Cuidala bien

Pasado - Me gustas

Los días pasaron volando.

Andy y Leo hablaban todos los días. Entre mensajes y llamadas eternas, a menudo los sorprendía el amanecer sin haber dormido, arrastrándose como zombis al colegio. Leo incluso se había comprometido a acompañarla hasta su escuela, lo cual no era precisamente del agrado de Cris.

Tenían que levantarse más temprano, estar listos antes… y no es que Cris se llevara bien con Andy, aunque ya estaba recuperada del accidente.

En cambio, con Alice, Andy había conectado de inmediato. Eran una combinación rara, pero explosiva.

Alice era energía pura, un torbellino de risas, moda y comentarios espontáneos. Siempre vestía como si saliera de una pasarela, brillando sin esfuerzo. Andy, por el contrario, era más reservada, un poco tímida… hasta que tomaba confianza. Entonces era intensa, graciosa, incontrolable. No sabía nada de tendencias ni se complicaba la vida: se ponía lo primero que encontraba, y rara vez se maquillaba.

Pero juntas se volvieron inseparables. Y sí, podían volver locos tanto a Leo como a Cris.

Andy, por más que lo intentara, no podía evitar enamorarse de Leo.

Y eso le daba miedo.

Él hacía de todo para distraerla, como si supiera lo que pasaba. No la besaba, no mencionaba el tema. Solo estaba ahí, pendiente de todo, de cómo respiraba, cómo se reía, cómo lo miraba. Jugaban play, hablaban de fútbol, se reían a carcajadas… y había logrado convencerla de celebrar su cumpleaños.

Todavía recordaba esa conversación, en el carro, solos.

—No. Ya te dije que no —respondió Andy, riendo, cruzándose de brazos mientras se mordía los labios.

Leo la miraba divertido, con esa sonrisa terca y desafiante que significaba que no iba a rendirse.

—¿Qué carajos hay que celebrar, eh? —insistió, alzando las cejas—. ¿Que mi papá me abandonó? ¿O que tenemos problemas económicos?

Leo solo la miró con una sonrisa pequeña, casi tonta.

—Que existes, quizás.

Su tono era ligero, pero sus palabras tenían peso. Andy rodó los ojos, irónica.

—Sí, suena cursi, pero... —la señaló con el dedo, paciente—. Es verdad. Tenemos derecho a demostrarte lo importante que eres.

Andy negó con la cabeza, sonriendo con resignación, mientras Leo se acercaba un poco más.

—Sé que vas a decir que este loco extraño no tiene derecho a decirte eso. Pero la fiesta también es para nosotros. Para tu mamá. Y tú no tienes derecho a no dejarnos quererte.

Andy suspiró, enternecida pero cansada.

—No vas a parar hasta que te diga que sí, ¿no?

Leo no respondió con palabras. Solo rió, esa risa suya que le formaba hoyuelos en las mejillas.

—Nop. Y si no accedes... —la miró con advertencia— usaré mi arma secreta: Alice.

Andy entrecerró los ojos, sospechando.

—Y sabes que ella no se rinde —agregó él, señalándola con un dedo.

A Andy nunca le había gustado celebrar su cumpleaños. Le provocaba nostalgia. Pero su mamá esta vez había conseguido aliados peligrosamente efectivos... y no le quedaba escapatoria.

Así que ahí estaba, en medio de un centro comercial abarrotado.

Alice caminaba con su usual energía desbordante, fresca y radiante, como si bailara entre la gente.

Llenaba el carrito de compras sin tregua.

Leo iba detrás con otro carrito, como buen escudero.

Y Cris... con cara de pocos amigos.

Alice arrastraba a Andy de pasillo en pasillo para elegir adornos, comidas, detalles. Andy se sentía fuera de lugar. En su familia no era normal tener tantas cosas, tantos lujos. Ese carrito estaba desbordado. Leo parecía acostumbrado al caos que su amiga provocaba.

Mientras tanto, Leo...

Iba a su lado, el celular pegado a la mano. Su pulgar deslizaba la pantalla con nerviosismo. No decía nada. Pero la mandíbula apretada y sus ojos evitando el contacto visual decían mucho más que sus silencios.

Cris lo notó.

—No quiero ser metiche, pero...

—Siempre lo eres —le cortó Leo, sin levantar la vista, voz plana.

Cris sonrió de lado, saboreando la tensión.

—¿Qué tan serio es?

Leo no respondió enseguida. Esquivó un estante de snacks, pensativo, como si elegir sus palabras pudiera ser peligroso. Luego, sin mirarlo, habló.

Y justo entonces la vio.

Arrastrada por su hermana rubia y loca.

Andy reía, con unos shorts y una camiseta del Real Madrid.

Tan inocente.

Tan...

—¿Te preocupa? —murmuró Leo, rascándose la cabeza sin apartar la mirada de ella.

Cris se encogió de hombros, intentando parecer indiferente. Pero sabía que esa chica lo tenía embobado.

—No, pero... te ha secuestrado.

El carrito se detuvo en seco. El chillido de las ruedas cortó el aire.

Leo alzó la mirada, serio. Una tormenta en los ojos.

—Te recuerdo que fue por tu metida de pata.

Cris abrió la boca... y la cerró enseguida. La mirada de Leo lo desarmó.

—Bueno... no era para tanto —balbuceó.

Leo no soltó el carrito. Sus nudillos estaban blancos del agarre. Bajó un poco la voz, acercándose.

—Ni se te ocurra decírselo. Todavía quiere matarte. Y apenas puede caminar.

Cris levantó las manos en señal de paz.

—¡Tranquilo! Solo preguntaba...

Leo respiró hondo. Luego, bajito, como si se hablara a sí mismo:

—Es linda. Me gusta estar con ella.

Sus ojos seguían fijos en Andy, que ahora ayudaba a Alice con las bolsas mientras esta no dejaba de hablar.

Cris soltó una carcajada.

—Vas a sentar cabeza.

Leo giró hacia él, serio.

—Tú mejor arregla tus asuntos con mi hermana

Cris lo miró, medio atónito, medio nervioso. Aun así, intentó mantener su actitud despreocupada.

—Leo, como chiste estuvo bueno.

Antes de que pudieran seguir, Alice apareció corriendo con dos bolsas gigantes que casi le tapaban la cara.

—¡Listo! ¡Creo que esto le encantará! —gritó, como si acabara de salvar el planeta.

Andy miró el carrito, atónita. Apenas se veía el fondo entre tanto color y bolsas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.