Cuidala bien

Pasado - Mi Hermana y Mi mejor Amigo

La lluvia golpeaba la casa de los SantiEstevan con dedos fríos e insistentes, como si quisiera colarse por las ventanas. Dentro, los pasillos crujían levemente bajo el eco de pasos impacientes.

Un golpe fuerte sacudió la puerta de uno de los cuartos.

—¡Leo! —gritó una voz aguda, claramente desesperada—. ¡Papá dice que bajes ya! ¡Y me tienes que llevar al colegio!

Dentro del cuarto, el desorden reinaba: camisetas arrugadas en el suelo, zapatillas pateadas contra la pared, libros abiertos de cualquier manera. Una figura, semienterrada entre sábanas revueltas, soltó un gruñido molesto.

Cris se giró de espaldas, la mejilla aplastada contra la almohada, despeinando aún más su cabello castaño y rizado. Su piel clara apenas se distinguía bajo el revoltijo de telas.

—¡Leo, cállala o la mato! —farfulló con voz pastosa, medio adormilado, arrastrando las palabras como si cada una pesara toneladas.

Otro golpe en la puerta, esta vez más fuerte y molesto.

—¡Leo, caray! ¡¡Que ya son las ocho!! —chilló Alice, su tono fresa subiendo un par de octavas por la desesperación—. Detesto cuando Cris se queda a dormir, pasa esto.

Cris alzó apenas la cabeza, adormilado, con la vista nublada por el sueño, la cabeza pesándole, y buscó con la mirada a Leo. No estaba. Suspiró. Escuchó la ducha del baño. Se estaba bañando y se notaba que iba a demorar. Cris maldijo por lo bajo.

—¡Leo, caray! Ya arriba —la voz de Alice cada vez era más aguda y más molesta.

Refunfuñando, Cris se arrastró hasta la cómoda, agarró el primer bóxer limpio que encontró —o eso esperaba— y se acercó a la puerta a trompicones, rascándose la cabeza como un niño malhumorado.

Abrió la puerta de golpe, y ahí estaba Alice SantiEstevan pequena delgada rubia, histérica como siempre que se cruzaba con Cris.

Sin pensarlo demasiado, Cris le abrió la boca a Alice, apretando sus mejillas y metiéndole el bóxer en la boca, bastante fastidiado, esbozando una sonrisa traviesa.

—No te emociones —dijo con su tono descarado de siempre, ladeando la cabeza. Sus ojos brillaban de diversión como cuando hacía una travesura—. Están usados.

Alice lo vio atónita, histérica. Si las miradas mataran, Christopher Montana estaría muerto. Se sacó el bóxer, soltó un chillido agudo y asqueada, como si le quemara. El grito fue tan agudo que retumbó por todos lados.

Su rostro enrojeció de indignación inmediata.

—¡Eres un salvaje! ¡Un bruto de mierda! —gritó, su voz aguda vibrando en todo el pasillo mientras le lanzaba el bóxer de vuelta.

Se abalanzó hacia él con la intención clara de golpearlo, pero una sombra apareció justo a tiempo. Leo había salido desesperado de su ducha mañanera, con una toalla en la cintura, y tomó con un solo brazo la cintura de su pequeña hermana rubia.

—¿Qué están haciendo ahora? —preguntó en su tono tranquilo, como si ver peleas a esa hora fuera lo más normal del mundo.

—¡Me estaba molestando! ¡Es un idiota, un patán, un imbécil sin cerebro! —protestó Alice, pataleando como un pez fuera del agua mientras Leo la sujetaba con un solo brazo, sin esfuerzo, rodeando la diminuta cintura de su hermana.

Cris bostezó exageradamente, apoyándose en el marco de la puerta, con una sonrisita de inocente placer. Los ojos le pesaban de sueño.

—Te dije que la callaras... qué manía. ¿Cómo puedes vivir con los alaridos de la chihuahua ? —dijo, soltando una carcajada baja... le encantaba hacer que los ojos azules de Alice se encendieran de enojo y sus mejillas pálidas se pusieran rojas.

Alice lo fulminó con la mirada, sus cejas rubias se fruncieron a más no poder. Alice zapateó infantilmente, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto dramático. Intentó una vez más tirársele encima, pero era inútil: para su hermano era muy fácil detenerla con un solo brazo.

—¡Cuando mi papi se entere de esto...! —vio bastante molesta a su hermanito mayor, que estaba con su cabello lacio y negro chorreando de agua—. ¡¡Vas a ver quién se ríe ahora, eh!! —respiraba tan fuerte por la rabia.

Leo arqueó una ceja con calma divertida y le susurró al oído:

—¿Tú quieres que papá se entere... o prefieres que le cuente sobre el rayón en el auto de mamá? —dijo con tono inocente, pero una chispa traviesa brillaba en su voz.

Alice se congeló. Literalmente.

El pasillo quedó en silencio, salvo por el repiqueteo insistente de la lluvia.

Cris se encogió de hombros, levantando las cejas con expresión de tu funeral. Alice detestaba con su vida que hiciera eso, es más, le daban ganas de llorar. Leo siempre se ponía del lado de Cris...

—Yo que tú, elegía la opción dos... —murmuró, saboreando la pequeña victoria.

Alice bufó, inflando las mejillas. Se giró bruscamente hacia Leo.

—Mira, hermanito mío... —se peinó un poco, molesta—. La sangre pesa más que el agua.

Leo rió ante el drama de su hermanita y se acercó a darle un beso en la frente. Aunque ella intentó esquivarlo, él la alcanzó con sus brazos y se lo depositó. Alice sonrió; su hermano era su adoración. Volteó a ver a Cris, le sacó la lengua y la mala seña.

Tú púdrete, eh.

Cris simplemente le sacó la lengua, burlón, como un niño de seis años.

Leo sabía que hace tiempo esos dos se gustaban. Al principio le había molestado, bueno... más bien siempre le había molestado que los chicos se le acerquen a Alice. Su hermana era guapísima, así que la había pasado bastante mal. Pero sabía que Cris, dentro de todo, no era mal chico, y que la molestaba para mantenerse cerca de su hermana... bueno, en realidad él no se quería meter, solo se haría el sorprendido cuando le dieran la noticia.

El camino al colegio también fue todo un dilema. Cris y Alice no dejaban de pelear desde que se subieron. No habían parado de insultarse y lanzarse pullas por la radio, porque Cris le jalaba el cabello, o cantaba otra canción que no era, o hacía chistes sobre perros chihuahua de Beverly Hills... o cualquier cosa.




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