Cuervo de Cuarzo

XXXII: ¿Te apetece entrar al agua? [Viana]

Llevaba descansando en la bañera más de una hora, la vela de lavanda se había consumido hasta la mitad, y las burbujas en el agua habían desaparecido casi por completo, pero no me sentía lista para salir. Terminar mi baño significaba volver afuera, al mundo real donde estaba oficialmente comprometida, donde se esperaban cosas de mí que ni siquiera estaba segura de poder entregar. Volver afuera significaba volver a un mundo donde había besado a Bo… y donde no podría seguir haciéndolo.

No sabía qué se había apoderado de mí en ese momento, pero lo cierto es que no me arrepentía en lo absoluto. En qué momento Bo pasó de ser una amenaza a una simple molestia a alguien que deseaba no me quedaba claro, pero lo cierto es que esa noche no fue la primera vez que me ahogaba un impulso desesperado por besarla, por acariciarla, por tomar su mano entre la mía. Mentiría si dijera que las copas de champaña que bebí tuvieron algo que ver, la verdad es que lo habría hecho sobria, despierta, totalmente cuerda, pero quizás Bo si había necesitado ese pequeño empujón, esas burbujas en la boca que la empujaran a atreverse. Gracias a eso, había descubierto que soy más valiente de lo que creía, y también, que estaba a punto de arruinar mi vida.

Quería enojarme con ella, quería echarle la culpa por haber entrado a mi palacio, Estrellas, a mi propia habitación. Quería gritarle que no tenía derecho a invadir mi privacidad, ponerme un cuchillo al cuello y encima tenerme cuidándola mientras se recuperaba de la herida que le había causado únicamente por defenderme. Pero ¿para qué? Ni siquiera podía pretender estar molesta; era con mucho lo más emocionante que me había pasado en la vida, y me lo estaban quitando cuando apenas había comenzado a probarlo.

Como llamada por la fuerza de mis pensamientos, Bo abrió la puerta del cuarto de baño en ese momento, y sólo me di cuenta de la situación en la que nos encontrábamos cuando se me quedó mirando por más tiempo del que hubiera sido prudente.

—¿Bo? —pregunté estúpidamente. No me cubrí.

—Lo siento —murmuró avergonzada, pero no retrocedió—, creí que estaría cerrado si estabas ocupada…

Nos quedamos mirando por unos segundos, jugando a ver quien apartaba la mirada primero. Sus ojos eran del más precioso color calipso, y a pesar de su expresión seria, podía ver el rubor en sus mejillas. ¿Qué más da?, pensé, es ahora o nunca.

—¿Te apetece entrar en el agua? —las palabras sonaban ajenas saliendo de mi boca, pero estaba segura de querer pronunciarlas, de querer que dijera que sí.

—Más que nada en el mundo —respondió.

 

Me tardé un rato en notar las agallas sobre las costillas. Primero me tomé mi tiempo, la miré desvestirse, observé la forma de sus piernas levemente musculosas, sus brazos tonificados, las clavículas marcadas, sus senos pequeños... me detuve especialmente en su espalda, en los omóplatos que me habían atrapado la primera vez. Vi los tajos transversales sólo cuando se metió en la tina frente a mí, sus piernas enredadas con las mías, tímidas y deseosas al mismo tiempo. Se abrieron como las de un pez fuera del agua, ansiosas de respirar, y su cuerpo se llenó de colores, salpicado por aquí y por allá por escamas verdosas, azuladas e iridiscentes.

—Sabía que lo de tus ojos debía ser cosa de magia —fue todo lo que pude decir.

No era que no me sorprendiera, ni que no estuviera impresionada, era que no me importaba. La voz en mi cabeza que gritaba peligro se había vuelto afónica, y lo único que quedaba era un sobrecogedor deseo de besarla.

Por suerte, Bo parecía sentir lo mismo.

El agua ni siquiera se movió cuando ella se abalanzó sobre mí, tomando mi rostro entre sus manos y besándome con más ganas que la noche anterior. Su boca sabía a mermelada de

fresas, y sus dedos se enredaron en mi cabello mientras intentaba pegarse lo más posible a mí sin despegar sus labios de los míos. El roce de su cuerpo se hizo inaguantable, ya no podía mantener mis manos lejos de ella, y comencé a tocarla, a explorarla, era más delicada de lo que me había imaginado, y su cuerpo ya no era tan huesudo como lo había sido alguna vez, sino una mezcla de músculos y suavidad que me hacía incapaz de soltarla. Mis dedos encontraron su costado, y trazaron sus agallas con cuidado. Bo lanzó una risita nerviosa, dijo que le hacía cosquillas, pero me pidió que no parara, que siguiera. Comenzó a besarme el cuello, las clavículas. Quería que fuera más abajo, pero no me atrevía a pedírselo, no me atrevía a romper el hechizo de lo que estaba pasando al mencionarlo en voz alta.

—Eres hermosa —susurró mientras me besaba el hombro—. Eres-

La interrumpió el sonido de un fuerte golpe en el suelo. Lily había dejado caer una botella de producto para el cabello, y nos miraba boquiabierta desde el marco de la puerta.

—Lily… —dije con un hilo de voz.

—Lo siento mucho —reaccionó ella, y rápidamente salió de la habitación cerrando tras ella.

—Mierda —susurró Bo—. Viana, lo siento tanto…

—Calla —le dije, tratando de pensar. No tenía tiempo para sus disculpas ahora, especialmente cuando sabía que eran vacías; ninguna de las dos lo sentía, y lo sabíamos—. Quédate aquí hasta que nos oigas salir, y no vuelvas a buscarme. Yo iré por ti cuando sea prudente.



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En el texto hay: fantasia, lgbt, fantasia juvenil

Editado: 25.05.2023

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