Hospedamos a Erlinda en la habitación que usaba Florencio, y a Nicolás le cedí la mía. Esa noche me tocó dormir en el sillón.
Los cuatro estuvimos listos antes de lo previsto. Doña Antonia tuvo la cortesía de preparar el almuerzo y agradecí tener un poco de la sazón de mi pueblo.
Yo hice todo lo posible por evitar encontrarme a solas con ella, pero me persiguió hasta el baño y esperó afuera.
¡Tremendo susto que me dio cuando la vi parada como estatua!
—Dímelo ya —murmuró y volteó a ver a ambos lados del pasillo para evitar que su hija nos viera.
Una parte de mí quería contarle la verdad. La señora detendría a Erlinda y eso la salvaría de cualquier mal que pudiera sufrir, pero me ganaría el odio de mi futura prima. Y otra parte de mí quería quedarse callado para mantener sana la relación entre una buena amiga y familiar de mi novia.
—Ahorita vamos a ver al abogado. —Al final elegí mentir y rogué por verme sincero—. Él necesita hacerle unas preguntas a su hija.
—¿Seguro que solo es eso? —Se plantó más cerca de mí—. Se me hace raro que vayan los cuatro.
—Es para acompañar a Erlinda.
Doña Antonia no paraba de mirarme y los movimientos involuntarios de mi ojo derecho comenzaron.
—Más te vale que no me mientas.
—¿Cómo cree —mi voz se quebró un poco—, doña Antonia?
—¡Allí estás! —Fue Ermilio quien llegó a mi auxilio, aunque él no lo sabía—. Ya, vámonos.
Me apresuré a ir detrás de él y antes de salir doña Antonia nos dio la bendición a todos.
—No tardaré, mamá —le dijo cariñosa su hija—. Quédate tranquila.
—Estaría más tranquila si me dejaras acompañarte. Pero bueno, ya eres una señora que se manda sola.
—La cuidaremos —le dije para que tuviera calma.
Se repitió el viaje en ferrocarril, el intenso calor y esa entrada que olía a azufre.
Ermilio y yo nos escondimos detrás de un monumento y Nicolás avanzó llevando del brazo a su falsa esposa.
Lo último que vi de reojo fue los dejaron pasar sin tantos cuestionamientos.
Con ayuda del reloj de Ermilio supimos que pasó una hora y ellos no salían.
Los peores escenarios se empezaron a crear en mi mente. Si algo le pasaba a Erlinda, yo terminaría desterrado para siempre de la familia Bautista. Y si algo le pasaba a Nicolás, los Moreno nos lincharían por exponerlo.
Comencé a rezar con los ojos cerrados. El tiempo pasaba demasiado lento y no sabíamos qué pasaba adentro, hasta que por fin reconocí primero las dos sombras, y después confirmé que se trataba de ellos.
Me senté sobre la tierra para poder recuperar el aliento.
—¿Cómo salió? —les preguntó Ermilio cuando llegaron hasta donde estábamos. En su voz percibí que también se angustió.
—Bien, por suerte —respondió Nicolás, aunque el sudor mojaba toda su frente.
—¿Por qué tardaron tanto? —quise saber.
Erlinda se adelantó a hablar.
—Es que decidí que la historia tenía que ser lo más real posible. —Encogió pícara los hombros—. Para que Flore no tuviera que mentir.
Sentí un espasmo en el estómago por la vergüenza, pero también por la excitación de imaginarlos. ¡Sí! Los imaginé involuntariamente. Allí, teniendo intimidad en el sucio catre de la celda, con sus pieles bañadas en sudor que se entregaron sin necesitar más.
—¿Y te sientes bien? —Ermilio fue cortés—. ¿Quieres agua?
—Estoy bien. —En ese momento una enorme sonrisa decoró su cara que recuperó el color—. ¿Nos vamos?
Doña Antonia por lo menos estaría feliz porque su deseo de que su hija sonriera de nuevo había sido cumplido.
Lo siguiente que pasó lo recuerdo a pedazos. Estuve en tantos escenarios que es confuso.
El abogado que defendía a mi amigo hizo todo lo posible por liberarlo, pero a pesar de todos sus esfuerzos, dos meses después lo condenaron a cuatro años de prisión. De no ser por su árbol genealógico, lo hubieran dejado morir encerrado o hasta lo mataban. Sus padres no se aparecieron ni por error. Pero Erlinda sí pudo quedarse como esposa y, por lo que leí en las cartas de Amalia, la gente solo habló un poco sobre el atrevimiento que tuvo, pero algunos la justificaron al actuar como una esposa abnegada y enamorada.
Volví a ver a Erlinda a mediados de junio. Pasó a visitarnos, llevó obsequios para Ermilio y para mí y nos agradeció una vez más por haberla ayudado. Ya se notaba más repuesta, al menos sus curvas regresaron, aunque la tristeza en su mirada se negaba a irse.
—¿Qué piensas hacer? —le pregunté mientras bebíamos un café los tres.
—Lo voy a esperar.
—¿Por cuatro años?
—Sí —fue firme al responder—. Florencio va a encontrarme en esa puerta cuando salga. Además, ya pude reclamar la propiedad que tiene a su nombre. Voy a mantenerla rentada, el dinero será para mí y con eso buscaré una casita en ese pueblo para estar cerca de él. Lo iré a visitar las veces que pueda.
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Editado: 14.09.2024