Cuidala bien

Pasado- Graduación de Leo

Desde aquella madrugada en la que Leo apareció debajo de su ventana, a las cuatro en punto y con ojeras de insomnio y nervios, algo empezó a cambiar. No solo entre ellos. En todo.

Lo de Andy y Leo no fue una explosión de fuegos artificiales ni un romance de película con banda sonora épica. Fue un fuego lento. Intenso.

Leo le prometió que nunca más pasaría un cumpleaños sola. No porque se sintiera obligado. Sino porque ella lo hacía querer ser mejor. Con Andy no tenía que fingir que era ese tipo cool que no se ata a nadie. Y ella… bueno, ella aprendió a confiar. A dejarlo entrar en ese rincón de su vida donde nunca había dejado quedarse a nadie.

Pero el amor no solo los cambió a ellos. Cambió todo.

Cris, siempre tan pegado a Leo como una sombra silenciosa, empezó a alejarse. No porque estuviera celoso —al menos, eso decía—, sino porque todo eso de compromiso y amor verdadero lo mareaba. Fingía que no le importaba, que no veía. Pero evitaba a Alice. Siempre.

Alice, en cambio, encontró en Andy algo raro y valioso: una amistad sin dobles intenciones. Sin competencia. Se volvieron inseparables. Más que amigas. Hermanas de alma. Se leían con solo una mirada, se cuidaban, se cubrían las espaldas cuando el amor se volvía un desastre difícil de manejar.

Andy y Leo se volvieron referencia. No eran la pareja perfecta —ni cerca—. Se peleaban, se frustraban, se reían tanto que les dolía la panza… y después se abrazaban como si el mundo entero se redujera a eso: a ellos dos. A ese pequeño caos hermoso que compartían.

Y aunque iban despacio, cada día los llevaba un poco más cerca de ese punto donde ya no hay marcha atrás.

Mientras ellos construían algo, Cris seguía huyendo. Ver cómo Leo dejaba atrás todo sin dudarlo le revolvía algo por dentro. Y Alice… Alice le sacaba un lado que no quería mirar. Uno que lo hacía querer correr. O quedarse. O ambas.

Pero ese día era distinto.

Era la graduación de Leo. El cierre de una etapa. El inicio de otra. Y claro que irían todos juntos, como siempre… solo que esta vez el aire tenía otro peso.

Andy iría con Leo. Alice con Cris.

Pero antes, Andy fue muy clara:

—Ni se te ocurra traer a otra —le había dicho a Cris, sin rodeos.

No quería sorpresas. Ni conquistas casuales arruinando la noche con comentarios incómodos y risas forzadas. Ya bastante tenía con lo que venía después.

Porque, en realidad, lo que la tenía con mariposas en el estómago —y un nudo en la garganta— no era la ceremonia. Era el viaje.

Un día entero fuera de la ciudad. Solo ellos cuatro. Naturaleza, aire libre y Leo.

La idea le daba vértigo. Del bueno. De ese que te avisa que estás a punto de vivir algo grande.

El cuarto de Alice parecía zona de guerra.

Ropa por todas partes, maquillaje abierto como si una tormenta de glitter hubiera pasado, snacks abandonados en la cama y la plancha de pelo todavía caliente sobre el tocador. Un perfume dulce flotaba en el aire, mezclado con olor a spray y nervios.

Alice iba y venía, metiendo cosas a la maleta como si estuviera armando un rompecabezas sin mirar. De repente, le lanzó a Andy un conjunto de lencería de encaje.

—¡¿Estás loca?! —gritó Andy, roja como un tomate, lanzándole la prenda de vuelta como si quemara.

—Ay, no te hagas. Se nota. Y sería el momento perfecto —dijo con una ceja arqueada de bruja traviesa.

Andy apretó los labios, las manos jugueteando con el borde de su blusa.

—No sé… yo solo quiero estar con él —susurró.

Alice se calmó. Tomó un pincel, se acercó y empezó a maquillarla con toques suaves. Un poco de sombra, un toque de color en los labios.

—Nadie te va a obligar a nada. Solo haz lo que te haga feliz —dijo, bajito.

Andy sonrió, chiquito, y asintió.

Alice la abrazó con fuerza.

—Ya, deja de temblar, caray.

Y fue ahí cuando Andy soltó lo que de verdad le daba miedo.

—¿Y si… cuando él entre a la universidad… ya no encajamos? —preguntó, bajito, como si doliera decirlo en voz alta.

Alice la miró. Sonrió.

—Deja de pensar tanto. Siempre han sabido arreglárselas. Son perfectos juntos, aunque a veces no lo crean.

Andy tragó saliva. Alice la conocía demasiado bien. Sabía cómo su cabeza daba mil vueltas por segundo.

Y justo cuando el ambiente se ponía demasiado intenso, Alice corrió al parlante, subió el volumen y ¡BOOM! Gloria Trevi.

—¡Andy, basta de drama! ¡Baila! —gritó, girando y saltando sobre la alfombra.

Andy no pudo evitarlo. Se echó a reír, con esa risa que le salía desde el pecho. Y por unos minutos… se olvidó de todo.

Solo quedaban ellas. Riendo, bailando, viviendo.

Cuando bajaron cris y leo estaban apurados entonces Leo manejo a toda prisa en el carro algo que no fue del agrado ni de Alice Ni Andy. Entonces cuando bajaron del auto, las luces del salón brillaban como cristales flotantes. El campus se había transformado en un lugar de ensueño: alfombra roja, arreglos florales suspendidos, columnas forradas con luces cálidas y una música instrumental que flotaba en el aire como terciopelo. Todo olía a perfume caro, a champagne recién servido y a expectativas.

Andy bajó con sus tacones temblando por la velocidad con la que Leo había manejado. Llevaba un vestido largo de color burdeos, ajustado en la cintura, con tirantes delgados que dejaban sus hombros al descubierto. El escote en V era sutil, pero elegante, y su cabello caía suelto con ondas suaves, apenas controladas por unas horquillas doradas.

Alice, siempre más atrevida, lucía un conjunto moderno: top de lentejuelas negras con escote asimétrico y una falda larga de satén con abertura al muslo. Llevaba labios rojos como fuego y unas sandalias altísimas que solo ella podía usar sin tambalearse. Sus ojos delineados brillaban tanto como las lámparas colgantes del salón.

Leo, por su parte, se había arreglado como nunca. Traje negro impecable, camisa blanca y corbata vino a juego con Andy. El cabello peinado hacia atrás con gel, aunque ya se le alborotaba con los nervios. Parecía un galán de película, pero uno que había manejado como loco minutos antes.




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