Cuestión de Honor

CAPÍTULO 12

Los meses pasaron y la convivencia en casa de los Müller no podía marchar mejor. A raíz de la investigación, aún en proceso, Esteban pasaba todo su tiempo en casa junto a Dominga.

Juntos hacían todo, como buenos compañeros eran (muy a pesar de Esteban). Comían juntos, leían juntos, jugaban a los naipes por las tardes y disfrutaban de tomar los benditos chocolates calientes sentados al lado de la piscina de la casa. A menudo también usurpaban la cocina y se ponían a experimentar recetas que veían por internet. A veces les resultaban y a veces simplemente tenían que tirar todo a la basura. Pero eso no les frustraba, más bien, les causaba ataques de risa que retumbaban en toda la casa. Emilio nunca había visto a su hijo tan feliz. Y Ester y Luzmila jamás lo habían visto reír de la manera en que lo hacía cuando estaba con Dominga.

De a poco el pesar y el dolor iba cediendo, aunque no desaparecía. Tal vez nunca dejarían de sufrir por el destino de Clemente, pero ya lo habían aceptado como algo que no podían revertir. Ahora ambos estaban enfocados en trabajar para convertirse en una familia. Habían tomado un taller para fomentar sus habilidades como padres y clases de preparación para el parto.

No era extraño verlos en la sala practicando las técnicas de respiración y manejo del dolor aprendidas. De hecho, esas instancias habían servido, sin que se lo propusiera, para crear en Dominga un lazo que hasta el momento no había tenido hacia él. Quizás era cierto eso de que “el roce hace el cariño”, porque claramente su cariño por Esteban crecía día a día y más cuando lo veía tan entusiasmado con lo del embarazo. Hasta la acompañaba a hacerse sus chequeos y ecografías y le satisfacía todos sus antojos, que no eran pocos ni muy agradables para Esteban. Entre ellos, comprarle alfajores de miel. El simple olor le revolvía el estómago, pero aun así se sacrificaba por darle a ella lo que deseaba.

Esteban tampoco perdía oportunidad de salir con Dominga a comprar cosas para el bebé. Siempre que lo hacían, llegaban cargados de bolsas llenas de ropita, juguetes, biberones, chupetes, baberos, etc. Incluso Esteban se aventuró a diseñar él mismo la cuna y a hacerla con sus propias manos. Le quedó hermosa.

Todos esos detalles que tenía, tanto con ella como con el bebé, hacía que creciera en ella un sentimiento que ya conocía porque lo había sentido antes. Creyó que jamás lo volvería a sentir y mírenla ahora…… mariposas revoloteaban una vez más en su estómago y el corazón le zapateaba con desenfreno cada vez que sentía a Esteban cerca de ella.

Y no era tonta. Se había dado cuenta de que para Esteban ella tampoco le era indiferente. Lo había pillado en muchas ocasiones observarla con ojos de algo más que cariño, así como también lo había sentido temblar cuando practicaban juntos los ejercicios de respiración. Tenerla abrazada a su pecho le aceleraba tanto el corazón que era imposible que Dominga no lo sintiera. ¡Si prácticamente podía oír sus latidos!

Y por las noches……

Por las noches era otro cuento. Habían estado compartiendo por meses el lecho conyugal como simples amigos, pero una vez que se dormían, no tardaban en buscarse inconscientemente. Esteban era el primero en despertarse y encontrarse a Dominga pegada a él. Algunas veces él la tenía abrazada por la espalda y otras, la gran mayoría, era ella la que lo tenía envuelto en una ensalada de brazos y piernas. Esos despertares eran los que más le gustaban. Y pese a que luchaba por salir de la cama arrastrándose casi a milímetros para no despertarla, Dominga siempre lo sentía pero era incapaz de decirle nada porque ella misma disfrutaba de la calidez que experimentaba junto al cuerpo de Esteban. Una calidez que le parecía tan familiar, como si siempre hubiese pertenecido allí.

Cada vez le era más difícil a Dominga controlar sus sentimientos, pero se negaba a reconocerlos delante de Esteban. Él ni siquiera se daba cuenta de cuánto le afectaba a ella su cercanía. Y prefería que siguiera de ese modo… al menos por un tiempo. Quizás aún no estaba lista para dejar ir al recuerdo que Clemente representaba para ella.

Era claro que no estaba enamorada aún de Esteban, pero sí estaba aprendiendo a quererlo, a verlo como hombre y ya no tan solo como un buen amigo. Sabía que no pasaría mucho tiempo hasta que ese amor floreciera de manera natural. Se conocía y sabía que no le era difícil enamorarse. Con Clemente le sucedió casi de inmediato. Fue un amor fulminante y hermoso. Apasionado y vibrante. Un amor como sabía que jamás volvería a vivir. En cambio, con Esteban todo era más calmado, paso a paso, detalle a detalle. Era un amor distinto. Un amor que se abrió paso en medio del deber hasta transformarse en amistad y cariño sincero. Un amor que lentamente se iba forjando en medio de condiciones nada normales pero que terminaría de surgir en el momento menos esperado.

Y ese momento llegó casi siete meses después de que se casaran.

 

- Esteban. – Le llamó Dominga desde el baño. Se había levantado en medio de la noche con muchos dolores de panza. Estaba segura de que la hamburguesa que se le había antojado para la cena le había caído mal. Sin embargo, al ir caminando, sintió cómo rompió fuente y se quedó paralizada.

- Mmmm – gruñó medio dormido aún.

- ¡Esteban! – le gritó. - ¡Ya es hora! ¡El bebé llega!

Esteban se levantó sin saber ni cómo se vistió. Corrió al baño y vio la escena. No fue capaz de hacer nada de todo lo que habían estado practicado por meses. Quedó tan paralizado como Dominga.




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