Cuestión de Honor

CAPÍTULO 9

La noticia de la muerte de Clemente fue devastadora para la familia Valladares. Y aunque su padre Lucio estaba notoriamente afectado, hacía uso de todo su autocontrol para no desmoronarse de la pena que lo embargaba.

Aurora por otro lado parecía un muerto viviente. Luego de gritar, patalear, desmayarse y romper todo lo que encontrase a su paso, dejó ir toda su energía y perdió su fuerza de voluntad y las ganas de vivir.

En casa de los Müller la cosa no iba mucho mejor. Todos conocían a Clemente y lo tenían en alta estima. De hecho, Emilio muchas veces logró verse reflejado en Clemente durante su etapa de juventud y le dolía cómo sus sueños se vieron truncados justo ahora que parecía haber calmado su carácter indómito gracias al amor.

Lucas y Ani, también estaban afectados puesto que con ellos también había compartido muchísimos momentos durante todo el tiempo de amistad con Esteban.

Y Esteban…… Pobre Esteban. Si antes era difícil verle una sonrisa, ahora las pocas que le quedaban habían desaparecido por completo. Era como si una parte de sí mismo hubiera muerto junto con Clemente.

¡Qué triste! Y aún faltaba la despedida final.

 

 

Fue la ceremonia más triste a la que Esteban hubiera podido asistir.

Cientos de sillas estaban acomodadas al aire libre y en ellas cientos de personas estaban presentes en un forzado adiós a quien fuera hijo, amigo y camarada de armas.

La Academia de Guerra Naval fue el escenario institucional con el que la Armada despidió a uno de sus mejores Ingenieros Navales, el Sub Teniente Clemente Valladares.

La muerte de Clemente fue un duro golpe para la Institución. Fue el mismo Comandante en Jefe, el Almirante Larrondo, el encargado de brindarle consuelo a la familia, quienes no lograban explicarse cómo y por qué Clemente tuvo que morir cuando ni siquiera se suponía que debía estar donde se le encontró.

Fue una despedida llena de simbolismos, pero también de emociones.

Todos conocían a Clemente y lo querían. ¡Y era imposible no hacerlo! No solo era un excelente hombre sino también un excelente profesional y camarada. Por esas mismas razones, fue retirado con honores desde su querida Institución, la que ahora tendría que dilucidar las causas de su lamentable y fatídica muerte.

Fue llevado al mausoleo familiar en donde una compañía armada disparó salvas a modo de homenaje mientras el ataúd descendía lentamente al lugar en donde descansarían sus restos.

Cuando la gran mayoría de la gente ya se había ido y solo quedaban los padres de Clemente y también Esteban, un llanto demoledor inundó el ambiente. Los tres miraron hacia donde se originaba y vieron a quien menos esperaban ver. Dominga.

Aurora se levantó de la silla en donde estaba sentada, acunada por su marido, y corrió sin saber cómo en dirección a ella con el único propósito de matarla si hubiese podido.

- ¡Tú! Maldita mujer. ¡Tú eres la culpable de todo! – Lucio apenas alcanzó a agarrarla por la cintura antes de que Aurora cometiera una locura, pero ésta sacó fuerzas de sabe Dios dónde y forcejeó con rudeza con su marido para que éste la dejara libre y así golpear a Dominga.

Dominga estaba asustada. Por más que había tratado de ocultarse de la muchedumbre reunida, no pudo evitar delatarse con el llanto, presa del dolor que sentía en ese momento. Porque una cosa era sentirse dolida y humillada por Clemente y su madre, pero otra muy distinta era lo que sentía su traicionero corazón y éste aún lo amaba y latía por él, aunque el corazón de Clemente ya jamás lo haría de nuevo por ella, si es que alguna vez lo hizo.

Quizás eso era lo que más la hacía sufrir, saber que ya nunca más lo vería, nunca más podría decirle cuánto lo amaba o preguntarle si alguna vez en verdad la había amado. Ni siquiera tuvo la oportunidad de decirle adiós.

Cuando Aurora se abalanzó sobre ella, lo único que atinó a hacer fue cubrir su vientre para que su hijo no sufriera ningún daño, pero no tuvo suerte porque al tratar de esquivarla pisó mal y tropezó de espaldas con la raíz del árbol que había utilizado para ocultarse y cayó de trasero fuertemente.

Mientras Aurora estaba siendo retenida y calmada por su marido, Esteban también había corrido detrás de ellos y fue a levantar a Dominga al ver que se había caído.

- No debiste haber venido. – le dijo fríamente mientras Aurora no dejaba de gritarle las mil y una barbaridades y su marido se esforzaba por alejarla de allí y volver al lado de la tumba de su hijo.

Después de un buen rato lo logró.

Dominga entonces miró a Esteban con extrañeza. - ¿En serio no se te ocurre nada mejor que decirme eso? ¿Acaso debía reprimir mi dolor por la pérdida del hombre que amo y el padre de mi hijo? ¿Acaso se me prohíbe venir a darle un último adiós? – Dominga estalló en rabia.

Esteban también estaba enojado. En ese momento no podía estar más de acuerdo con Aurora de que la única culpable de la muerte de Clemente era Dominga. Si ella no hubiera hecho lo que hizo, su amigo no hubiera terminado de esa forma tan trágica. Quizás la relación de ellos hubiera llegado a su fin, pero su amigo aún estaría con vida.




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