Siempre que algo podía ser arruinado, lo arruinaría, yo misma y sin ayuda, eso era algo que había aprendido desde muy pequeña. La mayoría de mis metidas de pata no me molestaban, estaba acostumbrada a ellas, y honestamente, las personas a mi alrededor estaban mentalmente preparadas para lidiar con eso. Sólo había habido dos veces en la vida en las que realmente había tenido que cargar con mis errores, y como bien decía el dicho, la tercera era la vencida. Viana sería el error que terminaría de arruinarlo absolutamente todo.
Cuando éramos niños, Elián se enamoró de una chica de la ciudad, o al menos se sentía tan enamorado como puede sentirse un chiquillo de ocho años. El problema era que yo también me había enamorado… de la misma chica. Era difícil porque Eli no dejaba de hablar de ella, a pesar de que nunca habían cruzado palabra y nunca lo harían; ella era la hija de un lujoso relojero, y nosotros éramos unas simples crías de taki, pero eso no lo detenía de pedirme cada día que cruzáramos el muro para mirarla a través de la ventana de la tienda de su padre. No me iré por las ramas, pero las cosas se pusieron feas entre él y yo cuando los celos se hicieron insoportables; dejamos de hablarnos un par de semanas y evitábamos cruzarnos por la calle. Eventualmente volvimos a ser amigos y él dejó de mencionarla, siempre pensé que él imaginaba que estaba celosa de él, y jamás lo corregí.
El segundo error había sido pretender que estaba embarazada, lo que también había causado que Eli y yo nos peleáramos. Me preguntaba si este último error terminaría con una pelea tan grande que me quedaría sin él y sin Viana. No, ni siquiera podía decírselo, y no tenía nada que ver con pelear, lo cierto es que eso podría manejarlo, pero ¿la vergüenza? ¿Como podía decirle que me había enamorado de alguien con quien no tenía absolutamente ninguna posibilidad? No sólo estaba esa porquería de la Luna y la Estrella representando la energía masculina y femenina, y todas esas estúpidas reglas sobre cuándo y con quién debíamos casarnos, si no que yo ya estaba casada y Viana iba a casarse en menos de un mes, ¡y no
sólo eso! No, señor, además ella era una princesa, la princesa de un reino que prohibía la magia, y yo era una suerte de fenómeno mágico barato con agallas. ¿Cómo… cómo se me había ocurrido pensar que era una buena idea desnudarme frente a ella y entrar al agua? ¿¡En qué estaba pensando!? En nada en realidad, sólo en ella y en su cuerpo moreno y curvilíneo, iluminado por la luz multicolor del vitral y salpicado de gotas de agua… Estrella, sabía que era una idiota, pero no sabía hasta qué punto.
Ni siquiera estar en el agua estaba haciéndome sentir mejor.
Lo peor de todo es que me sentía aún más tonta por quejarme, cuando la gente a mi alrededor tenía problemas más graves. Para empezar, no era yo la que me estaba casando con semejante imbécil, y tampoco era a mí a quien la estaba acosando un enemigo poderoso con acertijos y magia oscura. Bueno, sí, lo del cuervo ensangrentado en la tina todavía me traía preocupada, pero había decidido olvidarlo porque seguía sin tener idea de quién podría haber sido, y me valía más ocuparme de asuntos que si tenían solución.
A mi derecha, uno de los juncos se sacudió levemente, y entre las hojas pude ver el caparazón de una de esas extrañas criaturas: los Kappa. El animal se movía sin mover el agua, tal y como lo hacía yo, el junco debió haber sido un accidente que quizás ni siquiera notó, pero que me salvó de que me encontraran rondando por la laguna otra vez. Nos quedamos quietos un buen rato, él escaneando el patio con pequeños movimientos de cabeza, y yo suspendida bajo el agua, esperando a que terminara su tarea para poder moverme. Al menos el pasar tanto tiempo bajo el agua me ayudaría a terminar de sanar mis heridas, incluido el tajo que me había vuelto a abrir en la mano. Aunque en general siempre tenía algún rasguño encima, nunca había tenido dos heridas medianamente graves al mismo tiempo, ni tampoco tantos problemas.
Luego de un laaargo rato, el Kappa nadó hasta la orilla y comenzó a caminar lejos de la laguna, escondido entre las sombras de los árboles y los arbustos. La ampolleta se me encendió justo antes de perderlo de vista: seguirlo podía darme alguna pista sobre el caso de Lily, y quizás incluso sobre el asunto de la bañera. Salí rápidamente del agua y me puse en camino, poniendo extremo cuidado en no hacer un solo ruido o siquiera producir una sombra que no fuera cubierta por aquella de los árboles.
La criatura simiesca caminaba a prisa, con sus alargadas patas enredándose como alambres sobre los obstáculos del camino. Como era de esperarse, no seguía una ruta pavimentada, sino que iba abriéndose paso entre follaje, charcos y pradera abierta, cuidado de que nadie fuera a verlo. Estuve a punto de perderlo de vista un par de veces, pero lo que el Kappa tenía naturalmente, yo lo había aprendido con años de entrenamiento. No iba a dejar que se me escapara sólo porque era hábil escondiéndose.
Sentí el lago antes de verlo; la sequedad en la boca, la presión en el pecho. Para cuando pude ver las relucientes rocas bajo la luz de la Luna mis pulmones estaban prácticamente cerrados, y mis agallas se habían abierto bajo mi abrigo desesperadas por agua. Sabía que no era lo correcto, pero esperaba que la criatura se zambullera. La atracción que ejercían los cristales sobre mí era incluso más fuerte que la última vez, y no estaba segura de poder resistirme si nos acercábamos demasiado.
Como si la Estrella me hubiese escuchado, el animal desapareció dentro del agua y en menos de un segundo entré yo detrás de él. El alivio fue instantáneo, el mareo y la presión desaparecieron apenas me zambullí, mis músculos se relajaron y pude ver con claridad delante de mí. Bajo el agua, el destello de los cristales se veía magnificado, y lo que era simple cuarzo parecían ser columnas enteras de diamantes. De pronto no me parecía importante seguir al Kappa: tenía todo lo que podía querer, el agua sabía dulce, mi cuerpo no estaba cansado ni dolía, mis preocupaciones parecían nimiedades y supe que podría quedarme allí por días, incluso semanas, sin necesidad de salir. Por el rabillo del ojo, vi como el animal se colaba entre dos rocas opacas y desaparecía sin dejar rastro, estuve un buen rato decidiendo si valía la pena seguirlo o no, si realmente era importante. Creo que Eli habría estado orgulloso de mí, porque finalmente logré convencerme de que era mi deber, y -aunque con mucho desgano- encontré una grieta entre las rocas y me arrastré hacia el otro lado.