Las memorias de un viejo
Hace tantos años, cuando los bosques cubrían gran parte de la tierra y su follaje era tan grande que la luz del sol no alcanzaba a tocar sus raíces, éramos una familia alegre y me sentía abrigado por ellos de las inclemencias del clima. Yo era tan bajito y delgado, que todos a mi alrededor me decían que parecía una barita enclenque y que no sería capaz de producir nada bueno que compartir a mis semejantes; yo sólo me reía ante la idea y seguí erguido ante la vida que me robustecía un poco año tras año.
Vi crecer y morir los grandes árboles a mi alrededor, pereciendo ante unas láminas de metal muy filosas que los desgarraban desde fuera. Presencié masacres completas donde no bastaba un solo corte, sino que, desmembraban por completo a mis protectores y apilaban sus restos en formaciones muy curiosas porque unas piezas estaban de pie en el suelo y otras partes de sus cuerpos descansaban encima. En ellas se reunían diminutos seres que los atravesaban, usándolos como una especie de cuevas.
¡Era muy raro ver todo aquello y nadie tenía salvación! no había forma de ocultarse o defenderse pese a los grandes deslaves que todo eso provocaba y que, destruían las cuevas hechas con el dolor de los grandes bosques e incluso esos seres extraños quedaban enterrados, pero no parecía importar porque usaban unas ramas de metal para remover y aplanar el suelo y continuaban su ardua tarea.
Observaba a la distancia, sin que me hicieran mucho caso debido a que mi presencia era muy pequeña y creo que no les interesaba por eso, pero me llegaban rumores a través de los vientos, sobre estas despiadadas criaturas que ejecutaban sus crímenes por lugares tan lejanos, de los que nunca había escuchado.
Sin darme cuenta pasó mi niñez en un abrir y cerrar de ojos, mi juventud fue bastante caótica, ya que, sin nadie a mi alrededor, tuve que vérmelas solo y ser fuerte para enfrentar tormentas y calores extremos. Muchas veces temblé ante los rayos que caían tan cerca de mí, que mis pobres pies se calentaban, ya no sé si del miedo o de la descarga eléctrica. Cuántas veces quise llorar ante la soledad, el recuerdo de mis seres queridos muertos y el miedo a morir a manos de esas criaturas.
¡Me duele! ¡me duele!, les gritaba, pero nunca me escucharon. Clame ayuda, pero nadie se acercó para auxiliarme cuando me moría de sed ante el abrazador sol que bañaba mi cabeza con sus rayos y seco toda el agua de los alrededores. Creo que una vez escuchó mis clamores una nubecita solitaria que surcaba el cielo, porque una vez que me vio llamó a muchas de sus amigas y ocasionó una lluvia tan generosa que sentí, me trajo nuevamente a la vida y pude incluso, comer algo después de semanas sin alimento.
Sí, la lluvia me llenó de esperanza una vez más, pero pronto me encontré siendo adulto lleno de cicatrices por todas las duras pruebas que tuve que atravesar, incluso ya no podía pararme erguido y sentía los miembros de mi cuerpo adormecidos, creo que mi circulación tampoco era muy buena pero, ahora me encontraba acompañado por unos pequeños y suaves pájaros que encontraron refugio conmigo, ellos me acariciaban y llenaban mis oídos con sus musicales trinos, son quienes me regresaban la esperanza de que, el mañana sería mejor.
En unos de esos días volvieron las extrañas criaturas y, tuve el mismo destino que mis grandes amigos, supe por primera vez lo que se siente cuando esas hojas de metal atravesaron mi cuerpo para desprenderme de mis raíces que, por más largas y bien agarradas a la tierra que estaban, esta vez no me sirvieron. Desgarraron cada uno de mis miembros y mis amados pajaritos tuvieron que emprender el vuelo, no sin antes despedirse afectuosamente de mí para hacerme saber que ellos estarían conmigo siempre y que nos volveríamos a ver. Sería un mentiroso si digo que no lloré. Temblé, les grité a las criaturas que se detuvieran, que me hacían sufrir y derrame no sólo lágrimas sino también vi correr mi transparente sangre a lo largo de mi cuerpo, pero entonces, fui asombrado porque las criaturas comenzaron a limpiarla con suavidad y me recostaron en un lugar extraño pero muy cómodo. Ya no sentía dolor, sino un adormecimiento que aún me dejaba contemplar lo que ocurría a mi alrededor.
Lo siguiente que sentí era un cuerpo muy flexible porque estaba doblado e incluso, nadé un poco en aguas de olor extraño, pero tenía una sensación de gran calma y lo mejor es que fue reconfortante porque mitigó el dolor. Luego, yo creo que las criaturas pensaron que extrañaba mi vida, porque me pusieron en el sol por un largo rato, fue entonces que cobre conciencia de mi nuevo aspecto, ya no tenía ramas ni hojas, ni siquiera un tronco del cual sostenerme erguido, estaba plano, pegado al suelo, tan delgado que, si mis amigos estuvieran aquí, harían temblar la tierra con sus risas. Después de esto tengo muy confusa la memoria, porque me cortaron aún más, presionaron una parte de mí que atravesaron con un junco y hasta me untaron una sabía suavecita y de olor dulce; ahora estaba mucho más grueso y ya sentía de regreso mi tronco, que ahora sí me permitía estar bien derechito con apoyo también de mis nuevas y cortitas raíces.
Después me dejaron a donde había muchos árboles más, pero chiquitos, como yo, las criaturas extrañas nos llevaban en sus ramas y me sorprendió encontrar que son calientitas y suaves, íbamos con ellos a donde quiera y me sentía como un pájaro, desplazándome de un lado a otro y conociendo todo tipo de lugares insólitos. Un día las criaturas me condujeron a una cueva muy grande que hicieron, creo que media más que los helios de la montaña; por dentro tenía el color de los robles y olía a vainilla, aquella flor amarilla tan linda, pero nunca vi una sola, aunque no por eso mi sorpresa fue menor, al reencontrarme con mis amigos, que comenzaron a llamarme y yo, tan chiquito, temía que se rieran de mí pero, entonces me di cuenta de que todos éramos iguales, ja ja ja ja eso no me lo esperaba. Las criaturas nos cambiaron de cuerpo y nos volvieron a reunir en sus cuevas donde no nos lastimaban las tempestades e incluso, aprendí que nos llamaban libros y vivíamos en una biblioteca, ¡hermosa palabra, verdad! Biblioteca, donde todos reímos y hasta aprendimos que seguimos teniendo nuestras bonitas hojas, pero al parecer, hay algunos trazos en ellas que les gusta ver a las criaturitas y cuentan muchas historias que luego, nos narramos entre nosotros. Ah, porque nos llevan a sus cuevas chiquitas varias lunas y luego de revisar nuestras hojas y contar historias, nos regresan a la biblioteca.
Si alguien me hubiera contado que existe más de una vida, no lo hubiera creído, ya llevo vivo más de 550 años en este cuerpo y aunque el otoño ya me ha llegado, tú amiguito, que estás en tu primer día de este lado, seguro llegarás a conocer muchas cosas más de estas criaturas.
Ahora esta es mi vida, he pasado de mano en mano, conocido a un centenar de criaturitas diferentes que me han acurrucado en sus ramas, creo que ellos les llaman brazos, y he transmitido historias tan fascinantes que se han contado tanto, que incluso me las sé de memoria. Soy un viejo libro que reposa nuevamente entre sus amigos, aquellos que, en mi anterior vida fueron alejados de mí, han regresado de una forma diferente, pero están aquí, acompañándome una vez más. Estas son las memorias de un viejo libro que ha visto el mundo a través de dos vidas.