Cuestión de Honor

CAPÍTULO 11

Dominga se había mudado a la casa Müller después del matrimonio. Era increíble que Esteban, siendo como era, lógico, racional, previsor, no haya pensado en el pequeño gran detalle que implicaba el simple hecho de dormir.

Si bien, para casi todos, el matrimonio había sido por amor, para los implicados no era más que una simple convivencia de dos amigos que se querían y respetaban pero no se amaban… al menos Dominga no. Por eso era un quebradero de cabeza el tema del dormitorio. Si dormían en lugares separados, los demás sabrían que algo no estaba bien. Lo mismo si compartían dormitorio pero con dos camas en vez de una.

Esteban estaba todo complicado. No quería incomodar a Dominga, pero entre ambos debían buscar una solución. Luego de analizar las opciones aún no llegaban a ningún consenso.

- Pienso que lo más sensato sería que yo durmiera en el piso. – sugirió Esteban.

- No, estás loco. No puedo permitir que además de todo lo que has sacrificado, más encima sacrifiques tu sueño. No. Ni hablar.

- Entonces, compraré un colchón inflable. Por las noches lo inflo y duermo, y por las mañanas lo desinflo y lo guardo en el armario, ¿te parece? – propuso ahora Esteban.

- Mmmm… no creo que eso sea muy sano para tus pulmones.

- Pero Dominga, para eso están los infladores eléctricos. – Le hizo ver con un dejo de condescendencia.

- ¿Y acaso crees que tu papá no preguntará a qué se debe el ruido de motor que todas las noches suena desde nuestra habitación? No tardará en sacar conclusiones. Y eso nos lleva a que tendrías que inflar el colchón manualmente, o más bien dicho, bucalmente y terminarías con los pulmones más secos que escupo de momia. – se mofó Dominga.

Esteban no se dio cuenta pero aquella tonta y nada graciosa broma le sacó una carcajada que para Dominga fue como música para sus oídos. Jamás, de los más de cinco años que lo conocía, lo había escuchado reírse. Ella misma no pudo evitar reír con él.

- Entonces, señora Müller, ¿qué propone? – Llamarla de ese modo llenó de calidez el corazón de Esteban y provocó un escalofrío en el cuerpo de Dominga. No era desagradable oírlo, pero sí le resultó en un principio… extraño. Por mucho tiempo creyó que ella sería Dominga Valladares, pero en menos de dos semanas, desde que había aceptado casarse con Esteban hasta que dio el sí ante su tío, había cambiado el Valladares por Müller.

- Sabes muy bien que la única solución es la más lógica. Me extraña que no la hayas pensado. – De a poco empezaba a conocer más profundamente a Esteban y su forma de ser.

- ¿Y esa sería… - le hizo un movimiento con la mano para invitarla a compartir con él su conclusión, aparentemente nada obvia para él.

- Que durmamos juntos en la misma cama, tontito. ¿No ves que es la única forma de evitar comentarios y explicaciones en caso de que alguien decida entrar sin tocar? – Dominga entornó los ojos como queriendo decir “Hombres.

Esteban se atragantó, sintió su cuerpo hervir y se puso colorado como un tomate. Tanto que tuvo que darle la espalda a Dominga para no sentirse más avergonzado de lo que ya estaba.

- Es lo más obvio dado que estamos casados. – continuó. - Y como todo matrimonio, haremos en la cama lo que se espera que se haga sobre ella. – Si Esteban se había avergonzado antes, ahora estaba casi que se tiraba por la ventana hacia el mismo infierno. Total, estaba seguro de que ni allí podría sentir más calor del que estaba sintiendo en ese momento. – Dormir. – dijo finalmente ella y Esteban por fin recuperó su temperatura normal. Se sentía un tonto, pero un tonto feliz.

- Claro... obvio, tienes razón.

- Bueno… si me disculpas, iré a darme una ducha y me prepararé para dormir. ¿Tú también te acostarás? – Preguntó mientras reunía lo necesario para su baño.

- Eh… sí, pero no todavía. Voy por un vaso de chocolate caliente a la cocina. ¿Quieres que te traiga uno? – le ofreció a medida que caminaba hacia la puerta.

- Mmmm… sí. No estaría mal. Te hubiera pedido un vaso de champagne, pero dado mi estado, tendré que esperar por un bueeeen tiempo para volver a disfrutarlo.

Esteban sonrió por lo bajo. Posó su mano en el pomo de la puerta, lo giró para abrirla, pero se detuvo y se volvió hacia Dominga. Al principio no dijo nada. Simplemente miraba atentamente sus pies como si en la punta de sus impecables zapatos estuvieran arremolinadas las palabras que quería pronunciar.

Dominga lo observaba con curiosidad sin saber si debía decir algo o mantener el incómodo silencio que se había instalado entre ellos. Al final, optó por preguntar directamente.

- ¿Hay algo que me quieras decir, Esteban?

- Este… sí. – Volvió a cerrar la puerta tras de sí para que nadie oyera lo que tenía que decir, la miró a los ojos y prosiguió. – Yo sé que la idea de matrimonio de cualquier mujer dista mucho de lo que tú has experimentado conmigo. De seguro te hubiera gustado una gran fiesta, con muchos invitados y con un novio diferente. Eso te hubiera hecho feliz. Pero te juro por lo más sagrado que tengo… - “Y eso eres tú”, pensó. - …que trataré por todos lo medios de que seas feliz. Y eso incluye una luna de miel apropiada. – Apartó la vista y continuó. Lo que quería decirle no era agradable, pero creía que ella debía saber por qué se encontraban en casa durante su noche de bodas y no camino al aeropuerto rumbo a algún idílico destino, aunque solo fuera para pretender. – Por ahora no me es posible. La Fiscalía Naval está realizando los peritajes de rigor para esclarecer las causas de muerte de… de Clemente. Y como eso ocurrió bajo mi turno, se me sugirió que me mantuviera en casa y no saliera del país por si necesitaban recaudar algún antecedente que yo pudiera aportar a la investigación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.