Cuando me mudé a este edificio, tenía un solo objetivo: paz. Lo necesitaba desesperadamente tras la debacle emocional y financiera que dejó mi última relación. Según el anuncio, este lugar era “tranquilo, ideal para profesionales”, y aunque el decorado parecía inspirado en un hotel de paso, no me importaba. Solo quería un techo, paredes gruesas, y vecinos que supieran mantener la boca cerrada.
Ahora sé que el anuncio era una mentira bien elaborada. Porque, en lugar de la paz prometida, lo que obtuve fueron tres mujeres que parecen haber hecho un pacto con el diablo para convertir mi vida en un episodio de comedia absurda.
—¡Te dije que eso no se usa en la cocina! —grita una voz desde el otro lado de la pared.
—¡No sabía que el aceite podía explotar así! —responde otra.
—¿Alguien está llamando a los bomberos? ¿No? Bien, me encargo yo. —Esta última, más calmada, aunque con un tono que siempre suena como si estuviera al borde de perder la paciencia.
Ese sería un típico martes por la noche para mis queridas vecinas: Paulina, la organizadora compulsiva con la capacidad de gritar órdenes como un sargento; Verónica, la reina del caos y la irresponsabilidad; y Lorena, quien tiene la habilidad de ser igualmente encantadora y molesta dependiendo de su estado de ánimo (y de cuánto vino haya bebido).
Las llamo El Triángulo de las Bermudas, porque cada vez que interactúo con ellas, pierdo la cordura.
Hoy, sin embargo, están haciendo más ruido de lo normal. Golpean ollas, gritan como si estuvieran protagonizando una película de acción y, en un momento, estoy casi seguro de que escucho a Paulina amenazar a alguien con un cuchillo. Por supuesto, esto interrumpe mi trabajo, que ya de por sí es un ejercicio constante de paciencia cuando vives rodeado de idiotas.
Golpeo la pared con los nudillos.
—¡Algunos intentamos trabajar, no filmar escenas de crimen!
Silencio. Durante cinco gloriosos segundos, no se escucha nada más que el zumbido del ventilador de mi computadora. Por un momento, pienso que, tal vez, he ganado. Hasta que escucho risas al otro lado de la pared.
—¿Te molestamos, Enzo? —pregunta Lorena, con su tono habitual de sarcasmo dulce.
—Para nada. Amo trabajar con una banda sonora de gritos y metal pesado. Es inspirador.
—Qué sensible eres, vecino. Tal vez deberías probar los tapones para oídos. Te los dejamos en tu puerta el otro día, ¿los viste? —dice Paulina, con su voz cargada de falsa amabilidad.
—Sí, los vi. Junto con su gato, que parece haberse mudado oficialmente a mi balcón.
—Lo tomaremos como un cumplido. —Verónica, riendo.
El sarcasmo es mi idioma nativo, pero ellas lo manejan como si hubieran tomado un curso avanzado. Y aunque me gustaría pensar que soy inmune a sus provocaciones, lo cierto es que su caos está comenzando a filtrarse en mi vida más de lo que quisiera admitir.
En días como este, me pregunto si debería buscar otro departamento. O tal vez un monasterio. Pero algo me detiene. Quizás sea el morbo. O tal vez, en algún rincón oscuro de mi ser, sé que estas tres lunáticas van a convertir mi vida en algo mucho más interesante de lo que jamás imaginé.
Aunque eso no significa que no vaya a vengarme.
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¡Gracias por leer esta historia! 🖤
Espero que te hayas divertido mucho con Enzo y las vecinas, y que te hayas enganchado con sus caóticas aventuras. 🌟 No olvides guardar la historia en tu biblioteca para que no te pierdas los próximos capítulos y, si te gustó, darle al corazón y deja tu comentario❤️
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Editado: 12.12.2024