Cuerpo Enlazados

Prólogo

—Mamá, ¡deja de gritar! —desaprobé mientras me llamaba acercándose a la puerta de mi habitación.

—¡Jul! —dijo al abrirla—¡Jul!

—¡Má! ¿Qué pasa? Sabes que no me siento bien —respondí girándome en la cama para verla. De pronto, una intensa puntada en mi cráneo que me hizo cerrar los ojos.

—Alfredo, está aquí—expresó con preocupación—. ¿Lo hago pasar o le digo que se vaya?

—¡Sí! —respondí, atónita—. ¡Déjalo pasar!

Cubrí mis ojos con la almohada, intentando omitir el dolor que, una vez más, golpeaba mi cabeza.

—Okey—respondió intrigada.

Salió de la habitación cerrando la puerta detrás de ella. Yo, en cambio, intenté evitar el revuelo de mis pensamientos. Los encadené al silencio. Las palpitaciones en mis cienes me cohibían de la respiración, me ahogaba. El sueño parecía la entrada al limbo que me permitía, de a poco, caer en un oscuro agujero. Entonces, en la distancia, escuché el ligero sonido que hizo la puerta al abrirse. Alfredo, mi novio, estaba en la habitación. Su perfume lo confirmó.

—¡Jul, bebe! ¿Cómo te encuentras? —preguntó con su melodiosa voz que, de inmediato, reflejó en mi mente corrupta su fisionomía raquítica, pero sexi.

Se sentó en el borde de la cama y, posteriormente, rozó mi cabellera sutilmente, colocando un mecho detrás de mi oreja. Tomé fuerzas con aquel roce para moverme a su regazo. No lo miré por completo, solo vi su palidez entre las rayas de mis pestañas. Mis ojos no respondieron a mi deseo de ser abiertos, así que simplemente descansé. De repente, percibí el movimiento de su torso al inclinarse y el toqué cálido de sus labios en mi frente.

—¿Tomaste algo para el malestar? —indagó —¿Qué tomaste?

— No lo sé. Un antigripal, creo —contesté entre susurros—. Me lo dio mamá.

—¿Hace cuánto? ¡Todavía tiene fiebre! —expresó, preocupado— Bueno, no debería preocuparme. Tú madre es enfermera y sabe lo que hace —guardó silencio por un segundo antes de continuar—. Tal vez, debería irme para que descanses.

Yo no quería que se fuera, intenté decirlo; pero las palabras no salían de mi boca. Solo un quejido fue lo único que pude emitir. Deseaba que el sueño se espantara de mí y que mi cuerpo recuperara la vitalidad. Yo no quería sentirme como si me hubiesen caído a batazos, aunque nunca me ha pasado; pero dicen que eso duele demasiado. Yo quería verlo, deseaba verlo y entendí que mis únicos consuelos eran el refugio de sus brazos y las tiernas caricias que envuelven mi rostro. La oscuridad se apreciaba cada vez más cerca, era como si caminara por ella en un alargado pasillo sin luz aparente que reflejara el final. De pronto, una corriente helada recorrió una de mis piernas, salté debido al asombró y noté que yacía sobre mi cama, sola.

—¿Alfredo? —pregunté con la esperanza de que él estuviera dentro de aquella habitación que se veía oscura.

Examiné a mi alrededor oteando entre la media luz que se colaba por debajo de la puerta, no había nadie más que yo. Me sentí sin fiebre ni con dolor en los huesos, pero me mareé cuando me acomodé en la cama para sentarme. Esperé y pasado este emprendí mi salida de la habitación. Todo yacía en silencio, ni siquiera podía oírse el viento golpeando las ventanas. Caminé por el pasillo hasta asomarme en el balcón del primer piso.

—¿Mamá? —pregunté, pero no hubo respuesta— ¿Mamá?

Era extraño, no me dejaría sola encontrándome en ese estado. No es que fuese una niña, pero mi madre siempre me trataba como una cuando me enfermaba. Sentí un espasmo que aceleró mi corazón de repente. De nuevo, examiné a mi alrededor, la casa no se sentía igual. Había una sensación extraña, una de esas que surge cuando estás en la parte más intrigante de una película y esperas el impacto que te hace gritar del susto. Me coloqué al principio de la escalera y esperé:

—¿Mamá?

Nada. Ni una mosca se asomó en la sala o a través del marco de la pared principal que la dividía con la cocina. Tomé la decisión de descender por ella. Iba despacio sujetándome de la baranda.

—¿Mamá? —pregunté una vez más, sin resultados.

De pronto, escuché como si viniesen corriendo desde la pared contraria. Paralizada, esperé que se asomarán por el marco.

—¡Aaah! —grité del susto al ver a mi madre.

—¿Qué pasó? —preguntó, excitada—July, ¿qué tienes? ¿Todavía te sientes mal?

—No. No, nada de eso. Estoy bien, mamá —respondí de inmediato, aunque mi corazón, horrorizado, se me escapaba del pecho—. Creí que estaba sola.

—¡Qué susto me has dado, July Artemisa! —replicó molesta también sujetándose el pecho—. Si te la pasas gritando qué crees que voy a pensar.

—Mamá… —expresé mirando como ella, con respiraciones lentas, regresaba a la normalidad—, lo siento. No fue mi intención.

Estiró su mano hasta tocar mi frente.

—La fiebre ya bajó—dijo—. Deberías irte a bañar.

—¡Mamá, no!

—Es lo que deberías hacer, ya la has sudado—refunfuñó —. Además, Alfredo dijo que te traería algo más para ese resfriado.

—¡Má! —quise protestar, pero se empezaba a molestar—Esta bien, lo haré en cinco minutos, ¿sí? Déjame descansar un rato y ya me baño.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.