Había una vez un pescador llamado Kuroshiku Yamada, a él nunca le había gustado la pesca y mucho menos la caza, él; creía y pensaba que todo ser vivo debía pacer en su habitad natural y que jamás de los jamases debían ser heridos y capturados para un uso cruel y despiadado. Él, obligado por su padre para poder subsistir pescaba y cazaba hasta que, un día, Kuroshiku recibió el castigo más ejemplar que un padre podía darle al hijo, lo echó de casa para siempre. El pobre muchacho partió hasta el lugar más próximo, allí entristecido comenzó a llorar; sus lágrimas vacías y tristes vertían al mar. Allí, una voz linda y dulce conmovida por ver al muchacho llorar se acercó; era una sirena; de las altas profundidades del mar, ella, tan blanca y pálida como la nieve, de ojos verdosos alga marina, de esbelta figura y muñecas finas, al verlo tan triste y apenado le preguntó:
__¿Cual es vuestro problema joven zagal?
__Mi padre dice que debo pescaros más yo, no deseo hacer mal a los peces.
La sirena aún más conmovida por el joven decidió darle una pócima.
__El joven al creer que era veneno retrocedió.
La sirena apenada lo vio temer. Explicóle que no había nada por lo cual perder, por lo que le dio a probar de su pócima. El zagal, al probarlo se comenzó a sentir extraño y; sintió arduos deseos de ir hacia el mar, allí, comvertióse en Sireno, y con ella se fue a la mar, esperanzado por cambiar su futuro decidió vivir debajo del agua, aguardando en que él algún día volvería a pisar la superficie. El padre de Kuroshiku nunca volvió saber más de su hijo que al parecer había recibido semejante castigo, más nadie sabía que el castigo en verdad lo recibió el padre, pues; nadie volvió a ver ni a saber de su hijo.
nadie volvió a ver ni a saber de su hijo.