Había pasado casi un año y las Navidades estaban a la vuelta de la esquina. La empresa —su empresa— se planteaba echar el cierre. Todo se había enmarañado en los últimos días. Al principio, desaparecieron los empleados más capaces. Poco a poco, el talento se esfumó, casi sin que nadie lo notara. Meses después, cuando la mitad de la plantilla se dio de baja, empezó a cundir el pánico. Era imposible presagiar algo así tras la gran noticia, después de las celebraciones y las risas. ¿Cómo asimilar lo ocurrido? Solo le quedaban fuerzas para maldecir, para gritar: ¡Maldita lotería!