Cuidala bien

Parte 1 CapituLO 6 CLICK

Aquella mañana, en la elegante residencia de los Santiestevan, todo parecía brillar un poco más. Leo se preparaba frente al espejo de su habitación, enmarcado con luces cálidas, peinándose el cabello aún húmedo con dedos distraídos. Llevaba una camisa blanca sin abotonar y el cuello mojado le marcaba la clavícula. El aire olía a colonia fresca, a ropa recién planchada… y a nervios. Cada tanto, su mirada se desviaba al celular, aunque no hubiera notificaciones nuevas.

A su alrededor, Alice revoloteaba como un pequeño torbellino de perfume dulce y carcajadas suaves. Llevaba una falda plisada rosa y una blusa con pequeños brillitos que destellaban como si cada movimiento suyo celebrara algo.

—¿Entonces qué más le gusta comer? —insistía, acomodándose una diadema de perlitas frente al espejo mientras lo miraba de reojo—. ¿Prefiere calentadores o shores? ¿Helado o galletas?

Leo, todavía secándose el cabello con la toalla, soltó un suspiro paciente, acostumbrado a sus interrogatorios.

—Calentadores y helado. Pistacho, creo.

Alice dio un pequeño gritito de emoción y giró sobre sí misma como si acabara de descubrir un secreto nuclear.

—¡Le voy a llevar helado! ¡Va a ser mi mejor amiga!

Leo sonrió de lado, incapaz de resistirse a su energía. Sabía que Alice tenía un talento especial para poner patas arriba cualquier plan.

—¿Y hablaste con ella hoy? —volvió a la carga, siguiéndolo como un imán humano—. ¡Podríamos acompañarla a casa!

Antes de que Leo pudiera responder, una voz burlona se coló desde el umbral de la puerta.

—Prepárate, enana —dijo Cris, subiendo las escaleras con las manos en los bolsillos y una sonrisa pícara—. Cuando te conozca, seguro sale corriendo.

Alice se cruzó de brazos, indignada, inflando las mejillas como una caricatura.

—¡Eres un envidioso, Cris!

Leo soltó una risa baja, acostumbrado al show diario entre esos dos. Le lanzó a Cris una mirada de advertencia mientras le daba una última revisada a su reflejo. El mechón rebelde en su frente no se acomodaba, y por dentro, algo le daba vueltas en el estómago. Andy.

—Si a ella no le gustas, me alejaré —dijo con una media sonrisa, dejando claro, como siempre, cuánto pesaba la opinión de su hermana.

Alice, encantada, se lanzó a abrazarlo como si fuera un peluche gigante.

—¡Porque me ama! —exclamó, enterrando su rostro en su pecho.

Cris soltó una carcajada descarada.

—Solo tú te crees esas películas, enana.

Leo, sin molestarse, le plantó un beso en la cabeza y le revolvió el cabello, arruinando su peinado perfecto. Alice chilló, ofendida, y trató de alisarlo a toda velocidad.

—Vamos —murmuró Leo, tomándola de la mano antes de que la pelea escalara a nivel nacional.

Alice brincó de emoción en cuanto empezaron a bajar las escaleras.

—¡Estoy tan feliz! —canturreó—. Es la primera “novia” que me presentas.

Leo soltó una carcajada, divertido con su insistencia.

—No es mi novia.

—Pero sé que pronto lo será —entonó Alice como si cantara un hechizo.

Leo la miró de reojo y le hizo cosquillas en la cintura, arrancándole una risa escandalosa.

—No la presiones, ¿sí? Vamos despacio.

—Yo solo quiero que sea mi amiga —replicó Alice, enderezándose la diadema con gesto de princesa.

—Deja la intensidad, chi hua hua —se metió Cris otra vez, dándole un leve codazo al pasar.

Alice le sacó la lengua sin perder la compostura, como si fuera lo más elegante del mundo.

Y entre risas, empujones y promesas, los tres salieron hacia la luz de la mañana, como un pequeño ejército lleno de planes y de ganas.

El pasillo de la clínica olía a desinfectante y a algo metálico, como si el tiempo se hubiera detenido. Leo caminó con calma hasta la puerta de la habitación de Andy y tocó suavemente con los nudillos.

Dentro, Andy estaba recostada contra las almohadas, con un libro entre las manos. La luz cálida que entraba por la ventana iluminaba su rostro, acentuando el rubor suave en sus mejillas y dándole una expresión serena. No se dio cuenta de la presencia hasta que escuchó el golpecito en la puerta.

Alzó la vista y, al ver a Leo, su rostro se iluminó con una sonrisa genuina.

—¡Hola! —saludó con voz suave y dulce—. ¿Cómo sigues?

Cerró el libro con delicadeza y lo dejó sobre su regazo, encogiéndose de hombros.

—Bueno… no me he muerto, ni me he vuelto loca, ni me han vuelto a internar.

Leo soltó una risa baja, ese tipo de risa que hacía que los hombros se le movieran ligeramente.

—Todo un logro —respondió.

Andy asintió con fingido dramatismo, dejando escapar un suspiro.

—Al fin me voy.

—No fue tan malo, ¿no? —preguntó Leo, dando un paso más cerca.

Andy ladeó la cabeza con una media sonrisa.

—Bueno… nos conocimos. Algo bueno saqué de todo esto.

Leo sonrió también, de medio lado como siempre, guardando algo entre líneas.

—Mira tú… vamos avanzando.

La mirada de Andy bajó a sus manos, que inconscientemente se acercaron a las de él. Sus dedos rozaron los suyos, trazando pequeños círculos en la piel con timidez y ternura.

—Gracias por todo —murmuró—. Y te libero, ¿eh? Ya no eres mi esclavo.

Leo fingió un suspiro de alivio, llevándose una mano al pecho con dramatismo.

—¡Oh, sí! Al fin, libertad…

Andy soltó una risa y negó con la cabeza. Entonces, sus ojos se encontraron. Fue un segundo suspendido en el aire. Si había un elefante en la habitación, era ese: todas las cosas que ella había dicho sobre no enamorarse, sobre los hombres, sobre su decisión de ser madre por fecundación in vitro. Todo eso se desmoronaba un poco con una sola mirada de Leo.

Y justo en ese instante, la puerta se abrió de golpe.

Alice apareció con su cabello rubio alborotado y los ojos azules brillando de emoción, pero se detuvo al verlos tan cerca. Parpadeó, dudando si debía entrar o dar media vuelta.




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