Cuestión de Perspectiva, Él (libro 1)

Soy lo prohibido - Parte 1

Pasé más de una semana en la casa que rentaba, solo y malcomiendo, ni siquiera bebí alcohol porque se nos terminó y no tenía ganas de levantarme de la cama. Apenas y me bañé solo cuando lo creí en extremo necesario.

Ermilio tardaría en regresar a la ciudad, así que volverme un mueble más de la casa me pareció una excelente idea.

¡Solo quería saber por qué ella no llegó, por qué no parecía importarle nuestra separación, por qué dolía tanto perderla y cómo iba a ser capaz de soportarlo!

Creo que transcurrieron dos semanas o quizá tres, ya no lo sé, cuando tocaron a la puerta. Pensé que se trataba de la señora que vendía tamales puerta por puerta, y como ella ya sabía que le compraba, levanté del suelo la primera ropa sucia que vi y salí con calma.

De nuevo tocaron y allí supe que no se trataba de la señora porque ella no insistía.

Avancé sigiloso porque Ermilio tenía llave, no quería toparme con algún vendedor de algo que no fuera comida porque no contaba con la paciencia necesaria para despacharlo de forma educada. Pasados unos segundos escuchando murmurios afuera, decidí abrir y me topé con una sorpresa inesperada. ¡Eran Isabel, Celina y Nicolás!

—Te dije que si era aquí —le reclamó Isabel en voz baja a Nicolás.

Mi corazón latió veloz porque nació en mí la esperanza de que Amalia también los acompañara. Imaginé que fue a buscarme a mi casa para decirme que siempre sí quería irse conmigo.

Asomando un poco la cara, giré primero a un lado de la calle, luego al otro, ¡pero nada! Mi amada no fue.

Hice un esfuerzo para reponerme de la decepción, creo que ellos lo notaron porque guardaron silencio.

Apreté la boca para que mi barbilla no temblara y aguanté las ganas de liberar un par de lágrimas.

Luego puse mi atención en mis amigos.

La pareja se veía muy linda, con sus ropas limpias y planchadas. Celina portaba un vestido rosado con falda acampanada y larga que acentuaba su delgadez, y en su cabeza llevaba puesto un amplio sombrero; muy a la moda citadina. Nicolás iba de traje azul, sospecho que por insistencia de su eterna prometida.

Isabel, por el contrario, llevaba puesto un vestido típico de la región en color verde.

—Pero ya lo encontramos —hizo hincapié Nicolás ante las quejas de ambas señoritas.

—Sí, después de ocho puertas —se quejó entre dientes Celina. Creo que se encontraba molesta, o tal vez abochornada porque hacía calor ese día.

Nicolás era paciente y dejó pasar el evidente malhumor que cargaba.

—Amigo, ¿te encontramos indispuesto? —preguntó Nicolás al inspeccionarme.

Sentí una gran vergüenza porque mi ropa apestaba y tenía manchas de comida en varias partes.

En ese instante deseé haber elegido otro atuendo.

—No, no, adelante.

Abrí bien la puerta y me hice a un lado. Confieso que tenía pocas ganas de conversar con ellos, o con quien fuera. Hablar para mí era… difícil, y en medio de mi pérdida, se volvía peor. Pero me visitaron de lejos y hacerles el desaire sería imperdonable.

Celina y Nicolás se sentaron en el sillón grande, cada quien en una esquina, Isabel en uno pequeño y yo ocupé el más lejano.

—Es muy bonita tu casa —dijo Celina para romper con la tensión.

—Esta es rentada, la que es mía está en otra ciudad.

—¡Oh! Pero sí es muy bonita. —Dio un rápido recorrido con la mirada y sonrió—. Tuviste buen gusto al escogerla.

—Gracias. —Me sentía demasiado incómodo porque no contaba con aperitivos para invitarles. Traté de relajarme. Después de todo, las visitas eran mis amigos—. Y, díganme, ¿qué les trae por acá? ¿Están de paseo?

—No —reconoció Nicolás, luego señaló discreto con la mirada a su novia y a Isabel—. Las señoritas aquí presentes insistieron en venir a visitarte y aproveché que tenía asuntos de trabajo para pasar. Disculpa que no avisamos, nos costó algo de tiempo convencer a la mamá de Chavelita y al final aceptó de último minuto.

Me preocupaba que mi dirección fuera de dominio público, pero no indagué el cómo la obtuvieron. Seguro Erlinda se las dio. Allí reparé en ella.

—¿Y Erlinda? ¿Cómo sigue?

Las dos mujeres se voltearon a ver.

—La verdad, pensamos que la encontraríamos aquí. No sabemos a dónde se la llevaron —confesó decepcionada Isabel.

—Dudo mucho que venga a esta casa. —Debido a mi parentesco con los homicidas de su padre, seguro Erlinda no querría volver a verme jamás—. Siguen sus cosas aquí, pero no, no ha venido.

—Lo único que espero es que se encuentre bien —dijo Celina—. Quedó destrozada con… lo que pasó.

—Solo pudimos platicar por poco tiempo antes de que se fuera, o se la llevaran, por eso nos preocupamos —añadió Isabel.

Celina se levantó y se acercó a mí. Por poco su mano sostiene la mía cuando se detuvo.

—¿Tú cómo estás? —Me miró conmovida y habló con voz baja—. Ya nos enteramos.




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