Cuestión de Perspectiva, Ella (libro 2)

Mi último fracaso - Parte 1

De vuelta le pedí a Fermín que me dejara en una dirección distinta. Lo último que quería era ver la cara de Esmeralda, o la de mi madre. En casa me esperaban más penurias, por eso elegí ir a otro lado.

Fui la primera en bajar del coche.

En la esquina dos gatos peleaban, se arañaban y mordían. La violencia con la que arremetía uno contra otro me llevó a tocar a prisa.

Fermín tuvo la cortesía de no arrancar hasta que me abrieron.

—¿Puedo entrar? —le pregunté a Nicolás en cuanto lo vi.

Él tenía la cara soñolienta.

Lo que más llamó mi atención fue que iba descubierto del torso y con solo unos pantaloncillos blancos y delgados puestos.

—Son las cuatro de la mañana —se quejó mientras restregaba su mejilla—. Espero que tengas una muy buena explicación de esta inesperada visita.

—Hazte a un lado. —Lo moví, pero recibí una negativa. Solo en ese punto caí en la cuenta del error que cometí. Me detuve de golpe y lo contemplé—, o ¿no estás solo?

Nicolás siguió serio.

—Ahorita le digo que se ponga ropa —susurró e hizo una seña con la cabeza.

Palpé mi frente por mera vergüenza.

—Ay, no —dije mortificada.

Una risa irritante terminó con mi angustia.

—No es cierto. —El muy descarado siguió riéndose y luego me jaló del brazo para que entrara.

Pasamos a su modesta salita en la que solo tenía un sillón. Parecía que se encontraba reacomodando su vivienda.

Tuvimos que quedar lado a lado.

—¿Qué traes? —preguntó de nuevo ya mesurado.

Masajeé mis piernas. Necesitaba tener control de mí.

—Antes, ¿podrías ponerte ropa? —¡Sí!, su desnudez me distraía.

—Hace un calor infernal. —Colocó la mano en el pecho—. No hay nada que no conozcas. Aguántate.

—Nicolás —lo nombré para preparar el terreno que sabía que terminaría de campo de batalla—, pasaron cosas… —Hice una pausa por los nervios—, cosas malas.

Creo que la forma en la que se lo dije lo alertó, porque sus ojos se abrieron más y dejó la boca entreabierta.

—¿Qué cosas? —su voz salió con poca fuerza.

Me convencí de que era momento de ser sincera.

—Primero, resulta que hace unas horas vi a Joselito con otra mujer.

No lograba quitarme de la cabeza la imagen de “mi pareja” siendo tan atento con otra mujer, y tampoco que no tuvo los pantalones de encararme.

—¡Lo sabía! —Hizo un gesto de triunfo que luego pasó a ser de coraje—. Te lo advertí y preferiste ignorarme.

Resoplé. Sentí ganas de volver a llorar, pero lo resistí porque todavía faltaba la peor parte.

—Ojo de loca no se equivoca.

—Esa frase es medio rara en mi caso —bromeó.

No pude sostenerle más la mirada.

—Lo otro sí te va a hacer enojar.

Tal vez él supuso que lo de Joselito era la noticia que iba a darle porque bajó la guardia antes de tiempo.

—¿A mí? —Se apuntó.

Liberé despacio el aire y bajé más el rostro. Por un par de segundo seguí las líneas de las flores de mi vestido. Una de las manos de Nicolás estaba sobre su rodilla y me atreví a sostenérsela.

—Sí —confirmé—. Seguro hasta vas a querer gritarme. —Venía lo peor y me faltaba valentía para sacarlo—. ¿Tienes un fuerte?

Un buen trago quemándome la laringe sería de ayuda.

—No tengo permitido tener alcohol en la casa —sonó como si yo ya lo supiera.

—¿Ni siquiera un traguito? —Junté el dedo pulgar con el índice.

—Nada de nada. Mi padrino me tiene bien checado.

Quien fuera ese padrino, seguro se le calentaron las orejas por la recordada que le estaba mandando.

—Padrino pendejo que te cargas. —Crucé los brazos.

Nicolás se levantó y se dirigió a la cocina. Desde allá me habló:

—Tengo refresco.

—Ya que. —Aborrecía no contar con un buen mezcal o por lo menos tequila—. Tráeme uno.

Él regresó con dos botellas de vidrio que dentro tenían refresco anaranjado. El que menos me gustaba, pero lo acepté de todos modos.

Volvimos a estar sentados y con menos distancia.

—¿Por qué supones que me van a dar ganas de gritarte? —Suspiró después de darle un trago a su bebida—. ¿Sobre qué hijo es?

Mi boca se curvó por las ganas de echarme a llorar.

—Esmeralda —lo solté, y me di cuenta de que salió como un quejido.

Nos quedamos callados, pensativos, o tal vez pasmados.

—¿Cuántos meses tiene? —realizó la pregunta sin más.




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