Cuerpo Yermo

Capitulo 1

                                           CUERPO   YERMO

                                                        

 

         Las cosas del más allá, para muchos pueden ser ficción, pero cuando sientes de cerca el poder de lo sobre natural, comprendes que hay algo después de ésta vida.

         Pocos somos los que tenemos, el placer o la desdicha, de percibir, escuchar o ver los mensajes de personas que han cruzado el umbral de la muerte y que por una u otra razón no pueden descansar y regresan para corregir lo que hayas hecho mal en la vida.

         Muchos son aprisionados por las sombras y aunque quieran no pueden más que vagar por siempre en el infinito de la nada y con los castigos correspondientes a esa etapa del camino. Algunos en su desespero logran comunicarse, cometiendo el error de no ver con quién entablan el contacto y se han dado casos en que el receptor del mensaje, muere o pierde el sentido común a causa del susto y eso cierra cualquier esperanza de calma y salvación para el ser que se encuentra en el limbo.

         Hace algún tiempo atrás, acaecieron ciertos acontecimientos que dejaron chirlos en mucha gente y todo por un mal contacto o quizás por la maldad que quería renacer en alguien que no sabía cuán anhelado era por los, no conformes con la muerte.

         Sentía una gran dicha cuando papá nos informó que mi prima vendría a pasar un tiempo con nosotros, noté en el rostro de mamá, algo de molestia y en su tono de voz, un desagrado qué no comprendí.

         -¿Cuánto tiempo piensa quedarse?

         -¡Solo un par de semanas, mujer! ¡Ten calma!

         -¡Mira que ya tenemos suficientes problemas, para…!

         -¡No puede decirle qué no a mi hermano! ¡Sabes que le debemos…!

         -¡Muchos favores! ¡Ya lo sé!

         No comprendía el disgusto de mamá, únicamente cuando tuve a la fulana prima enfrente, supe que ya no era la misma de años atrás: cuando ambas jugueteábamos por la montaña. Dos años mayor que yo, mantenía una seriedad de vieja. Recuerdo que llegó un día lluvioso, apenas saludo y pidió que la dejaran descansar, Dormiría en mi cuarto, en un lecho improvisado que hizo papá.

         Quise hablarle, entablar nuevamente la amistad de otrora, pero apenas me vio entrar al cuarto, se dio vuelta, cubriéndose con la manta… No niego que me disgustó aquella actitud, pero más me irritó estar sin dormir toda la noche, a causa de los quejidos que tenía, más de una vez, me incorporé en el lecho, buscando la razón de sus lamentos; al parecer estaba en un profundo sueño.

         Cuando desperté, ella ya se había levantado, su cama impecablemente tendida. La encontré en una amena conversación con mamá, no percibieron mi llegada, eso me hizo enfadar, me senté a la mesa y esperé que me sirvieran… Ella misma lo hizo, me atendió con amabilidad, pero luego quedó a mi lado, tiesa, la miré de reojo, estaba algo tensa, pero no le hice caso, me puse a comer sin prestarle más caso.

         -Vamos María… Apúrate que tienes muchas cosas que hacer. La vaca necesita que la ordeñen, luego busca leña…

         -¡Tendré que ir a la sierra!

         -¡Claro que sí! Y tu prima te puede acompañar…

         -¡No!... Prefiero quedarme con usted. Es tiempo de invierno y la sierra debe estar llena de pantano. Me quedo y así puede enseñarme a bordar, nunca vi quien lo haga con tanta hermosura cono usted.

         -“No exageres”

         -¡Sólo digo la verdad!

         Ante aquellas alabanzas y el agradecimiento de mamá, me vi fuera de lugar, sin querer molestarlas me fui. Primero pasé por el establo, ordeñé la vaca y le di de comer, con calma llevé el producto lácteo a la casa de la leche, encontré a mi “primita” parada en la puerta.

         -¡Ya era hora que llegaras, María! ¡Llevo esperando mucho tiempo! ¡Dame! Yo llevaré la nata a casa… Tú ve a la sierra por la leña.

         Vi todo negro, fue como si la noche cayera de golpe y me pareció que mi prima se desvanecía, dejé de verla por unos segundos, sacudí mi cabeza, buscando claridad.

         -¿Qué te pasa, María?

         No supe qué contestar, no entendía nada de aquello, nunca lo había experimentado, tal vez era producto de la ira que sentía… Le dejé el perol con la leche y me fui. Detuve mi paso varias veces, para mirar atrás, no había nada fuera de lo común. En el trayecto dejé de pensar en aquel momento insólito, lo analicé segundo a segundo, sin encontrarle razón, ni motivo.

         Olvidé todo al llegar a la sierra, el frío perforaba la carne, haciendo congelar la sangre, mientras los inquilinos habituales  festejaban aquel clima, los pinos gigantescos, silbaban al son del aire rozagantes de vida. Era hermoso aquel lugar, la soledad de humanos, daba una tranquilidad profunda. Respiré a todo lo ancho de mis pulmones y me dejé caer junto a uno de los muchos troncos, casi quedé tendida haciendo almohada de una enorme raíz, que rompió la tierra en los años de crecimiento. El espectáculo era grandioso, se veía, entre el vaivén de las hojas, los rayos del sol, daba la impresión de ser luciérnagas, con su constante, enciende y apaga.




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