Siempre viví en esta casa. Yo no lo recuerdo o creo no poder recordarlo por completo, pero cuando era bebé, mí mamá y yo vivíamos con mis abuelos. Esa era una buena casa, era espaciosa y siempre había algo para comer, pero desafortunadamente mi abuelo tenía el desagradable hábito de golpear a mi abuela y mi madre hasta hartarse.
Tuvimos que irnos, era más que un deseo, para mi madre era una necesidad y mi abuela no estaba dispuesta a abandonar a mi abuelo, se aferraba a él y a esa vida con uñas y dientes. Pero mi madre no estaba dispuesta a seguir de esa manera, por mi y por ella. Algunas personas tienen cosas a las que se aferran, cosas sin las que no pueden vivir. Para mi abuela, mi abuelo era esa cosa y para mi mamá yo era esa cosa. A mi madre podría faltarle todo menos yo.
Una amiga de mi abuela nos trajo la solución, siempre sdoró a mi mamá, era casi como una tía. Ella fue la propietaria original de la casa y se la ofreció a mi mamá por casi nada. Por mucho amor que se tuvieran,eso tendría que ser sospechoso, mi madre tendría que haber dudado, pero una mujer sola con una hija en brazos y a caballo regalado no se le miran los dientes.
Creo que siempre lo supe, desde el momento en el que pisamos la casa por primera vez sentí que todo era diferente, que había algo en la casa, pero era demasiado pequeña para entender nada.
Crecí en la casa, di mis primeros pasos, mis primeras palabras y casi nunca salía de ahí, sobre todo de mi cuarto. La casa era mi mundo completo. Pienso que es por eso que para mi era tan normal tenerle miedo a la oscuridad, a la noche y a lo que había del otro lado de la ventana. A mi madre siempre le pareció extraño que yo siempre mantuviera las ventanas y cortinas cerradas. Técnicamente no había nada allí, solo la pared de ladrillos del estrecho pasillo que conectaba con el jardín de atrás. No había nada ni nadie que pudiera verme, pero si lo había, yo sabía que él estaba allí.
Aparecía en la noche cuando menos lo esperaba y se quedaba apenas unos segundos antes de desaparecer. Se trataba de una sombra, una presencia oscura del otro lado de la ventana. A veces solo pasaba caminando frente a la ventana, pero otras... se quedaba ahí, mirándome atentamente.
La sombra de la ventana me daba miedo ¿cómo no iba a hacerlo? Cada vez que aparecía en mi ventana ponía pesadillas horribles en mi cabeza, cosas que ninguna niña debería ver.
De pequeña ni siquiera me atrevía a mirar la ventana, prefería fingir que jamás lo había visto y que todo estaba bien, que era normal. Nunca ni en un millón de años me hubiera atrevido a hablarle. Pocas veces me acerqué y cada vez que lo hice desaparecía por completo, me hacía sentir como una loca. Pero había una razón para jamás apagar la luz, había una razón para sentir los escalofríos que recorrían mi cuerpo cada vez que sabía que él estaba allí.
Había formas de ignorarlo. Si estaba demasiado cerca de la ventana él no se atrevía a aparecer, si dejaba la tele prendida durante la noche no podía escuchar el viento ahullante o las ramas secas del árbol del vecino, colarse al pasillo y golpear el cristal. Si me cubría la cabeza con mi frazada de ositos, él no podía verme con esos ojos rojos tan horribles.
Con el tiempo mi madre conoció a alguien y comenzaron una relación, yo tenía mis dudas y mis reservas al respecto, había algo que no me agradaba de este tipo. Él intentaba desesperadamente agradarme, ser un padre para mi, pero había algo desagradable en él, en cada vez que me tocaba o que me miraba. El hombre se sentía más un intruso que la misma sombra que plagaba mis pesadillas.
Tal vez logré exasperarlo o por fin entendió que no había nada que me hiciera quererlo, que no confiaba en él y jamás lo haría, no lo sé. Pero afortunadamente dejó de presionarme, dejó de buscarme. Tal vez, no era un mal tipo, pero eso a mi no me importaba.
cuando cumplí cinco años, mi madre y su pareja tuvieron a mi hermanito. Nino era adorable cuando era bebé, era del tipo que uno quiere abrazar y cuidar. Por supuesto compartimos habitación y a su cunita la pusieron debajo de la ventana, la maldita ventana de la sombra. Al principio me negué, pero cuando entendí que si no era su cuna, sería mi cama, egoistamente dejé que mi miedo gobernara mis acciones y prácticamente le entregué a mi hermano a la sombra. Para el caso, lo aterrador es que él también podía ver la sombra y sorprendentemente no le tenía miedo.
Nino nunca fue muy brillante, pero parecía ser aún más receptivo que yo, hubo algunas veces en las que incluso lo encontré hablando o más bien balbuceandole. Mi pobre y estupido hermano que no entendía nada.
La sombra no pertenecía exclusivamente a la ventana al parecer, por que una noche lo vi por la mirilla de la puerta, la sombra vagaba libremente por el jardin delantero, lo vi obserbandome, pegado a la pared del fondo, mimetizandose con los ladrillos blancos. Creo que con el tiepo de alguna forma ganaba más terreno, más poder sobre mi, si es que era posible.
A mi madre y a su pareja les gustaban las películas de terror, algunas veces me invitaron a ver películas no muy fuertes, pero siempre lo rechacé. Yo odiaba las películas de terror, en aquellos momentos seguía pensando que todo aquello de la sombra me lo estaba inventando, me asustaba pensar que mi imaginación fuera tan fuerte como para imaginar a esos monstruos de película en la oscuridad, acechandome como la sombra. Ya tenía más que suficiente con la sombra.
Yo creo que nunca le agradé a la sombra, siempre parecía juzgarme, como si fuera un trabajo tedioso que estuviera obligado a cumplir y a la vez era como si sintiera fascinación por mí... Como si fuera la existencia que más atención me prestaba.
Una vez encontré un nombre escrito con pintura en una pared escondida de la casa. "Dany" decía, pero ¿quién era Dany? Esa noche me armé de valor y me atreví a preguntarle a la sombra si acaso ese era su nombre. Mi hermano le hablaba siempre que quería ¿por qué yo no?