Cuestión de Honor

CAPÍTULO 15

Dominga estaba pasando una agradable tarde en el centro comercial junto a su pequeño hijo Clem. Esteban ya estaba de vuelta en el trabajo. Había tenido que embarcar, pero solo por un breve período de tiempo. Esperaba tenerlo de vuelta el fin de semana y quería sorprenderlo con un regalo. Uno “sexi” para ser más específicos. La lencería siempre daba resultado a la hora de hacer feliz a un marido enamorado.

Caminaba por los anchos pasillos del lugar infestado de un gran gentío, arrastrando el cochecito y con él, a un tranquilo y serio Clem, que a ratos resultaba una copia fiel de Esteban. “Cualquiera pensaría que él en verdad es su verdadero padre”, pensó y sonrió.

Se detuvo en una de las tiendas y observó con atención un hermoso vestido que lucía esplendoroso en el escaparate. Por un momento se vio con él puesto y se imaginó bailando en los brazos de Esteban mientras él llenaba su cuello de miles de suaves y pequeños besos. De solo pensarlo su corazón dio un respingo. Pero cuando vio el valor del atuendo, desechó la idea de inmediato. Total, para lo poco que le duraría puesto, no valía la pena la inversión.

Cuando decidió seguir avanzando, sus manos no encontraron la manilla del coche. Miró hacia todos lados y no había rastros de su hijo. Su pecho se apretó de tal forma que era incapaz de abrir la boca y articular palabra alguna.

Sintió que la gente se aglomeraba a su alrededor y que cada segundo que pasaba su cuerpo se reducía como si ella fuera una especie de “Pulgarcita”. Comenzó entonces a hiperventilarse y como pudo se apoyó en la vitrina y resbaló por ella hasta el suelo con sus ojos llenos de lágrimas y jadeando entrecortadamente.

Una mujer que pasó por su lado se dio cuenta de su estado y rápidamente le prestó asistencia.

- ¿Qué le sucede, señorita? – la mujer se había agachado junto a ella.

- ¡Mi hijo! ¡Me robaron a mi hijo! – logró gritar por fin.

Rápidamente la gente a su alrededor comenzó a reaccionar. Llamaron a los guardias de seguridad y se activó todo un protocolo que obligó al centro comercial a cerrar sus puertas de inmediato sin dejar salir a nadie. A los pocos minutos llegó la policía y revisaron las cámaras de seguridad pero fue imposible ver nada. Era tal la cantidad de gente que la rodeaba en el instante en que ocurrió el hecho, que en las imágenes ni siquiera se apreciaba su presencia y mucho menos la del coche.

Dominga estaba desesperada. Llamó a sus suegros y rápidamente acudieron junto a ella para socorrerla y hacer lo necesario para recuperar a Clem.

- Ya hemos enviado a personal policial en la busca de su hijo. Con los detalles que usted nos ha proporcionado, seguro lo encontraremos pronto. Quizás solo dejó el coche en otro lado y alguien más lo encontró. De ser así, pronto lo devolverán. – le dijo el policía a cargo.

- ¿Acaso cree que soy tan descuidada como para olvidar a mi hijo en cualquier parte? – le gritó histérica al policía, mientras Antonia la tomaba del brazo para calmarla. – ¡Soy madre, por el amor de Dios! Jamás cometería una negligencia de tal magnitud. Yo… no sé quién pudo llevarse a mi bebé. – Nuevamente el llanto desconsolado se apoderó de ella y comenzó a experimentar un ataque de pánico.

- Será mejor que se la lleven a casa para que descanse y nos dejen hacer nuestro trabajo. No podemos tener retrasos. Las primeras 24 horas son vitales en la búsqueda de una persona desaparecida, más aún en el caso de un bebé. Cualquier novedad se la haremos saber. – Recomendó el policía.

- Yo la llevaré a casa. – Dijo Emilio llevándola casi a rastras hasta el auto, seguidos de Antonia y Eduardo.

- Nosotros nos iremos directo a la estación de policía a esperar noticias de Clem y de paso llamaré a Esteban para comunicarle lo ocurrido. Él necesita volver de inmediato – Acotó Antonia. Emilio asintió, subió a Dominga al auto y la llevó a casa.

 

 

Antonia se comunicó con la Base Naval para tratar de ubicar a su hijo. Sabía que se encontraba embarcado en ese momento, así que luego de explicar lo que sucedía, imploró a los altos mandos que hicieran lo necesario para hacerlo volver a casa.

A la media hora Esteban llamaba a su madre.

- Mamá, ¿sucedió algo? ¿Dominga y Clem están bien? – le preguntó con una evidente angustia en el tono de su voz.

- Hijo… trata de calmarte…

- ¡Dímelo ya, maldita sea! ¿Les pasó algo?

- Secuestraron a Clem. – le escupió. No sacaba nada con adornar lo sucedido.

- ¿Cómo dices? – Esteban casi se cae de la impresión.

- Dominga estaba con él en el centro comercial haciendo unas compras y de repente alguien se llevó el coche con Clem adentro. La policía ya está haciéndose cargo, pero aún no hay noticias. Dominga está devastada. Emilio tuvo que llevarla a casa para que descansara. La pobre rayaba en la histeria. Y quién no si le sucediera lo mismo.

- Pero… ¡por qué alguien haría una cosa así!

- No lo sé, hijo. Hasta el momento nadie sabe nada. Ni siquiera han llamado pidiendo alguna recompensa. Yo ahora mismo voy camino a la Estación de Policía para estar allí en caso de cualquier cosa, pero es vital que seas tú el que esté aquí. Dominga te necesita.




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