Me despierto en la noche, cuando el silencio es la cumbre de mi estabilidad emocional; dejo atrás a los ojos que me amedrentan y el placer de ver caer las lagrimas se evapora junto a estas, dejando un amargo hedor sonoro que se apodera de mis mas vividas emociones en forma de rostros susurrando una y otra vez: Quiero verte.
Como siempre, ellos vienen a verme, los dos luceros escarlatas se asoman por mi ventana, impacientes bajo la penumbra de la tenue luz y yo con languidez doy un pequeño salto de mi lugar. Recorro el descuidado pasillo oscuro, los amargos dedos me abrazan por detrás y las disformes voces me hacen la invitación de regresar al lugar en donde estas me dan su amor; estos ojos llenos de terror se iluminan por el aura melancólica de las estrellas después de salir al aire libre, y exhalo, soltando un vapor que opaca mi vista dando paso a la mayor de mis utopías. Si he de morir subyugado ante la inercia entonces ya lo he hecho.
Como siempre, bajo el oscuro manto del cielo adornado levanto las oscuras cuencas, y dándoles nombre a los astros levanto mi mano hacia el de la felicidad, intentando palpar con verosímil emoción a mi inalcanzable quillotra.
Los dos cuervos juguetones descansan sobre cada uno de mis hombros, y al mismo tiempo se acercan a mis oídos, recitándome el peor de mis temores en forma de esquirlas que desgarran con lentitud mi existencia.
-Hemos venido por tu alma.
Y yo les entrego fragmentos de esta, en forma de escritos y poemas que pintan mis pasiones.
Recorro el mismo camino hacia el sombrío cuarto que encierra mis impulsos, me recuesto sobre las manos que sostienen mi putrefacto lecho y estas me abrazan; dirijo la atención sobre la ventana, y los dos colegas que me observan se despiden de mi con ávidos aleteos; ellos son mis astros, me ofrecen un espectáculo nocturno y yo les doy las buenas noches.
Editado: 04.04.2020