Cuerpo Yermo

Capitulo 3

         -¡Ese cuerpo no es suyo! ¡No voy a dejar que…!

         Callé y las ganas de salir del cuarto fueron tan grandes, que lo intenté, pero sentí que algo me sujetaba por los hombros, era como manos huesudas y con una frialdad que perforaba mi ropa, quemando mi piel. Fui elevada del piso y lanzada contra la pared, mis manos evitaron que mi cara se destrozara con el impacto, aún aturdida, escuché:

         -He pasado una eternidad buscando un CUERPO YERNO y nadie va impedir que lo tome.

         Se alejó de mí, no intenté seguirlo, qué podría hacer contra aquello, me sentí indefensa, cuando mi prima comenzó a moverse en la cama y la sombra a posesionarse de ella… En ese preciso instante la voz del Sacerdote irrumpió en el silencio, al igual que una pequeña esperanza;

         -¿María?

         -¡Aquí! ¡Venga!

         Grite al tiempo de ponerme de pie y como si el valor hubiera llegado con el cura, dije:

         -¡Él si podrá contigo! ¡Apúrese Padre!

         No quitaba mi vista de la sombra, no había detenido su proceso de invasión, no me había prestado la menos atención… Pero cómo varió la situación a la llegada del Sacerdote, solo su presencia logró que todo volviera a la normalidad… La sombra desapareció, como lo haría un mal sueño al despertar uno. Olvidando que únicamente yo podía ver ciertas cosas, hablé:

         -¡Mire Padre! ¡Es algo malo! ¿Verdad?

         -¿Qué estás diciendo María? ¡Para Dios no hay personas malas y mucho menos una niña…! ¿Dónde está tu madre?

         -¡No lo sé!

         -¡Pues, ve a buscarla! ¡Qué necesito hablar con ella!

         -Está bien Padre… Pero no olvide a lo que vino… ¡Bautícela rápido!

         -¡Ve por tu madre, que yo sé mi trabajo!

         Imaginé que mientras el Sacerdote estuviera en casa, nada pasaría, que equivocada estaba…

         Me tropecé con mamá en salida, ella entraba con un balde con agua.

         -¿Qué haces aquí María?

         -¡Traje a Cura!

         -¡Te mandé por el Doctor!

         -¡Debe estar al llegar, pero…!

         -¿Para qué el Sacerdote? ¿No tienes nada en la cabeza, María?

         -Es que la prima necesita que le bendigan el cuerpo, porque…

         -¡Cállate!

         Se encaminó a la habitación y yo pegada a su falda.

         -¡Padre! ¡Disculpe que la loca de mi hija, lo haya hecho venir! La niña no esté bien pero…

         -¿Es verdad que aún no está bautizada?

         -¿Quién le dijo ese disparate?

         -¡María!

         -¿De dónde sacaste esa mentira? ¡Dios! ¡Ella fue bautizada apenas nació!

         -¿Entonces?... ¿Por qué el diablo se quiere meter en su cuerpo?

         Mamá en un gesto de reproché, me retorció la oreja.

         -¡María! ¿Cuándo vas a aprender a no decir disparates?

         -¡Es la verdad, mamá! ¿No ve cómo está? ¡Tiene los ojos en blanco!

         Mamá con ira elevó su brazo en forma amenazadora, sobre mi cabeza… El cura entró en mi defensa:

         -¡Espere! ¡Cálmese, son cosas de niña!

         -¡Me molesta que lo haya hecho perder tiempo!

         -Por eso no se preocupe. Puede ofrecerme un café y todo se olvidará.

         -¡Con gusto! ¡Voy hacerlo!

         El Sacerdote al quedar a solas conmigo, se inclinó a mi altura, para decir:

         -María… No debes ser cruel. ¿Te imaginas la tristeza de tu prima si se entera que andas diciendo que el diablo quiere meterse en ella?

         -Pero es verdad, Padre. Tal vez no sea el diablo, pero si una mala persona…

         -¡Mira María! ¡Cállate, que él que te va a dar de golpes voy hacer yo, si continuas con esos disparates!

         -¡Yo lo vi, Padre! ¡Es una sombra negra, que quiere entrar en ella, en mi prima…!

         -¡Muchacha voy a…!

         -¡Es que ella es un cuerpo yermo!

         El semblante molesto del Sacerdote cambió de una manera rotunda, quedó pálido y no podía ocultar su miedo.

         -¿Quién te dijo eso, María?

         -¡No está escuchando Padre! ¡Ya se lo dije! ¡Ya no sé qué hacer! Lo único que ha detenido a esa “cosa” fue el agua bendita.

         -¿Tú sabes lo que es un cuerpo Yerno, María?

         -¡No!

         El cura sabía más de aquello que yo misma, ya no dudaba de mis palabras, pero el miedo que dibujaba su rostro no me inspira confianza. ¿Podría aquel anciano tener el poder necesario?  Cogió el maletín que había traído y lo abrió, extrajo la estola, se la puso al cuello, el escalofrío me advirtió del peligro:




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