Cuestión de Perspectiva, Él (libro 1)

Piensa en mí - Parte 2

Apenas salimos nos topamos de frente con el tío de Amalia: Evelio Bautista, hermano mayor y mano derecha de don Cipriano. Los dos eran hombres muy parecidos en el físico, con rasgos más españoles que mexicanos; a diferencia de doña Felicia que no tenía parentesco extranjero ya que en su familia no hubo mezcla de etnias. Me sentí intimidado al verlo porque don Cipriano se caracterizaba por ser enérgico, y conocía solo de vista a don Evelio. A su esposa, doña Antonia la conocí en cuanto iniciamos nuestro noviazgo. Pronto llegó el turno del tío.

—Así que te quieres llevar lejos a mi sobrina —me dijo sin rodeos.

De reojo vi a Doña Antonia salir de su casa que se ubicaba a un lado y se le unió enseguida. Los cuatro nos acercamos para poder saludarnos como era debido.

—Me llamo Esteban, soy hijo de Anastasio Quiroga. —Le extendí la mano, luchando porque no temblara, y don Evelio la aceptó con un fuerte apretón. Lo único que rogaba era no flaquear.

—Sé muy bien quién eres. Mi señora me dijo que planeas mudarte cuando se casen. —Le dio un rápido abrazó de lado a doña Antonia.

Con una simple acción me tranquilicé. Una muestra de afecto espontánea comprobó que en el carácter no se parecía mucho a don Cipriano, a quien hasta la fecha no le había visto ni una pequeña muestra de cariño en público hacia su esposa.

—Tío —le habló con dulzura Amalia—, es un buen novio.

Volteé a verla enseguida y sus ojos apuntaban hacia don Evelio. Se notaba en ellos una devoción, una que solo se puede sentir por un padre.

—Lo sé, hija, ya lo mandé a investigar —dijo, pero soltó una breve carcajada y me dio una palmada en la espalda—. ¿Cuándo piensas pedirla?

Todo mi recelo se esfumó, pero su pregunta me tomó por sorpresa.

—No lo presiones —intervino su esposa.

—Yo creo que sí es bueno que lo presione —le respondió con la voz más baja—. Ya es hora de que la niña tome su camino. Sabes que no nos gusta que la tengan cuidando hijos ajenos. Mejor que cuide a los suyos. —Don Evelio tenía claros sus deseos y me hizo una seña con su mano—. Ven un momentito, muchacho, quiero hablar contigo a solas.

En realidad, me dio gusto saber que protegía a Amalia de esa manera.

Avanzamos por la calle empedrada solo unos cinco metros, y en cuanto nos detuvimos él sujetó mi hombro como si fuéramos familia. Éramos casi igual de altos, así que quedamos cara a cara.

—Dígame —pronuncié impaciente.

Don Evelio aclaró la garganta e inclinó la cabeza. Su sombrero quedó tan pegado a mi frente que con eso mi corazón latió veloz.

—Te voy a dar un consejo de hombre a hombre y escúchalo bien —Su mano libre fue despacio de él hacia mí—: si no pides a mi sobrina y te la llevas ya, te la van a ganar. Otro menos lento le lavará la cabeza a mi hermano y él va a entregarla si el pretendiente es decente. No quieres eso, ¿o sí?

Tragué saliva lo más discreto que pude. Me sorprendía lo interesados que podían estar los demás sobre los compromisos ajenos.

—Vendré de vacaciones en diciembre y allí será. —La verdad es que no tenía una fecha para la pedida, pero en medio de la presión lo decidí, y consideré que era el tiempo suficiente como para que Amalia se sintiera cómoda.

—Faltan algunos meses para diciembre —quiso persuadirme—. Piénsalo, llamamos al Sacerdote y armamos una fiesta rápido.

Su ofrecimiento fue incitador, pero en definitiva no podía ceder. Tenía miedo de un rechazo y eso no iba a poder soportarlo.

—Dudo que sus padres quieran una boda apresurada.

Don Evelio me soltó, dio un paso hacia atrás, se agarró la barbilla y volvió a hablarme más serio:

—¿Por qué no te decides? ¿Eres de los miedosos?

Lo último que quería era hacerlo enfadar. Tal vez él no era su papá, pero el cariño que compartían con mi estrella les daba el poder de convencimiento para acercarla o alejarla de mí, según mi respuesta.

—Ella… ella quiere ir más despacio, y yo respeto eso —le dije, observándolo directo. Tenía que lucir seguro de mis palabras.

—¿Ella te lo dijo? —Su expresión mostró confusión.

Volteé solo un momento y vi que Amalia y su tía charlaban concentradas en su tema, lo que me tranquilizó.

—Se podría decir que sí.

Don Evelio asintió varias veces con la cabeza, sorprendido.

—Siendo así, a esperar.

¡Me sentí aliviado con su frase! El hombre aceptó mi argumento mejor de lo que imaginé.

—Agradezco su consejo y cumpliré cabal con lo dicho. —Puse una mano en el pecho.

—Más te vale. —Volvió a acercarse y a sujetar mi hombro—. Mi sobrina es mucha mujer para cualquiera, y también es como mi hija. Queremos lo mejor para ella. No espero menos que un esposo que la procure como se debe. ¿Lo entiendes?

—Por supuesto.

 Con eso dimos por terminada la inesperada conversación.

 

Llevé a mi estrella a su casa. Nos volveríamos a ver una hora más tarde y cuando llegamos ya la esperaban sus dos hermanos pequeños para que los bañara y vistiera. El que seguía de ella, Lucas, le exigió que le arreglara un pantalón. Ni en su cumpleaños descansaba.




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