Cuestión de Honor

CAPÍTULO 5

Hacía días que Dominga se sentía flotar por los aires. Específicamente desde el matrimonio de Lucas Müller.

Clemente le había hecho llegar una nota con uno de los garzones, citándola dentro de la casa, en uno de los dormitorios de la familia. En un principio se había sentido incómoda por aquella petición. Se sentía como una invasora y dudaba si acudir al encuentro o no, pero poco después una nueva nota se deslizó por debajo de su copa de vino y como si Clemente le hubiera leído sus pensamientos, en ella le aseguraba que no había de qué preocuparse, que al ser la fiesta en los jardines de la casa no molestarían a nadie con su ausencia. Además, uno de los dueños de casa era su mejor amigo y de seguro ni se molestaría en cooperar para que ellos se reunieran.

Él iría primero y la esperaría en la segunda habitación a mano izquierda.

Tendrían que mantener las luces apagadas si no querían ser descubiertos. Algo arriesgado, pero seguro.

Fue así como Dominga llegó a su destino, con suma precaución de no chocar con nada ni con nadie. Entró a la habitación muy discretamente y allí lo vio, en medio de la oscuridad. Allí estaba su amado Clemente tumbado de lado en la cama. Le extrañó verlo tan silencioso, pero supuso que era para que no los descubrieran.

Dominga se arrimó a la cama y se trepó a ella abrazando por la espalda a Clemente, que parecía haberse dormido. Y no le extrañaba. De su cuerpo emanaba bastante olor a licor y suponía que se había quedado dormido mientras la esperaba. Sin embargo, al sentir su presencia, él se giró y la abrazó con ternura.

“Te amo”, le dijo Dominga y asaltó sus labios con pasión. Clemente respondió a sus besos y ambos se dejaron llevar por el momento abrumados por el amor que ambos sentían y la necesidad de percibirse unidos en cuerpo y alma.

- Me iré primero. No deseo que mi tío se dé cuenta de que ninguno de los dos está en la fiesta. Supondrá de inmediato que estamos juntos y que no estamos haciendo nada casto. – Se rió con picardía. – Te amo, mi amor. – Lo besó una última vez y se fue.

Más de una hora después apareció Clemente en la fiesta, bastante más sobrio que antes, cuando lo dejó en la habitación. Se acercó a ella, se sentó a su lado y se disculpó.

- Lo lamento, Domi. Espero que no estés molesta pero fue algo que estuvo más allá de mí. No se volverá a repetir, te lo prometo.

Dominga no era tan obtusa como para no entender que cualquiera en una fiesta como aquella se pasaría un poco de copas, pero por más que lo pensaba, para ella, aquella experiencia fue por lejos la mejor que había tenido junto a Clemente. Se sintió tan libre, tan amada, tan feliz, que si el alcohol lo había puesto así, cuando se casaran se preocuparía de darle una copita cada vez que se pusiera cariñoso.

- No digas tonterías. Estuvo más que bien y espero que siempre seas así. Lo que hiciste me enamoró más de ti. – Clemente la miró con más amor todavía si es que eso era posible y la besó. El resto de la noche disfrutaron bailando y riendo ante la mirada desdeñosa de Aurora. Pero a Dominga eso no le importó. Para ella lo único que importaba era Clemente.

 

Desde ese día se sentía especial. Lo que había pasado en aquella habitación usurpada le había confirmado lo mucho que Clemente la amaba y estaba segura de que muy pronto él le haría la propuesta.

Sin embargo, las semanas pasaron y Clemente seguía sin decirle nada, pero ella lo atribuía a que una propuesta de esa envergadura debía hacerse cara a cara. Se había embarcado a los pocos días del matrimonio y apenas habían podido hablar por teléfono. Solo unos cuantos mensajes cargados de amor eran la prueba de que el sentimiento seguía siendo fuerte y por lo tanto, la esperanza seguía estando viva para Dominga.

 

Un mes más y Dominga estaba desesperada. Clemente había dejado de comunicarse con ella y ella necesitaba que él volviera a tierra. Necesitaba con urgencia comunicarle que el amor que ambos se profesaban había dado sus frutos.

Al principio, cuando supo que estaba embarazada, no podía creerlo. Las náuseas y los vómitos fueron un indicio, pero la ausencia de su período fue la prueba más concluyente. Jamás, desde el inicio de su relación, había pasado por una situación así. De hecho, pensó que un resultado como aquel se debería haber dado muchísimo antes, pero no había sido el caso…… hasta ese momento.

Estaba ansiosa por contárselo a Clemente. Sin duda estaría feliz de saber que sería padre. El problema radicaba ahora en que, aunque no quería precipitar las cosas, debían casarse cuanto antes, pues el cargo de su tío como Capellán estaba en juego si salía a la luz su estado sin un marido al lado.

Por eso, ante el apremio de la situación, Dominga se vio en la necesidad de ir a buscar noticias de Clemente a casa de sus padres apenas rayó el alba.

- Doña Aurora…… - le dijo el ama de llaves cuando la encontró en el invernadero. - ……la busca una joven. - Aurora frunció el ceño. Sabía de quién se trataba.

- Dígale que me espere en el despacho.

- ¿Quiere que le lleve algo para beber o comer? – le preguntó la ama de llaves.

- No será necesario. Será una visita breve.

Se levantó del pequeño taburete en donde había estado sentada plantando unos rosales, se sacó los guantes, dejó a un lado las herramientas de trabajo y se acercó a la casa a recibir a la impertinente que osó alterar su mañana de jardinería.




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