Cuestión de Honor

EPÍLOGO

Varios años más tarde….

La casa Müller (la segunda), estaba repleta de vida. El barullo se oía por toda la casa con risas, conversaciones triviales y el correteo constante de un mini escuadrón de niños que hacían de las suyas entre los adultos.

La ocasión...... el cuarto aniversario de la muerte de los abuelos Müller. Muchos pudieran pensar que aquella conmemoración ameritaba un tiempo de reflexión y congoja, pero por petición expresa de Raimundo y Amalia Müller antes de morir, esos encuentros debían darse en la más absoluta alegría. Ellos tenían la obligación de celebrar el feliz recuerdo de una vida llena de amor y satisfacción, de dicha y metas cumplidas durante todo el tiempo que honraron al mundo con su presencia.

¿Y quiénes eran ellos para no cumplir fielmente esos deseos? Si eso era lo que ellos querían, eso era lo que ellos harían al pie de la letra.

Y sí que eran ocasiones especiales. Ocasiones que se prestaban para recordar las miles de anécdotas que los abuelos habían acumulado a lo largo de toda una vida juntos. Las risas eran el ingrediente principal del día así como el amor que sentían, ese amor que los mantenía unidos pese a la distancia y a que cada uno de ellos había creado su propia familia.

¡Hasta Emilio se había vuelto a casar después de tantos años!

Los anfitriones para ese año eran Esteban y Dominga, junto al jovencito Clem y su hermanita Amalia. A diferencia de los años anteriores, esta vez estaban todos presentes:

Emilio y su esposa Carolina.

Antonia y Eduardo.

Constanza y Alfredo, su marido.

Benjamín y su novia Claudia.

Olivia y Santiago junto a sus hijos mayores, los mellizos Alonzo y Adriano y sus hermanas más pequeñas Arianna y Alessia. (Tenían predilección por nombres que comenzaban con A).

Lucas y Ani junto a sus hijas, María Celeste, María de los Ángeles y María José. (Ani era fanática de las María “lo que fuera”).

Incluso estaban Rocío y Manuel junto a sus hijos, Martín, el mayor de los nietos, Agustín y la pequeña Manuela, la nieta más joven del clan hasta ahora.

Siempre está la posibilidad de que la cantidad de niños sigan aumentando.

 

La vida de algunos había cambiado, pero no mucho.

Por ejemplo, Rocío seguía viviendo en Barcelona junto a su familia pero ya no pasaba tanto tiempo viajando por negocios como antes. Tenía una flota de excelentes empleados que la tenían disfrutando de la familia y la crianza.

Olivia y Santiago también continuaban sus vidas en Italia. Pero siempre buscaban una excusa para volver a Chile a visitar a la familia. Además, sus hijos y los de Esteban tenían casi las mismas edades, así que disfrutaban mucho de crecer juntos.

Lucas y Ani llevaban muy bien el estilo de vida marítimo. Ella ya estaba acostumbrada a los viajes de su marido y cuando éste se ausentaba por mucho tiempo, Ani aprovechaba para volver a la Casa Müller (la primera) para ser mimada por su madre Ester y su padre Antonio. Esas instancias eran felizmente aprovechadas también por Emilio para consentir a sus nietas.

Pero sin duda los que sí habían cambiado sus vidas dramáticamente fueron Esteban y Dominga. Luego de que Dominga terminara su carrera como Educadora Diferencial con mención en desarrollo cognitivo, con la ayuda de Esteban, instaló un pequeño Centro de Inserción educacional para niños pequeños con discapacidad auditiva.

Dominga se dedicó a potenciar el desarrollo educativo de niños sordos de manera tal que éstos pudieran conocer el mundo a través de una experiencia más enriquecedora y menos traumática y discriminatoria. Aquello implicó no solo aprender lenguaje de señas, sino también un proyecto que involucró una inversión importante tanto de tiempo como de dinero. Pero sin duda valió la pena porque vieron levantarse desde los cimientos la edificación que Esteban mismo había diseñado para que Dominga viera sus metas hechas realidad.

Esteban se involucró tanto en aquel proyecto que decidió darse voluntariamente de baja como marino y comenzó a trabajar con Dominga en el sueño de su vida, un sueño que, descubrió con el tiempo, se convirtió en el suyo.

También aprendió lenguaje de señas. Y aunque su labor principal fue hacerse cargo de la mantención, la reparación y la administración de las instalaciones, no tardó en descubrir que también se le daba muy bien la interacción con aquellos niños. Un rasgo que su amada esposa adoraba con fervor.

 

Ciertamente la Familia Müller tuvo historias como sacadas de una novela. Entre éstas hubo secretos, mentiras, malentendidos, accidentes, confusiones, confesiones, hospitales, pérdidas, incluso seres malvados que trataron de truncar la felicidad de algunos. Pero sin lugar a duda, lo que más predominó fue el amor, tanto el romántico como también filial.   

Sin él, ninguno de ellos hubiera sido capaz de doblarle la mano al destino, de crear su propia historia. Pero lo consiguieron.

Fueron esas victorias las que hicieron de los Müller, una familia como ninguna otra.




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