Todo pasó muy rápido. Un instante tenía los ojos sobre el camino y al siguiente Bo estaba cayéndose del caballo, y casi al instante se prendió fuego.
Se prendió fuego porque su esposo la tocó. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos jamás lo habría creído, pero la llama salió de su mano y cuando Bo se desmayó, él volvió a tocar el fuego y este desapareció entre sus dedos como si lo estuvieran succionando.
Y luego se volteó en busca de ayuda, y sus ojos se quedaron fijos en mí, como un animal cuando sabe que será cazado y está esperando por la última oportunidad para escapar. Había olvidado que yo estaba allí.
—¿¡Qué pasó!? —preguntó la señorita, que se había acercado corriendo al escuchar el escándalo—. ¿Se encuentra bien?
Su voz sonaba cargada de angustia, pero no tanta como la que el soldado tenía en el rostro.
Por favor, podría jurar que lo oía decir. Por favor.
—No lo sabemos, señorita —apuré, sin detenerme a pensar en que era la primera vez que le mentía—. Puede haber sido una chispa, el caballo se encabritó, todo ocurrió muy rápido.
El soldado, Elián, me dedico una sonrisa ambigua. No pude sonreírle de vuelta, pero tampoco importaba, porque se había vuelto de inmediato a ver a su esposa, a quien le humeaba la camisa y le sangraba la mano profusamente.
—Necesito llevarla de vuelta al palacio, su alteza —rogó. Por la sien le caían gotas de sudor.
—Claro que sí. Hiro, por favor, ayuda a este soldado a cargar a la moza.
La señorita había dejado de lado las formalidades al parecer sin darse cuenta, lo que había sorprendido al Príncipe. Esperó un segundo más de lo que hubiera sido prudente para acercarse a ayudar a Elián, seguramente esperando que la señorita Viana se retractase. Podía ver por qué estaba confundido, no era tarea de un príncipe encargarse del personal, mucho
menos de un empleado de una casa noble ajena y en una tarea en la que se esperaba que hiciera uso de su fuerza física y de la que saldría mugriento y sudado, pero era obvio que la princesa no se había detenido a pensar antes de pedírselo. Esperaba que esto no le trajera demasiados problemas con su padre, pues ya lo estaba pasando bastante mal.
Tan pronto nos acercamos al palacio, el Príncipe se excusó para ir a cambiarse. La princesa le lanzó una mirada de desaprobación, pero él había estado más preocupado de revisar la mancha de sangre en su chaqueta. Elián cargó con ella el resto del camino, y me sorprendió ver que su cuerpo parecía no pesarle nada, ya que caminaba con tanta ligereza como siempre. Recordé como en la noche nos había ayudado a entrenar, y aunque él no lanzó ningún cuchillo, era evidente que tenía los mismos conocimientos que ella. ¿Dónde se habrían entrenado? ¿Tendrían que ver con… con el incidente del lago?
Inmediatamente rechacé la idea, ninguno de los dos era Chas. Elián habría destacado mucho con su piel morena, y aunque Bo era pálida y eso la hacía resaltar entre los demás Arceses, sus ojos eran muy grandes y redondos para que alguien hubiera podido confundirla. Además, estas personas provenían del reino, pues sólo los habitantes del segundo anillo podían contraer matrimonio bajo la bendición de los Astros, y Bo llevaba puesta una sortija.
Nos adentramos apresuradamente en el palacio y Elián comenzó a caminar en dirección a los dormitorios. Dejamos atrás el ala del hospital sin que aminorara el paso, y fuimos directo a la habitación que ambos compartían. Nadie que no fuera un empleado ponía un pie en esta área del palacio, y los ojos de la señorita se debatían entre mirar a Bo y escanear los pasillos sin decoraciones y de techos bajos a los que definitivamente no estaba acostumbrada. Si se sintió incómoda o fuera de lugar, no lo expresó, y poco a poco pareció irse acostumbrando al cambio de escenario.
—Lily —me llamó Elián cuando nos detuvimos ante su puerta, cambiando el peso de Bo de un brazo al otro—. ¿Puedes abrir la puerta? La llave la traigo colgando del cuello.
Sus palabras hicieron eco en los pasillos que a esa hora estaban desolados, pero si a alguien más le pareció que habían sido ruidosas y ponentes, nadie lo comentó. Aunque sabía que la situación lo ameritaba, me sonrojé ante la idea de hurgar bajo su camisa, e incluso así, la
sensación no fue si quiera comparable a la enorme sensación de pudor que se apoderó de mí cuando lo hice, y el dorso de mi mano rozó su pecho cálido y bañado en sudor.
Abrí la puerta con prisa, preocupada de que alguien pudiera notar lo abrumada que me sentía y lo mucho que ese ínfimo roce me había afectado, pero como era esperable, todos tenían la mente ocupada en asuntos más importantes.
Elián dejó a Bo en la cama, quien todavía no daba señales de despertar, y corrió al baño a abrir la llave de la tina. Por mi parte, tomé una toalla que alguien había colgado en una silla y envolví su mano con ella; había perdido mucha sangre y estaba pálida, lo cual hacía que la piel quemada de su hombro luciera aún peor.
—Lily, tenemos que quitarle eso.
Había olvidado por completo que la señorita seguía con nosotros. Se notaba perdida, inútil y completamente ajena a la situación, mi obligación había sido cuidar de ella, ¿cómo podía haberla traído hasta aquí? Lo correcto habría sido enviar a Bo al hospital, y haber llevado a la princesa de vuelta a su recamara, hacerle un té de lavanda y procurar que se recuperara del mal rato, pero el paso decidido de Elián y la evidente preocupación de la señorita hicieron que olvidara por completo mis responsabilidades, y que abandonara mi puesto sin siquiera pestañear.