Cuidala bien

Pasado -Psicópata

Leo tragó saliva. No tenía ni puerca idea de cómo decirlo... y aquella chica de cabello chocolate rojizo tenía su mano buena demasiado cerca del botón de pánico, por lo que se apresuró a quitárselo del alcance. Algo que hizo que Andrea se pusiera un poco más extrañada y a la defensiva. Y sí... Leo tenía que aceptar que parecía un maldito psicópata.

Andy lo revisó de arriba abajo, atónita, abriendo sus ojos miel y temblando... cuando había salido de esa casa en la tarde, jamás imaginó que todo esto iba a pasar.

—¿Me vas a decir a qué viniste? —protestó con una voz arrogante. Su tono nasal la hizo sonar más dulce de lo que hubiera querido.

Leo colocó el botón de pánico en una mesita, lejos del alcance de Andy. Ella, lejos de asustarlo, parecía una chica indefensa, muy lastimada. Solo de ver sus heridas, el suero... ya le dolían a él. Jugó con el cierre de su chompa antes de comenzar a hablar.

—No, no, no... —empezó a balbucear, su voz apenas temblando—. Vas a odiarme. De verdad vas a odiarme.

Se dejó caer de golpe en el sillón junto a la cama, soltando el aire como si todo el peso del mundo le cayera encima.

Andrea entrecerró los ojos, alerta... Ese tipo se paseaba por el cuarto como si tuvieran confianza. Claro que se lo veía agradable, pero acababa de alejarle el botón de pánico. Ella no se fiaba.

—¿Qué hiciste? —preguntó, con esa mezcla suya de desconfianza y dulzura, abrazándose a la almohada como si fuera un escudo.

¿Qué pensaba hacer? No sabía, pero si era necesario, gritaría como loca e intentaría ahogarlo con la almohada.

Leo bajó la cabeza, clavando la vista en sus propias manos... No había forma de decirlo, y en cualquier momento llegaría la mamá de aquella chica. Si no hablaba cuanto antes, todo se iba a ir definitivamente a la mierda.

—Soy amigo del chico que te atropelló —soltó de golpe, como si arrancarse la confesión fuera menos doloroso que sostenerla.

Andrea abrió la boca, la cerró y volvió a abrirla, sin encontrar palabras al principio.

—¿Qué eres...? —balbuceó, atónita. Y ahí entendió por qué el botón de pánico estaba tan lejos de su alcance—. ¿Un loco? ¿Ahora quieren terminar lo que empezaron?

La forma en que lo dijo, más confundida que furiosa, le arrancó a Leo una risa seca, cargada de nervios. Se pasó la mano sobre su cabello negro despeinado e intentó calmarla.

—¡No, no, por favor! —levantó las manos, como rindiéndose—. ¡No pienses eso! Fue... —hablaba tan rápido que comenzó a aturdir a Andy, que de por sí ya estaba fastidiada con los golpes y los sueros; y ahora tenía a ese hombre de ojos verdes oscuros hablándole como loco— fue un accidente. De los tontos. Te juro que no quería que pasara. ¡Él está destrozado! Y... —inspiró hondo, buscando coraje de donde sabía que no tenía, mientras gesticulaba elocuazmente para luego bajar la cabeza, rendido—. Fue culpa mía. Yo le presté el auto. ¡Yo!

Golpeó su propio muslo con el puño cerrado, frustrado... Andy no sabía si reír o llorar. Sí, claro, era muy guapo y todo, pero se estaba portando muy raro. O chistoso. En realidad no sabía.

—Debí saberlo... —continuó, las palabras atropellándose unas con otras—. Es un desastre. Siempre lo ha sido. —Andy alzó las cejas ante la vehemencia de Leo, que no se callaba y hablaba con una intensidad tremenda—. Se cayó de chiquito por un barranco, cayó en un río y se quedó en coma por cinco días.

Andy estaba aturdida.

¿Por qué este desconocido le contaba todo eso? ¡Y nada que se callaba! Seguía hablando vehementemente y gesticulando. Algo que, curiosamente, le parecía adorable. Ver su desesperación era entretenido.

—¡Y aun así le di las llaves! ¡Me va a matar mi hermana, me van a matar mis papás, me va a matar la vida! ¡Me van a castigar de por vida y mis papás se van a pelear! —Alzando la mirada, sus ojos verdes, suplicantes, se encontraron con los de ella.

Andy estaba atónita, entretenida, embobada con aquel chico. No sabía por qué todas esas cosas le daban risa. Primero arrugó la frente, analizando todo lo que le había dicho.

—Ok. No sé por qué me cuentas toda tu vida, ¿eh? —La incredulidad y una risa escondida contenían la voz de Andy, mientras aún veía curiosa a ese chico extraño—. Es más, hace que todo esto se vea más maquiavélico.

Leo sonrió. Esa niña parecía estar entretenida con su desesperación. Y tan dulce que se la veía... Él solo sabía que no se había puesto a gritar o a tirar cosas como esperaba que lo hiciera.

—No te conté toda mi vida —protestó como un niño pequeño.

Andy no pudo pasar inadvertida la actitud de Leo y sonrió.

—No creo que vayas por el mundo diciendo... —achinó la mirada hacia Leo, que la veía atentamente— ¿cómo se llama el animal de tu amigo?

Leo soltó una risita. Esa chica era todo un personaje.

—Cris. Y no te digo más, porque si no le pones la demanda.

Andy volteó los ojos.

—Bueno, no creo que vayas por el mundo diciendo —tomó aire para fingir que gritaba y comenzó a imitar la voz de un hombre ficticio—: "¡Hey! El tarado de Cris que atropella a chicas indefensas se cayó de un barranco de chiquito, ¡perdónenlo por todo!"

Leo se mordió los labios y sonrió. Esa chica estaba totalmente loca y, curiosamente, mientras más le hablaba, más lo atraía.

Vio que Andy se cruzó de brazos... y Leo la examinó de arriba abajo. Entonces le dedicó una de esas sonrisas compradoras con las que siempre lograba que las chicas hicieran lo que él quería. Se inclinó hacia ella y susurró, suplicante:

—Hago lo que quieras, soy tu esclavo si quieres, pero no digas que fue Cris, por favor.

El silencio se extendió entre ellos, espeso como una sábana húmeda.

Andrea parpadeó varias veces, sorprendida por la vehemencia en la voz de Leo. Quiso enojarse. Quiso decirle algo hiriente. Pero, en cambio, lo que sintió fue ese pequeño tirón en el pecho, ese absurdo cosquilleo que la dejaba sin palabras.




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