— Mira qué bonito color tiene — dijo la mujer, deslizando los dedos con admiración.
— Sí, y la textura es perfecta — respondió el hombre, tocándola con delicadeza — Casi parece de seda.
— ¿Crees que aguante? No quiero que se rompa antes de que termine la noche.
— Depende de cómo la uses. Pero no te preocupes, la cosí con cuidado.
La mujer sonrió, tomó la tela y la estiró frente a un espejo. Luego, la colocó sobre su rostro, amarrándola por detrás.
— ¿Cómo me veo?
— Hermosa — susurró él, besando la piel humana que ahora cubría su rostro.