Cuestión de Honor

CAPÍTULO 17

Esteban ya tenía su respuesta.

 

Quince meses atrás en el matrimonio de Lucas y Ani en casa de los Müller……

Esteban llevaba horas tragándose la sobredosis de amor que reinaba en el ambiente. Para donde mirara todo era dulzura tras dulzura. Sus hermanos, su madre, incluso sus abuelos… a todos les brotaba el amor por los poros mientras él se sentía amargo como un vil grano de café.

De lejos observaba cómo Dominga y Clemente no perdían oportunidad para idolatrarse con la mirada aunque ni siquiera estaban sentados en la misma mesa.

Estaba harto y bastante tomado a esa altura. No había hecho otra cosa que estar sentado toda la noche bebiendo una copa tras otra de vino. Quería dejar de mirar a Dominga, pero sus ojos vez tras vez se desviaban en su dirección y eso le partía el alma pues veía cómo sonreía hermosamente y no precisamente a él.

Había sido suficiente. Ya había hecho acto de presencia, ya había compartido con los novios y su propia familia, por lo tanto era hora de enclaustrarse en su habitación y seguir ahogando sus penas junto a buen amigo “Johnnie Walker”.

La casa estaba vacía, pues todos seguían en el jardín disfrutando de la boda. A lo lejos escuchaba la música, pero no estaba seguro. Quizás solo era una melodía que bailaba dentro de su cerebro la cual no lograba silenciar pese a su inminente dolor de cabeza. No quería ni imaginarse cómo amanecería al día siguiente.

Entró en su habitación, medio caminando, medio tambaleando. Dejó la botella y el vaso en su mesita de luz y se quitó su uniforme para quedar solo en ropa interior. Ni siquiera se dio el tiempo de prender la lámpara.

Se metió a la cama con el firme propósito de seguir bebiendo pero en algún momento perdió la lucidez y el sueño se apoderó de su cuerpo…… un sueño maravilloso que parecía ser muy real para su gusto.

¿El escenario? Allí mismo, en su habitación, en esa misma cama en la que estaba soñando tan plácidamente.

En ese sueño sentía a Dominga entrar en su cama y arrimarse a él por la espalda. Incluso podía sentir su calor y su suave aroma como si en verdad estuviera allí. Entonces, lentamente se giró y la abrazó con ternura. Por mucho que fuera un sueño, le parecía increíble tenerla entre sus brazos. Pero lo que lo puso estúpido fue oírle decir que lo amaba, para después besarlo con pasión.

¡Dios! Ya no podía más. Se sentía en la gloria. Jamás pensó que un simple beso lo llevara casi hasta la locura.

Tenía miedo. Un miedo irracional a despertarse y darse cuenta de que tan solo había un sueño, pero sabía que eso era lo que sucedería tarde o temprano. Por eso, antes de que todo se esfumara, se dejó llevar y le entregó a esa versión de Dominga, a esa que le profesaba su cariño a “él”, todo su amor, toda su alma.

Y la amó como nunca pensó amar a una mujer. La amó con todo lo que tenía y adoró cada centímetro de su cuerpo. Necesitaba decirle cuánto la amaba antes de que se le acabara el tiempo, pero estaba tan abrumado por la experiencia casi religiosa que estaba teniendo, que le fue imposible abrir la boca.

Y así como todo tiene su fin, aquel encuentro llegó al suyo.

Dominga le dijo unas cuantas cosas sin sentido, volvió a decirle que lo amaba, le dio un último beso y se fue.

¡Había sido el sueño más grandioso que había tenido en su vida! Y tristemente había acabado.

Al menos eso pensó en ese momento. Ahora la cosa era absolutamente distinta. Todo apuntaba que aquel sueño jamás había sido tal. Por el contrario, había sido lo más real del mundo. Verdaderamente había sucedido, solo que Dominga creía haber estado con Clemente, no con él.

Las piezas del rompecabezas al fin calzaban a la perfección. Ahora entendía la seguridad de Clemente al afirmar que él no había pasado aquella noche con Dominga. Había sido con él. Un error que todos habían pagado muy caro.

¿Y ahora qué hacía Esteban con esa verdad? Clem realmente era hijo suyo, carne de su carne y sangre de su sangre. Las pruebas aseguraban de que así era y así lo sentía él. Quizás por eso jamás le fue difícil aceptarlo como si hubiese sido suyo… porque en realidad… lo era y lo amaba con todo su corazón.

Las cosas habían cambiado mucho entre Dominga y él. Lo que comenzó como un acto de honor, se convirtió en la realización de todos sus sueños. Estaba casado con la mujer de su vida, tenía un hijo con ella y ella le correspondía en su amor, pero porque no sabía que esa noche había errado en su objetivo.

¿Qué pensaría de él si le contaba la verdad, que a quien se había entregado era a él y no a Clemente? ¿Le creería cuando él le dijera que pensaba que todo era producto de un sueño?

Temía que el amor que Dominga ahora sentía por él se desvaneciera hasta el punto de llegar a odiarlo.

“Quizás debería guardar este secreto para siempre. O al menos por un tiempo… largo… muy largo”, pensó

Esa noche no pegó un ojo.

 

A la mañana siguiente, Esteban y Dominga jugaban con el pequeño Clem en la sala. Dominga observaba con ternura a su marido acunarlo en sus cálidos brazos y sostener frente a él un sonoro cascabel que arrancaba disimuladas sonrisas de ese diminuto ser tan serio como… “¿su padre?”, pensó Dominga, pero luego se golpeó mentalmente ante ese pensamiento. No debía olvidar que pese a todo el pequeño Clem era hijo de Clemente y no de Esteban.




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