escuchó.
— Si no quiere que se adelante tu cumpleaños 15, deja de actuar como un cretino.
Los siguientes meses la niña empezó a conocer a su nueva familia, se acostumbró a cocinar para todos, los hacia dormir, no le importaba trabajar tan duro, ya que eran 33 niños, contando a sus hermanos. Allí era querida, respetada, y protegida, a no ser por uno, le molestaba la actitud de Ciro, era muy incómodo cada vez que la veía, siempre como asechándola, por eso no le gustaba estar sola.
Hasta que una noche fue a buscar agua, todos habían jugado tanto en el día que se durmieron en la alfombra del lugar, para no molestarlos se atrevió a ir sin compañía, pensando que nada malo le podía pasar.
Cuando llegó al lugar, y llenaba la vasija sintió unas manos que la tomaba por atrás, y le taparon la boca.
— Calladita, no te pasará nada malo.
Por suerte en ese momento llegó Peter Pan.
— Te dije que no la tocarás.
— ¿Y qué importa ya? Hoy a medianoche cumplo 15, ya no tengo nada que perder.
— Disculpa Wendy — dijo el niño de verde, se la quito de los brazos a Ciro — vuelve a la casa ahora.
— Pero...
— No mires para atrás, nos veremos allí.
Cuando la niña ya los había perdido de vista, el de ropa verde tomó su cuchillo, una pequeña hada apareció al lado de los dos.