Años llevaba Esteban tratando de apaciguar y bloquear lo que sentía por Dominga, pero al parecer nada había funcionado. Creyó que todo aquel revoltijo de sentimientos había sido solo pasajero, pero resultó que Clemente había tenido razón en todo. Conocerla le hizo enamorarse sin remedio de ella. Y cómo no hacerlo cuando cada vez que Clemente y él tocaban tierra ella estaba allí para recibirlo y para compartir con ellos a cada momento.
Si no era una reunión familiar en su propia casa, era una reunión con los amigos o una fiesta o una salida a pasear o a comprar. No faltaban las instancias para compartir con ella y ver la clase de mujer que era.
Era todo lo que Clemente le había descrito y más. Rebosaba de amor, solo que no hacia él, sino hacia su amigo.
Y así como Dominga desperdigaba amor hacia Clemente, Esteban desperdigaba amor hacia ella, un amor que debía mantener a raya en lo más oculto de su ser. Jamás hubiera hecho nada por cambiar las cosas ni mucho menos para interferir en la relación que ella y su amigo tenían por tanto tiempo ya. Aquella relación era sagrada para él y lo sería siempre, aunque eso significara no volver a amar a ninguna otra mujer mientras viviera. Porque lo tenía claro, Dominga fue, era y sería la mujer de su vida, pero él nunca sería el hombre de la suya y ya había aprendido a vivir con ello.
No importaba cuánta mujer se empeñaran en presentarle, jamás pasaba de una cita. Para él era impensable jugar con los sentimientos de una mujer solo con el fin de utilizarla para ver si en algún momento podría hacerle olvidar a Dominga. No era justo para nadie exponerse a ello. Es más, le resultaba hasta doloroso, más aún cuando era la misma Dominga quien le presentaba alguna amiga de la universidad o a alguna feligresa de la Parroquia en la cual ministraba su tío.
Su corazón no podía latir por nadie que no fuera Dominga. ¡Y válgame Dios, cómo latía cuando la veía! Todo su cuerpo se encogía con solo verla. Su respiración se aceleraba, sus manos sudaban y su corazón se desbocaba. Solo su rostro no sufría alteración ninguna y eso era por el enorme esfuerzo que hacía para que sus sentimientos siguieran pasando desapercibidos por todo el mundo, en especial para Clemente y Dominga.
Cualquiera en su lugar se habría alejado de ellos argumentando cualquier excusa, pero no él. No Esteban. Porque él podría NO ser muchas cosas, pero SÍ era masoquista. Prefería sufrir por verla, que morir por su ausencia. Y eso lo hacía sentir más miserable y más enojado consigo mismo. ¿Hasta cuándo tendría que aguantar? No lo sabía y quizás nunca lo hiciera. Tal vez su destino era permanecer en las sombras y ser tan solo el buen amigo que estaba allí cada vez que se le necesitaba.
Sentía lástima de sí mismo. Si antes de por sí era serio y le costaba abrirse a los demás, ahora le parecía imposible hacerlo sin delatarse, porque todo lo que le afectaba tenía que ver con ella.
Solo había una persona en el mundo que había sido capaz de ver el tormento por el que estaba pasando y le brindó el consuelo que tanto necesitaba. Su hermana Olivia……
Un par de años antes…
- ¿Qué te traes Tebi? – Así le decía su hermana de cariño.
- ¿A qué te refieres, Oli? – Era cierto que no sabía de qué hablaba su hermana.
- Mi viejo chico, tan dulce y serio. – Se acercó hasta él y le dio un fuerte abrazo. – Ven, vamos a caminar por el jardín.
Olivia apartó a propósito a Esteban a fin de poder hablar con su hermano y tratar de sonsacar los sentimientos que tanto lo atormentaban. Se dirigieron a la hamaca que estaba lo suficientemente lejos de la casa y allí se sentaron.
El silencio primó por mucho rato, pero no fue incómodo en absoluto para ninguno de los dos. No era primera vez que Olivia tenía que hablar con uno de sus hermanos. Ya lo había hecho antes con Lucas cuando tuvo que ayudarlo a afrontar sus sentimientos por Ani. Aparentemente ahora le tocaba el turno a Esteban. Olivia siempre había sabido cómo leer sus corazones y les daba la cuota de consuelo necesario para curarlos.
- ¿Se trata de aquella chica que conociste en la cena anual hace un tiempo ya? – Olivia no lo miró cuando le hizo la pregunta. Solo se limitó a tomar su mano y acariciarla con ternura, como solo una hermana mayor puede hacerlo. Ya tenía experiencia por lo visto.
- ¿Cómo……?
- …..lo he sabido? – Terminó por él y él asintió mientras intentaba descifrar cómo diablos se había enterado Olivia. – Pues déjame decirte hermanito que ustedes, los hombres, son muy fáciles de leer cuando del corazón se trata. Yo te conozco, Tebi y desde el primer momento que posaste tus ojos en ella supe que te habías enamorado. Y lo supe con tan solo seguir tu mirada. Jamás te había visto ver a alguien con esa intensidad ni con ese desborde de sentimientos. Además, es la misma forma de ver que tengo yo cuando miro a Santi y cuando él me ve a mí. Ya llevamos un par de años casados pero nuestro amor sigue siendo igual de fuerte si es que no más…… como el tuyo por ella ¿no es verdad?
- Tú no entiendes, Oli. No lo entiendes, ni sabes lo que se siente, porque lo tuyo con Santi es recíproco. En cambio lo mío…… lo mío es distinto y jamás cambiará.
- Puede ser, pero eso no significa que no puedas luchar. Y con esto no te estoy incitando a que te entrometas en la relación que tu amigo tiene con ella. Jamás estaría de acuerdo con eso. Más bien, lo que quiero decir es que si alguna vez surge la oportunidad, no te quedes callado y lucha por aquello que quieres. Y la quieres a ella ¿cierto? – Esteban asintió. – Entonces, ¡arriba ese ánimo! Solo una cosa me queda por decir: Recuerda que al agua hay que dejarla correr…… deja que la vida tome su curso. Hay cosas que no podemos cambiar. Lo que es para ti, será y lo que no, es por alguna razón. Tiempo al tiempo, hermanito. Tiempo al tiempo. – le palmeó con suavidad la mano que le había cogido.
Editado: 15.07.2021