Cuestión de Honor

CAPÍTULO 16

Antonia y Eduardo llegaron a la casa Müller al poco rato. Apenas cruzaron el umbral de la puerta, Dominga se abalanzó sobre ellos y quitó de sus brazos al pequeño Clem ante la mirada atenta y feliz de todo el resto de los miembros de la casa que habían estado tan angustiados como ella por la desaparición del pequeño Müller.

- ¡Gracias al cielo! – fue lo único que dijo Dominga. Apretó a su pequeño Clem contra ella a pesar de los reclamos inentendibles del implicado, y lo llenó de besos por todos lados. Luego lo recostó en el sofá de la sala y lo sometió a un intenso escrutinio para asegurarse de que realmente estaba bien. Y lo estaba, gracias a Dios.

- ¿Qué fue lo que pasó? – preguntó Emilio.

Antonia y Eduardo les contaron entonces todo lo que había ocurrido y la desagradable conclusión a la que había llegado el idiota policía. Dominga estaba que hervía de furia y por un momento pensó en demandar a ese hombre por acusarla de hacer algo tan horrible, pero luego descartó la idea. No perdería tiempo en cambiar la opinión de alguien que no le interesaba en lo más mínimo. Su hijo había vuelto a ella y eso era lo importante.

- Hay que avisarle a Esteban. – Recordó de pronto Dominga.

- Yo lo haré, no te preocupes. – Le dijo Antonia. – Ve a descansar con Clem. Seguro que él también debe estar agotado.

- Muchas gracias, Antonia, Eduardo, Emilio. – les dijo Dominga con infinito agradecimiento. – No sé qué hubiera hecho sin ustedes. Sin Esteban a mi lado me sentía perdida, pero ustedes me dieron la estabilidad que tanto necesitaba en esos momentos. Gracias otra vez. – Los tres la miraron con cariño mientras iba subiendo las escaleras para hacerse cargo de Clem.

 

Antonia llamó a Esteban, pero éste no respondió. Así que no tuvo más remedio que esperar a que llegara para comunicarle la noticia de que habían recuperado a Clem.

Y ciertamente no tuvo que esperar mucho. Una hora más tarde entró como un huracán en el vestíbulo portando una apariencia demacrada fruto de la agonía y la incertidumbre por el paradero de Clem.

- ¿Se ha sabido algo de mi hijo? – preguntó de inmediato a sus padres sin siquiera saludarlos.

- Calma, Esteban. Hace poco que lo recuperamos. Ya está en casa y me imagino que dormido en su cunita a esta altura. – le respondió su madre.

Un profundo suspiro de alivio salió desde el fondo de sus pulmones. Esteban no sabía que el ser humano pudiera tolerar tal nivel de sufrimiento y angustia hasta que casi pierde a Clem.

- ¡Santo cielo! Qué alivio. Pensé que moriría de aflicción. – Como pudo llegó hasta el sillón de la sala y allí se derrumbó. – Creí que lo perdía, mamá. Casi me vuelvo loco.

- Nosotros igual, hijo. Pero a Dios las gracias de que todo se haya solucionado. Ahora ve a ver a tu hijo y a tu mujer. Seguro que te necesitan a su lado.

Esteban asintió y partió rumbo a su dormitorio para ver a su familia. Cuando abrió la puerta se encontró a Dominga y a Clem durmiendo uno junto al otro en un tierno abrazo. Se acercó a la cama y les dio un beso en la frente a ambos y luego los dejó descansar.

Bajó nuevamente para hablar con sus padres. Necesitaba saber lo que había sucedido. Antonia se hizo cargo. Repitió todo desde el principio, tanto lo que Dominga había dicho con respecto al secuestro así como lo que había dicho el policía respecto a su salud mental.

- No sabes lo enojada que estaba cuando me pidió una prueba de la identidad de Clem. Como si yo no supiera cómo lucía mi nieto. – Dijo aún molesta.

- No creo que haya sido porque no supieras cómo lucía tu nieto. Yo creo que temía entregar el bebé a las personas equivocadas, y obvio que tenía que asegurarse. – le aclaró Esteban en toda su lógica. - ¿Y cómo lo demostraste?

- Ah, fue simple. Le hablé acerca de la marca de nacimiento de Clem, la misma que tienes tú, la con forma de corazón.

Esteban al instante palideció.

- ¿Cómo que es la misma marca que yo tengo? Yo no tengo ninguna marca así. – Esteban estaba seguro de que su madre se equivocaba.

- Cariño, por supuesto que la tienes y en la misma ubicación que la de Clem, detrás de tu oreja izquierda, justo en el pliegue. ¿Por qué crees que siempre te decía “mi corazoncito”?

Esteban llevó su mano automáticamente detrás de su oreja y se la tocó, como si el simple roce fuera a revelarle la imagen que desesperadamente buscaba.

- A ver, déjame que te tome una foto y te la muestro. – Antonia le hizo una captura con su celular y luego se la enseñó. Lo que vio lo desarmó. Sintió sus piernas flaquear y su respiración agitarse. - ¿Ves? Te dije que era la misma marca. Seguramente lo habías olvidado. Pero no me extraña que Clem la hubiera heredado, después de todo tu abuelo también la tiene. Se saltó a tu padre, y de tus hermanos, solo tú la posees. Y no solo heredó la marca, sino que como todo buen Müller, también los fantásticos ojos verdes tan propio de ustedes. – Dijo Antonia incluso con gracia.

- Permiso. – dijo Esteban. – Creo que yo también necesito descansar.

- ¿Estás bien? – le preguntó Antonia al ver a su hijo con los ojos abiertos como platos. – Parece que hubieras visto a un fantasma.




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