Cuentos rotos

2. Enterrada en basura

Un cuarto de 2 x 1,50 y 2,20 de alto.

Un foco de 75W color blanco, paredes de madera, sin ventanas... Mal aereado, mal iluminado, con humedad que viene desde el piso, tal vez producto de una fuga en las cañería.

Es un espacio realmente pequeño que apenas serviría como almacen de cachivaches y eso era justo lo que era, un almacén en donde yo me apiñaba junto con mis cosas.

Almacenada como un arcón viejo en el fondo de la casa, tapada por el pasillo colateral que unía la casa con el jardín.

Hormigas, arañas, cucarachas y un que otro grillo, eran mis únicos visitantes.

El cuarto empezó estando vacío, hasta que llegué yo, entonces no estuvo vacío nunca más.

Conforme iba creciendo, el cuarto se volvía mas chico, o tal vez es mejor decir que estaba mas lleno.

Llegué a tener cinco muebles, uno creería que en un espacio tan reducido no cabrian mas de tres, pero yo tenía cinco. Un armario de madera percudida, un librero viejo al que le faltaban estantes, un escritorio con feas rayaduras y debajo un sommier.

Cuantos mas muebles entraban, menos espacio tenía para moverme, menos espacio para existir.

Creo que es momento de aclarar que yo no tenía permitido salir del cuarto mas que para ir al baño y aveces, comer en el salón con la familia.

La familia era compuesta por tres personas, el señor, la señora y el chico. Yo le pertenecía a la familia, a cada uno en partes iguales. Imposible saber que parte era de quién, ¿Quien se quedaba con mis brazos, mis piernas, lengua, ojos y corazón? ¿Quien tenía mi sangre, huesos y cerebro? ¿Quien tenía con mi voz, mis ideas y mi espíritu? ¿Quien devoraría mi alma?

Aveces esto no me dejaba dormir.

Las horas pasaban día a día, lentas como los caracoles que entraban en el cuarto por el agujero en el piso.

El cuarto se volvió mi mundo, mi refugio. Esas cuatro paredes que originalmente debían apricionarme, ahora me mantenian escondida de la familia.

La familia no solía prestarme mucha atención, el señor era él que mas me visistaba al princio. Le gustaba sacarme fotos, a mi no me importaba por que por cada foto él me regalaba algo. El señor siempre decía "para obtener algo se debe dar algo a cambio"

Nunca supe que tuvo que dar él para obtenerme a mí, espero que haya sido algo importante.

A pesar de no haber pisado nunca el mundo, yo estaba bien informada de la situación política, las guerras entre países y cual era el último escándalo de la farándula.

La señora ponía la tele a todo volumen y la información viajaba mansa hasta mi habitación, se puede saber del mundo sin conocerlo.

El señor me traía de todo. Tuve una tele y un DVD, cada tanto me traía peliculas nuevas y yo ya había llenado tres carpetas de cds. Las películas eran unos de mis grandes amores, las cuidaba tanto como a mis libros. Cada vez que veía una película, sentía que viajaba a un mundo lejano, una promesa tan maravillosa y distinta de la realidad que me rodeaba, la basura que se alzaba sobre mi cabeza.

Yo conocía bien cada rincón del cuarto, era como una extención de mi propio cuerpo. El librero cargaba 51 libros, el armario tenía 10 remeras, 5 shorts, 3 pantalones, 2 camperas y 1 vestido. El escritorio contenia tres cajas con materiales, cables, papeles, frazcos de melaza, esculturas maltrechas de porcelana fría, lápices, pinceles, pintura, una lata de aerosol, maderas, alambres , cremas y botellas.

Las paredes de madera marron revestidas con dibujos y pinturas, apiladas una por una en un intento de volverlo un mundo de verdad, construir una ventana a la fantasía que tanto anelaba.

El cuarto era mío, lo único que podía llamar mío ya que ni yo misma me pertenecía, sin embargo el cuarto si era mío.

Todo cambió por el chico, el señor solo sacaba fotos, pero el chico era violento, me tocaba con fuerza y si me oponía me castigaba. Le gustaba pegarme, me hacía sacarme la ropa y me golpeaba con una tabla de madera en la cola hasta que la piel quedaba tan roja como la sangre. Él decía que los golpes eran para ablandarme la carne, eso le gustaba tanto, entonces su gusano se endurecía y lo clavaba adentro mío. Odio al chico, me olfateaba y lamía como un perro, aullaba antes de encuciarme y me mordia en donde le daba la gana.

Me aferré a la basura como si con ella pudiera creae una armadura con la capacidad de protegerme. El piso lleno de papeles y mugre que ensuciaban mis pies, a un costado la ropa sucia, pedazos de comida pasada y los bichos, no me importaba cuando las cucarachas caminaban sobre mí, lo deseaba. Dejé de bañarme para ser aún mas desagradable, no me importaba el mal olor de mis axilas o lo duro de mi pelo, no me importaba nada, solo quería dar asco. ¿y por qué no? De todos modos, no importaba cuanto me lavara, siempre me sentía sucia.

Cuando olía mal, el chico no se transformaba en hombre lobo, seguía siendo tan humano y frio como siempre. El señor no era igual, un día se cansó del olor y me llevó al baño de los pelos, me arrastró desnuda por el piso y me dejó en la ducha. Bajo el chorro peligroso, el agua se calentaba todavía más y quemaba mi espalda. Yo deseaba que el agua se traformara en fuego y me consumiera entera, quería desaparecer con el vapor... Pero no pasó.

Un día soñé, solo estaba acostada en la cama como siempre, miraba al techo sin deseos de moverme, el cuerpo me dolía despues del castigo del chico, como estaba limpia otra vez, él aprovechó toda la noche de luna llena para comerme y a la mañana siguiente yo no era mas que pedazos sin alma.

La sangre suele correr por mi piel, zurcando entre mis piernas, sé que es más resbaladiza que el jabón. La sangre no duele, solo es un río más que busca llegar al mar.

Entonces el piso tiembla, las paredes se agitan, los dibujos caen uno por uno al igual que los libros, mi vista se ve nublada por los objetos, levanto los brazos e intento salir de aquella montaña que me enterraba viva. Es como la tierra, las cucarachas caminan entre mis piernas atraidas por la sangre, las hormigas picotean mis pies, así como las arañas se enredan entre mis pestañas en un intento por picarme y adormecerme con su veneno, quieren aprisionarme, envolviendome entre sus telas invisibles. Lucho contra todo, el cuarto quiere comerme viva.




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