Cuestión de Honor

CAPÍTULO 2

No podía creer su suerte. Estaba seguro de que si hubiese ido caminando por la calle lo hubiera cagado una paloma, se le hubiera atravesado un gato negro y por intentar hacerle el quite hubiese pasado por debajo de la única escalera en millas a la redonda. Y todo en un maldito martes 13.

Aquella diosa que lo había hechizado estaba hablando precisamente con Clemente, quien se notaba, había sacado a relucir todo su arsenal encantador con ella. Y ella no se quedaba atrás, no señor. Se la veía feliz, con una sonrisa radiante, como si además de ellos no hubiera nadie más a su alrededor.

Una corriente eléctrica recorrió todo su cuerpo y una ira desmesurada lo invadió de repente tensándolo por completo y haciéndolo bufar como un caballo salvaje.

- ¿Sucede algo, Esteban? – Olivia notó de inmediato el cambio que ocurrió en su hermano. Algo le había sucedido y dedujo la razón con tan solo seguir su mirada. Pero como ella era discreta, simplemente lo dejó estar y siguió bailando con él sin presionarlo a decir nada más, ni esperar a que contestara su pregunta.

- ¿Puedo bailar con mi hermosa hermana? – Lucas se había acercado a ellos y tomó de la mano de Esteban a Olivia y continuó la danza que éste había dejado inconclusa en la confusión de sensaciones que estaba experimentando en ese momento.

A toda marcha se aproximó de nuevo a la mesa que les correspondía como familia y ahí se sentó. Solo, bebiendo un trago tras otro para pasar el mal rato que estaba teniendo. Y aunque entremedio bailó con Ani en un par de ocasiones, no dejó en ningún momento de seguir con la mirada cada uno de los movimientos de Clemente y su diosa misteriosa. Su rostro emanaba una furia que nadie que no lo conociera bien podría haberse dado cuenta. Esteban sentía sus mejillas arder de ira. Ira contra el mundo, contra la suerte, contra el tiempo, contra todo aquello que se confabuló en contra de él para impedirle ser el primero en llegar hasta “ella”. Incluso sentía ira contra Clemente, su amigo. ¿Acaso no vivía rodeado de mujeres todo el tiempo? ¿Acaso no estaba flirteando en esos días con una universitaria que había conocido en una fiesta? ¿Tenía que fijarse en la única mujer que realmente le había llamado la atención en toda su vida? “¡Maldición y mil veces maldición!”, pensó.

Si tan solo ella no se viera tan entusiasmada con la compañía de Clemente. Si tan solo hubiera visto la verdadera naturaleza de su amigo, quizás hubiese tenido una oportunidad. Pero sabía que no podía competir con él. A diferencia de Clemente, hablar con las mujeres era todo un reto. Acercarse a una y lograr entablar una conversación con ella implicaba una sesión completa de respiraciones yóguicas o tántricas, vaya uno a saber, antes de dirigirles la palabra. El problema no era la conversación en sí, él era un buen compañero de charlas; el problema era el puntapié inicial. Entablar la conversación. Para alguien introvertido como él era difícil, pero nada imposible con una buena dosis de autoconfianza. Aunque siempre se cohibía si Clemente estaba a su lado. Clemente era tan bueno para llegar a la gente y más aún a las mujeres, que todas caían a sus pies simplemente con su labia. No tenía por dónde.

“Ella”, al parecer, no era distinta del resto y eso lo enfureció. Sabía que no tenía ningún derecho a sentirse así. Él no era nada de ella ni ella de él. ¡Ni siquiera se conocían, por el amor de Dios!, pero…… ¿habría sido diferente si lo hubiese conocido a él primero? Quizás no. Pero eso nunca lo sabría. Ya no. Toda posibilidad de un acercamiento romántico con ella había culminado aun antes de comenzar.

Por otro lado tal vez, pensaba (como un modo de calmar su rabia) que ella era justo lo que Clemente necesitaba para sentar cabeza.

¡Mentira! Una vil y cruel mentira. Sabía que para Clemente ella sería una del montón y eso le dolía aún más, porque si hubiese sido él…… Oh, si hubiese sido él, la habría tratado como el tesoro más frágil y valioso del mundo, la hubiera adorado desde la punta de los pies hasta el último cabello de su cabeza, la hubiera amado solo a ella, por siempre y para siempre. Pero no. Eso jamás sucedería y ella sufriría, lo sabía, pero nada podía hacer por evitar lo que estaba seguro sucedería. Por eso no cejó en su esfuerzo por seguir ahogando su impotencia y, por qué no, también su pena, en alcohol. Y en eso tampoco estaría solo, porque después de un par de horas, su propio hermano Lucas, estaría en las mismas condiciones que él. ¿Por qué? Solo él lo sabía y la verdad… no estaba en ese momento para actuar fraternalmente y averiguarlo. Él tenía sus propias llagas que curar.

 

****

- Amigo mío, me enamoré. – Llegó diciendo Clemente una vez que ambos embarcaron.

Esteban lo miró de reojo mientras ordenaba su ropa en el armario. No tenía ganas de preguntarle de qué estaba hablando, ni de quién, puesto que ya sabía a qué venía todo aquello.

- ¿No piensas preguntarme nada, muchachón? – Clemente irradiaba alegría. Estaba echado encima de su cama jugueteando con la cremallera de su bolso y una sonrisa que invitaba a quien quiera que lo observase a que le preguntara la razón de su felicidad.

- Supongo que hablas de la universitaria que conociste en la fiesta. – le dijo sabiendo que esa no era la respuesta correcta.

- ¿Quién? Ah, esa chica. Ni siquiera recuerdo su nombre. Y no, no hablo de ella. Hablo de la “diosa” que conocí en la Cena anual. – Otra vez “¡Maldición!”, pensó. Ahora ya ni siquiera podía decirle así. - Me hubiera encantado presentártela, pero cuando te busqué, ya te habías ido.




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