Cuervo de Cuarzo

X: Úneteles [Elián]

La mañana había sido un caos. O al menos, tanto como era posible en una casa como la nuestra, donde el orden y la disciplina tenían un papel protagónico.

Mis padres me habían ordenado preparar mi bolso hacia una semana, pero eso no impidió que mi madre lo desarmara para revisar todo por última vez. Sospecho también que estaba escondiendo algún dispositivo por el cuál comunicarnos.

Sospechar. Esperar. Básicamente son lo mismo.

Mi padre me llevó al piso de abajo a dar unos últimos golpes, dijo que no tenía la seguridad de que pudiera seguir entrenando mientras cumplía con mi trabajo en el palacio, pero tenía la impresión de que, a su manera, se estaba despidiendo. No pocas veces mi padre me había llevado a entrenar sólo los dos, pero no era la falta de mis compañeros lo que lo hacía ver todo tan triste, sino que, por primera vez, estaba viendo el salón de entrenamiento como lo que realmente era: un sótano con sacos de harina, bolsas con rocas, y cuerdas apiladas por aquí y por allá. Me sentí como un niño pequeño que jugaba a ser guerrero, pero que en realidad no tenía idea de a qué se estaba enfrentando. Por primera vez, las dudas de Bo me invadieron también a mí.

—Papá… —comencé mientras daba un golpe al saco que habíamos colgado del techo.

—Golpea más fuerte y más al centro, Elián.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Si eso va a hacer que vuelvas a tener la cabeza donde debe estar…

Lo ignoré, sabía que no había ningún problema con los golpes que estaba dando. Era él quien estaba distraído, y eso sólo logró preocuparme más.

—¿Estamos seguros de lo que estamos haciendo?

—¿A qué te refieres? —me preguntó, pero su mirada era de advertencia. Debía proceder con cuidado.

—Ya sabes… es sólo que, no hemos tenido instrucciones muy precisas, y… bueno, no sé cómo podría prepararme para algo que no comprendo.

—Así es. No lo comprendes. Por el momento sólo debes acatar ordenes, y confiar en que los mayores sabemos lo que estamos haciendo. Las instrucciones llegarán a su debido tiempo, y no creo que haga falta recordarte que estas son personales. Eso quiere decir, que no debes compartirlas con nadie más. Tampoco quiero oír que estás buscando contactarte con otros o metiendo las narices donde no te incumbe.

—Ya lo sé, no lo haré.

—Estoy hablando en serio, Elián. Ya mucho estamos dejando al azar asignando tareas tan importantes a adolescentes como tú.

—Soy un adulto —le recordé—, y he cumplido con mi entrenamiento.

—Eres un niño, y harás lo que se te diga. No quiero más cuestionamientos. No me hagas arrepentirme de enviarte.

Y con un último puñetazo certero, rompió en dos el saco de harina.

—Limpia eso —me ordenó mientras subía la escalera.

 

El almuerzo había sido tenso, no esperaba que en casa de Bo las cosas hubieran ido mejor, pero nosotros no estábamos acostumbrados a pelearnos. O, mejor dicho, mis padres no estaban acostumbrados a que los cuestionara, y las últimas palabras que intercambiamos resultaron en una fría e impersonal despedida. Sin instrucciones, sin abrazos, sin un ‘buena suerte’. Nada.

Me había traído mi bolso a cuestas desde el Borde hasta la plaza de la ciudad, cuidando bien que nadie me viera entrar desde las calles de tierra a los caminos pavimentados. Esperaba, de todas maneras, que nadie me hubiera visto, no había sido tan cuidadoso como habría querido; no había podido encontrar a Pyra antes de despedirme, y la mera idea de no verla en sabe la

Estrella cuánto tiempo me pesaba bastante más en la consciencia que la docena de kilos que traía a la espalda.

—Llegas tarde —me saludó Bo. A luz del día su cabello lucía aún más terrible.

—Tienes que arreglarte eso —dije, apuntando a su cabeza.

—Ya lo hará alguna mujer mayor que se apiade de mí. Y si no, pues toca vivir con mis malas decisiones.

—Creí que nunca aprenderías esa lección.

—Muy gracioso, veo que empacaste para una vida entera.

—¿Y tú? ¿Por qué traes tan poco? —pregunté, notando que su bolso era considerablemente más pequeño que el mío.

—Supongo que nos darán uniformes para usar a diario, además, casi toda mi ropa estaba remendada e inservible.

—Si no fueras tan ruda para jugar…

—Tú sólo tienes suerte, Eli. Podrías caer en un charco de lodo y saldrías limpio y peinado de allí.

Buen punto.

—¿Todo bien en casa?

—Tan bien como podía esperarse —respondió sin darle importancia—, ¿crees que nos den de cenar? No me molestaría una buena comida.

—Tampoco a mí, ya quiero ver como incluso los criados del palacio comen mejor que nosotros.

Al otro lado de la plaza, un hombre de uniforme morado hizo sonar una campana y una fila comenzó a formarse frente a los carruajes que habían traído desde el palacio. Eran enormes, y aunque cuatro caballos tiraban de cada uno, no me parecía justo que tuvieran que cargar con el peso de todos, especialmente cuando podríamos simplemente haber usado un vehículo a motor si la corona se hubiera tomado la molestia.



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En el texto hay: fantasia, lgbt, fantasia juvenil

Editado: 25.05.2023

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