El silencio continuó al día siguiente, imperturbable. Como si el mundo, por fin, hubiera decidido dejarme en paz. El sonido de los teclados y el zumbido de mi computadora fueron mi única compañía. Stitch, fiel a su naturaleza, se paseaba por el apartamento como si fuera su reino, sin que yo le prestara mucha atención.
Me había sumergido en mi proyecto del sistema de facturación cuando el golpe en la puerta interrumpió mi concentración. Suspiré, girando en la silla para ver quién era. Si era otra vecina con alguna queja sobre el ruido —que no existía, porque ese día el edificio estaba sorprendentemente callado—, no iba a tomarlo con calma.
Abrí la puerta, y allí estaba ella: Lorena.
La miré en silencio, esperando alguna palabra que aliviara el hecho de que alguien tocara mi puerta sin previo aviso.
—Hola, Enzo —dijo, casi como si fuera algo normal.
—Lorena —respondí, con la voz tan impersonal que probablemente no le dio la bienvenida que esperaba.
—¿Stitch está aquí? —preguntó directamente, sin preámbulos, como si ya supiera la respuesta.
Asentí, un poco desconcertado por la franqueza. No esperaba que viniera hasta mi departamento a buscar al gato, aunque, claro, había escuchado suficiente sobre cómo Stitch solía irse de excursión a los apartamentos de las vecinas.
—Está en el sofá —respondí sin mucha emoción, apartándome para dejarla entrar.
Lorena no perdió tiempo. Caminó hacia el salón, y me siguió con la mirada mientras pasaba. No dijo nada, pero algo en la forma en que se movió en mi espacio me pareció diferente. Como si estuviera familiarizada con el lugar.
Stitch, que estaba estirándose de manera ridícula en el sofá, la vio llegar y se levantó, saltando al suelo como si no tuviera intención de cooperar.
—Vaya, qué sorpresa —comenté con una sonrisa sarcástica, cruzándome de brazos.
Lorena se agachó con paciencia, mirándolo como si conociera cada uno de sus trucos.
—Es un experto en desaparecer cuando lo necesitas y aparecer en el lugar menos esperado.
Vi cómo sus ojos se suavizaban al mirar al gato, pero no pude evitar notar algo en su expresión. Había una especie de tensión sutil, como si hubiera algo más detrás de su calma exterior.
—¿Y qué tal tú? ¿También eres experta en desaparecer? —pregunté, tratando de hacer la conversación más ligera, aunque mi tono frío no ayudaba mucho.
Lorena levantó la vista, captando mi desafío.
—¿De qué hablas?
No la miré directamente, pero me mantuve en silencio por un momento antes de responder.
—Parece que todos en este edificio tienen una habilidad especial para aparecer cuando más me molesta. Tú, Paulina, Verónica… Todos. Todos tienen algo que decir, que preguntar, que interrumpir. Y tú… ¿tú por qué estás aquí?
Lorena no se ofendió. No parecía molesta. En lugar de eso, se levantó lentamente, con una calma que contrastaba totalmente con la energía densa que había creado entre nosotros.
—Solo vine por Stitch. No te preocupes, no quiero interrumpir tu… día perfecto de aislamiento —dijo, su tono algo más cortante que antes.
En ese momento, algo en su respuesta me hizo parpadear. Era como si, por un segundo, ella me estuviera viendo a través de mi fachada de frialdad. La forma en que mencionó mi "aislamiento" me hizo cuestionar si había algo que realmente le interesara de mí, o si simplemente disfrutaba desafiarme con sus palabras.
Stitch, como siempre, no parecía interesarse por nada más que por saltar de un lado al otro, como si supiera que su presencia estaba causando toda esta incomodidad.
—Eso no es un aislamiento —respondí, mi tono más grave. No quería admitirlo, pero sentía que la conversación estaba tomando un giro hacia un lugar incómodo.
Lorena se quedó en silencio por un momento, y luego miró al gato, aún con una ligera sonrisa.
—Claro. No lo es. Pero aún así, parece que prefieres estar rodeado de silencio. Lo entiendo. El ruido de las vecinas debe ser insoportable.
Estaba claro que no se refería solo al ruido, y por un segundo sentí cómo una especie de tensión se formaba entre nosotros. A pesar de la actitud tranquila de Lorena, ella estaba lanzando una indirecta muy clara. Algo en su mirada, algo en su tono, me estaba haciendo sentir incómodo.
—No todos buscan el ruido, Lorena. Algunos simplemente… prefieren la paz.
No esperaba que ella reaccionara a eso, pero lo hizo, levantando una ceja con una sonrisa apenas perceptible.
—¿Y esa paz incluye ignorar el mundo por completo, o solo las personas que no te interesan?
Mi respiración se detuvo por un segundo. No me gustaba que me analizara, pero, de alguna forma, me estaba forzando a hacer una introspección incómoda.
—Solo vine a recoger a Stitch, Enzo. No necesito que me expliques tu filosofía de vida —dijo, finalmente. Pero, al mirarme, vi cómo su expresión se suavizaba, como si, por un segundo, hubiera comprendido algo que yo no quería mostrar.
La tensión se mantuvo en el aire, pero ella no insistió más. Se agachó una vez más, levantó a Stitch y se dirigió a la puerta.
—Te dejo con tu tranquilidad. Nos vemos.
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Editado: 12.12.2024