Cuestión de Honor

CAPÍTULO 6

Dominga se fue echa una furia y ya incapaz de seguir reteniendo a las infelices que caían despiadadamente por sus mejillas.

Apenas salió de la Mansión Valladares sus piernas se tornaron como de lana y cayó al piso de rodillas, pálida como un papel y casi desvanecida. Si no hubiera sido por un taxista que pasaba por el lugar y que logró subirla al auto y llevarla hasta su hogar, se habría desmayado en plena calle y solo Dios sabría qué hubiese pasado con ella y con su bebé.

Estaba devastada. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo se lo diría a su tío? Seguro él perdería su cargo de Capellán y también su posición dentro de la iglesia. Quizás hasta decidiera echarla a la calle y estaría en todo su derecho, pues hacía rato que ya era mayor de edad y no tenía por qué responsabilizarse por ella.

Pero un bebé lo cambiaba todo. Y si ella ya se sentía una carga para su tío, con un bebé a cuestas no quería ni pensarlo.

Si tan solo hubiera podido decírselo a Clemente. Si tan solo……

Pero no. Por ella, Clemente podía quedarse con “su” Loredana y vivir felices comiendo perdices por el resto de sus malditas vidas. Clemente no se merecía ser el padre de su hijo. Su bebé sería de ella y de nadie más así tuviera que irse a la China y trabajar como solo ellos saben hacerlo para sacar adelante a ese asombroso ser que no tenía culpa alguna de su mala suerte.

Quizás y esa misma suerte se apiadara de ella y le enviara un honorable príncipe azul dispuesto a ser el padre de su hijo. Ya ni siquiera rogaba por amor, solo por alguien con un corazón enorme capaz de ser un fiel compañero y un padre amoroso.

Rogaría al cielo para que algún día apareciese alguien así. Mientras, se sentaría a hacer lo único que podía por el momento, devolver el dinero que esa maldita mujer había depositado en su cuenta. Al parecer, no le quedó claro que ella no quería nada de ellos y mucho menos su dinero. Así que sin más, devolvió el dinero a la cuenta de origen y cerró la suya para evitar futuros depósitos no deseados. Ya habría tiempo para abrir una nueva en otro banco.

Tiempo…… ¿en serio lo tenía?

 

Esa misma tarde en la Mansión Valladares……

- ¡Hijo, llegaste! – Aurora se acercó a Clemente y lo abrazó efusivamente. Ella amaba a su hijo y haría lo que fuera por él, incluso abrirle los ojos para que viera la clase de mujer que era esa furcia barata. – Te extrañé muchísimo.

- Sí, yo también echaba de menos estar en tierra. Ansiaba volver pronto. – le dijo Clemente mientras se recostaba perezosamente en el sofá de la sala y una de las mucamas se llevaba sus cosas a su habitación.

- Loredana también te ha extrañado, cariño. – Aurora no perdía tiempo tratando de engatusar a su hijo para que se acercara a la mujer que ella había escogido para él.

- Mamá, ya te dije que entre Loredana y yo nunca habrá nada. Yo amo a Dominga y es con ella con quien formaré mi familia. De hecho, es precisamente lo que voy a hacer ahora que he vuelto por unos días. Le propondré por fin que sea mi esposa y en un par de meses me casaré con ella. Así es como debió haber sido desde hace mucho tiempo. No sé por qué habré esperado tanto. – Clemente se rio por lo bajo y su alegría se expandió por toda su cara. Sin duda estaba enamorado.

- ¡No! Clemente. No puedes casarte con ella.

- ¿Otra vez con lo mismo, mamá? Ya te di la oportunidad que me pediste. Tuviste tiempo para hacerte a la idea de que Dominga será mi esposa, así que ya basta de entrometerte en mis planes. Estamos hablando de mi vida y de mi futuro, no del tuyo. Tu ya formaste tu propia familia y que los hijos formen la suya es el curso natural. Ahora es mi turno y espero que respetes eso.

Qué poco había durado la paz del hogar. Clemente había llegado tan feliz a su casa pensando en sus planes a futuro al lado de Dominga y su mamá insistía en destruir su felicidad.

Ya se estaba levantando para marcharse a su dormitorio cuando su madre una vez más quiso tener la última palabra.

- Estuvo aquí, ¿sabes? Dominga, quiero decir.

Clemente se giró para verle la cara y tratar de descubrir qué se proponía su madre.

- Vino a buscarte. – Continuó. – Pero yo le dije que te dejara en paz de una buena vez, que tú jamás te casarías con ella, que ahora es Loredana quien será tu futura mujer.

- ¡Pero, mamá! ¡Cómo fuiste capaz de decirle semejante mentira! Sabes muy bien que jamás ocurrirá eso. Dominga y yo nos amamos y nada de lo que tú digas hará que ella y yo nos separemos. Nos casaremos con o sin tu bendición.

Clemente no daba crédito a lo hecho por su madre. Rogaba poder arreglar lo que ella había destruido con Dominga. ¿Qué pensaría ella de él? Probablemente pensaba que él nada más jugó con ella. Si no fuera pecado golpear a su madre, ¡buen Dios, seguro que lo haría! Su enojo estaba a punto de alcanzar límites insospechados por culpa de la mujer que se suponía debía procurar su felicidad. Pero hasta el momento, lo único que ella hacía era destrozar sus posibilidades de ser feliz con la mujer que amaba.

- Te aseguro que no seré yo la culpable de que eso pase. Tu golfa...

- ¡No le digas así! – le gritó Clemente, rojo de ira.




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